El Ídolo.

Mi propuesta para el VadeReto del mes de abril: Un relato donde aparezca un libro real, también debe incluir un personaje destacado de algún otro libro, y algún detalle que dé a entender que se desarrolla en primavera.

Cuando se tapó la tubería de la casa del matrimonio conformado por Artemio y Esperanza, en la Cd. de México, se presentó un tipo que dijo llamarse Hércules Poirot. En un español con acento extraño, explicó que era bueno para casi todo: desde resolver asesinatos y acertijos, hasta trabajos más humildes como albañilería y plomería. Con la electricidad no se metía desde una vez en que casi se electrocuta tratando de resolver un misterio. No tenía pinta de plomero, vestía elegantemente y usaba un extraño bigote, muy tieso, estilo militar. Sin embargo, le hicieron pasar, pues les urgía arreglar el desperfecto. Se notaba que no le gustaba ensuciarse, se quitó su fina chaqueta y en mangas de camisa se dispuso a cavar. En poco tiempo estaba empapado en sudor por el esfuerzo y el calor primaveral. En un momento dado, lanzó un grito de entusiasmo. ¡Había encontrado algo!

—¡Esto es la causa del problema! —les mostró triunfante una estatuilla de barro cocido, ennegrecida quizá por un incendio antiguo probablemente es una pieza arqueológica, pues esta ciudad fue fundada sobre las ruinas de la capital del imperio mexica —dijo con aire conocedor.

Era una figura humana en posición sentada y con las piernas cruzadas, le faltaba la cabeza. En lo que quedaba del cuello pendía un collar de cuentas en forma de lágrima. Tenía los brazos sobre las piernas y en medio de ellas se veía un gran hueco, probablemente dejado por un enorme órgano sexual que seguramente corrió con la misma suerte que la cabeza: roto y perdido.

—Eso está muy raro Artemio— dijo la mujer en tono medroso, al mismo tiempo que se santiguaba, como le habían enseñado las monjas del Sagrado Corazón desde pequeña. En la cara de su marido se instaló una mueca burlona y luego dijo:

—Si damos aviso al gobierno, vienen y empiezan a hacer hoyos por todo el patio buscando más cosas y luego, dirigiéndose a Hércules—: ¡Termine de arreglar y tape todo! ¡Y nada de andar de hablador!

—¿Y qué vas a hacer con esa cosa horrenda? —preguntó Esperanza, sacando su biblia de bolsillo, sosteniéndola entre sus manos y pegada al pecho.

—Lo pondré de adorno. ¡Me gusta!

Hércules escuchaba con atención. Quería pedirle a Artemio que le diera el hallazgo como pago, pero eso ya no sería posible. Se notaba que lo dicho por el hombre era solo por darle en la cabeza a su mujer, y que la estatuilla le importaba un pito. Ese matrimonio andaba muy mal. Era una pena no poder quedarse con aquella figura. Su atracción por todos los vestigios y enigmas que había debajo de la ciudad era lo que lo había llevado ahí. Terminó de solucionar el problema y se retiró.

Y así fue que la efigie rota pasó a formar parte de la decoración de la casa de la pareja. Artemio la puso sobre la mesa del recibidor, entre la foto del único hijo, que posaba sonriendo en medio de la nieve de Canadá, donde vivía, y una imagen del Papa Francisco. Esperanza no se atrevió a protestar, pero no le agradaba nada tener aquello en casa.

Esa misma noche, ella, a sus 61 años recién cumplidos, tuvo, por primera vez en su vida, sueños eróticos y orgasmos intensos. Soñó que un indio musculoso, al que no le podía ver el rostro, le hacía el amor de una forma fogosa y ardiente, algo desconocido para ella.

—Anoche no me dejaste dormir, mujer. Te revolvías en la cama como babosa con sal y gemías adolorida.

—¡Perdóname viejo! Tuve pesadillas, para otra me despiertas.

Artemio no la despertaba. «Seguro es por la figurilla esa» —pensaba feliz. Le encantaba la idea de que Esperanza anduviera angustiada transitando por los sueños. Desde que tuvo que casarse a fuerzas por dejarla embarazada, sentía una hostilidad soterrada que solo había aumentado con el tiempo.

Ella amanecía sintiéndose culpable y hacía un esfuerzo extra por no caer en las provocaciones de su marido. En la iglesia se moría por confesarse, pero el pudor nunca la dejó contarle al sacerdote, ni a nadie. Rogaba a Dios que aquello parara y luego se arrepentía. Trataba de sentirse mejor pensando que solo eran sueños y no algo real.

En medio de un tórrido encuentro onírico, Esperanza se dio cuenta de que todo inició cuando encontraron el ídolo. Vio claramente que el collar de cuentas del indio que la hacía gozar, era exactamente igual al de la figurilla. Esto la puso muy pensativa.

Con los días Artemio se sintió desilusionado, al parecer su mujer estaba más en paz y ya no tenía malos sueños. Solo a veces un suspiro muy profundo y una sonrisa de total relajación se instalaba en su rostro mientras dormía. Tendría que buscar otra cosa con la cual perturbarla.

Una mañana, Esperanza no vio el ídolo en el recibidor y sintió como si le patearan el estómago. En medio de un ataque de pánico lo buscó por todos lados y se dio cuenta de que Artemio lo había puesto en la basura. Merodeando por ahí se encontró a Hércules, quien estaba a punto de llevarse el objeto.

Pero, ¿qué hace usted? —le increpó Esperanza.

¡Es que he descubierto el misterio de la identidad de esta figura! Efectivamente, es de origen prehispánico y representa a Xochipilli, el «Príncipe de las Flores». Una figura muy sensual dentro del imaginario mexica: dios de las flores, del placer y del amor. Si ustedes ya no lo quieren, me lo llevo para hacer más investigaciones sobre él.

¡Sí lo queremos! Mi esposo se equivocó. Por favor, olvídese de Xochi… ¿Cómo dijo que era el nombre?

—Xochipilli.

Hércules notó que el nombre pareció invocar en Esperanza un estado de felicidad: su rostro se relajó y sus ojos y boca parecieron sonreír al mismo tiempo. Ella tomó la figura amorosamente y entró rápidamente a la casa. No lo dejó ya decir ni pío. Resignado, terminó por irse. Estaba seguro que acababa de presenciar otro misterio, desgraciadamente su tiempo en la ciudad se acababa y no tenía tiempo de seguir averiguando.

Por su parte, Esperanza escondió muy bien a Xochipilli entre su ropa, cuidándose de que Artemio no la viera. Guardó su biblia de bolsillo en el fondo de un cajón. Mientras lo hacía musitaba: «perdóname Diosito».

FIN

Autor: Ana Piera.

Libro real: la Biblia, varios autores.

Personaje de otro libro: Hércules Poirot, detective que aparece en muchos relatos de Agatha Christie.

NOTA: Sé que no le hago justicia al personaje de Poirot en esta historia y que merece más. Espero que Agatha no venga y me jale los pies en la noche jejeje.

Se pronuncia: «Sochipili»

Mi relato en la revista digital «Masticadores» https://masticadores.com/2025/04/14/el-idolo-by-ana-laura-piera/

https://bloguers.net/votar/AnaPiera68

https://bloguers.net/literatura/el-idolo/

Desamor. Microrrelato.

Mi propuesta para el reto de El Tintero de Oro de marzo 2025: Escribir un relato de desamor en no más de 250 palabras.

Con los ojos empañados, las manos temblorosas y sintiéndose una estúpida, digitó la intrincada contraseña que en un tiempo significó la puerta a la felicidad.

El blog privado había sido idea de él. ¡Tantos mensajes! Aunque ninguno reciente, y los últimos eran entradas propias, preñadas de preguntas, lamentos y tristeza que no encontraban eco en ninguna parte.

Esta vez supo resistirse al impulso de leer los del tiempo de la dicha, donde una frase hacía la diferencia entre un día de mierda y uno glorioso. Suspiró. Lo que fue bello, ahora la dañaba. Después de cinco años, reconoció que todo había sido una mentira, un juego cruel. Con el corazón roto eliminó aquel blog, y con su desaparición, supo dar por fin el primer paso para sanar: amarse primero a sí misma.

Autor: Ana Laura Piera.

133 palabras.

Si eres tan amable de comentar, deja tu nombre en el comentario, wordpress a veces los pone como anónimos. Gracias.

https://bloguers.net/votar/AnaPiera68

https://bloguers.net/literatura/desamor-microrrelato/

ALIMENTANDO A LAS CARPAS

El discurso hueco de su padre le resultaba de lo más irritante y sin embargo, arrancaba lágrimas a los asistentes. Más de uno tuvo que sacar un pañuelo para limpiarse los ojos y sonarse la nariz haciendo ruidos infames. El orador cautivaba a su audiencia y los sumía a todos en un estado de mortificación difícil de superar. A todos menos a él, que lo conocía y sabía de su propensión crónica al abandono. ¿Cuándo había sido la última vez que lo había visto antes de esto? Tristemente no podía recordarlo.

Decidió dejar la ceremonia para caminar un poco y encontró un estanque. Le llamó la atención un pedazo de pan en el piso y lo recogió; alguien había estado antes alimentando a las carpas japonesas que vivían en él. Comenzó a aventarles migas de pan.

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Observó fascinado cómo los peces, cual flechazos de fuego, se abalanzaban para ganar la recompensa. De repente oyó música de mariachi, escogida por su padre. Él hubiera preferido música clásica alegre, quizás Vivaldi. Echó un último vistazo al estanque, ahora tranquilo después del frenesí. Extrañamente sintió que debía regresar al ataúd y ser uno con su cuerpo una vez más. Una especie de despedida en medio del frío cobijo de la tierra. Sería por poco tiempo pues tenía pensado regresar a terminar de darle de comer a las carpas.

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

VIAJE FRUSTRADO

Cuento corto, original.

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Cuando Ángela abrió la puerta del cuarto, el olor a borracho le golpeó la nariz, «otra vez regresó tomado» pensó. Enojadísima, aventó su bolsa a la cama, la cual aterrizó justo en la cara de Rogelio, quien anestesiado como estaba por tanto tequila, ni sintió el golpazo. La televisión estaba encendida y se veía un partido de futbol donde uno de los equipos estaba dando una paliza al rival y los gritos de ¡Goool!, se escuchaban a cada roto. Buscó el control del aparato y activó el «mute».

Entró al baño y se encontró con el desastre habitual: calzones tirados, sandalias de baño desperdigadas, el bote de basura hasta el copete. Aquello era demasiado. Miró la imagen maltratada y seca que le devolvía el espejo, se concentró en las arrugas y en los ojos cansados y sin brillo, «¿quién es esta?», pensó con amargura «¿dónde quedé yo?».

De regreso en la recámara intentó mover el cuerpo inerte de Rogelio para poder acostarse, pero no pudo. «Desgraciado, tendré que dormir otra vez en el sofá». Tras de sí dejó el uniforme de enfermera y en pantaleta y sin brasier, se dirigió al cuarto de la computadora. Primero había pensado en acostarse, se sentía cansadísima después de una dura jornada en el hospital donde trabajaba, pero decidió que al menos checaría su buzón de correo electrónico. Tenía ocho mensajes, casi todos intrascendentes, el único que le llamó la atención era uno que decía: «Reunión Familiar», lo leyó con avidez y sonrió.

La luz del día la despertó sin misericordia. En el cuarto de la computadora no había cortina así que el sol no pedía permiso para entrar. Ángela recordó el e-mail y se levantó rápidamente, tenía que hablar con Rogelio. Este aún estaba durmiendo, pero el portazo que dio Ángela a propósito, lo despertó.

—No la amueles, estoy durmiendo —dijo él con la voz pastosa de quien amanece todo crudo.

— El próximo sábado salgo para Monterrey —dijo ella en tono resuelto.

— ¿De qué hablas?

—Recibí un correo de mi primo Gustavo, toda mi familia se reunirá en Monterrey, todos, hasta la tía Doris que vive en Mérida, no puedo faltar. Gustavo guardó silencio unos segundos y luego volviéndole la espalda a Ángela dijo:

—No puedes, no tenemos dinero.

—No me importa, daré el tarjetazo, ya hice la reservación anoche. Gustavo ya no dijo nada y minutos después Ángela lo escuchó roncar de nuevo.

La perspectiva del viaje era emocionante, salir de la rutina, dejar de aguantar aunque fuera por unos días a su esposo. También se sorprendió varias veces fantaseando con no regresar. El lunes pidió permiso en su trabajo para ausentarse el fin de semana y se lo concedieron. El martes comenzó a planear lo que iba a empacar y ese mismo día por la noche un cambio extraño se operó en Rogelio, cuando Ángela llegó de trabajar lo encontró sentado en la sala en vez de tirado en la cama.

—¿Ya cenaste?, mira que preparé un espagueti, no quedó muy bueno, pero si tienes hambre…

Aquello era algo inédito, el espagueti sí estaba horrible, pero el simple hecho de que el fardo de Rogelio hiciera algo ya era mucho decir. El miércoles le habló al hospital:

—Te invito unos tacos.

Hacía ya tanto que no salían, aunque fuera a echarse unos mugres tacos, que Ángela estaba sorprendida.

El jueves fueron a bailar, entre cumbias y merengues Ángela se sentía en las nubes. El viernes Rogelio la esperó bien despierto, bañado, y perfumado y después de un largo beso hicieron el amor. Por cierto hacía ya tanto que no hacían nada, que Ángela no conocía la sensación de besar al ahora bigotón Rogelio, y por lo espeso del bigote se le figuraba que estaba besando un mapache o algo parecido. Después de hacer el amor Rogelio se portó muy tierno y caballeroso y Ángela empezó a sentirse tan amada y querida como al principio de su relación. De repente la perspectiva del viaje ya no resultaba tan atractiva. ¿Para qué irse a Monterrey y desperdiciar esta buena racha con él?, decidió que no iría a la reunión familiar.

El sábado por la mañana canceló todo y avisó a sus familiares de su ausencia, en vez del viaje organizaría una cena romántica para los dos. Rogelio estaba muy complacido del cambio de planes, Ángela se fue a hacer las compras de la cena y Rogelio dijo que iba a la farmacia a comprar unos condones.

El paquete con las fotos de la reunión llegó pocos días después, Ángela las abrió con tristeza y lloró al ver a toda su familia reunida y feliz, solo había faltado ella. Guardó las fotos en un cajón y se dirigió a la habitación que compartía con su esposo. Tuvo la sensación de estar viviendo un déjà vu:

Cuando ella abrió la puerta del cuarto, el olor a borracho le golpeó la nariz «otra vez regresó tomado» pensó. Enojadísima, aventó su bolsa a la cama, la cual aterrizó justo en la cara de Rogelio, quien anestesiado como estaba por tanto tequila, ni sintió el golpazo. La televisión estaba encendida y se veía un partido de futbol donde uno de los equipos estaba dando una paliza al rival y los gritos de ¡Goool! Se escuchaban a cada roto, buscó el control del aparato y activó el «mute».

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

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