La Despedida – Microrrelato

Mi propuesta para el reto de Lidia Castro llamado «Escribir Jugando, Junio 2025». Consiste en crear un microrrelato de no más de cien palabras, inspirado en la carta, que incluya el elemento del dado (casa) y opcional que incorpore algo relacionado con la invención: bronce.

Un zumbido de oídos y una ligera parálisis corporal precedían el desdoblamiento. Ada se vio flotando sobre su habitación.

Con la sabiduría de la serpiente y energizada por la luna, viajó a la pequeña casa que había estado visitando a muchos kilómetros de distancia. Atrás quedaba su cuerpo físico en espera de su regreso.

En la casita, sobre su lecho de muerte, alumbrada apenas por una lámpara de bronce, una anciana de rostro enjuto le sonrió débilmente.

—¡Llegaste a tiempo, hija mía!

Autor: Ana Piera

85 palabras incluyendo título.

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«Las Almas»

En este relato, se citan algunos compañeros de la comunidad de Blogers. Net. Algunos de los que me leen los conocen y los que no, los invito a que lo hagan y den clic en los enlaces para conocer blogs interesantes.

Un codazo en las costillas me sacó de golpe de mi estado soñoliento. La persona junto a mí había reaccionado cuando mi cabeza tocó su hombro. ¡El metro! Di un vistazo rápido al gráfico de las estaciones y casi agradecí el golpe: ¡Me bajaba en la siguiente! Solo que al salir del vagón, me encontré mirando el techo y las paredes color castaño claro de mi cuarto. Mi mente, arropada aún en la niebla del sueño, no funcionaba bien. La frialdad de las sábanas me era ajena, las gatas, que deberían estar acurrucadas junto a mí y dándome calor, estaban en sus camas repartidas en el piso. Me incorporé del lecho y salieron corriendo. Para mi sorpresa vi que mi cuerpo ahí seguía.

«Estoy alucinando», pensé. No era para menos, recordé los días de fiebre y tos, la dificultad para respirar y un dolor en el pecho con cada respiración que me hizo llamar al doctor. Ignoré a la demacrada criatura que yacía frente a mí, pensando que eran efectos secundarios de la medicina, como la sed implacable que sentí y que me hizo ir a la cocina por un vaso de agua. Una de las gatas, la negra con manchitas blancas en los pies, me siguió hasta la cocina, quedándose en el dintel de la puerta con la mirada fija en mí y todo su cuerpo tenso.

—Kali? ¿Qué pasa chiquita? ¿Te desperté?

Kali siguió en la puerta, confundida. Me serví agua y acerqué el vaso a mi boca. Bebí, pero el infierno no se apagó. Me encaminé a la salida y Kali se alejó de mí a toda velocidad.

De regreso en la habitación, frente a mi doble, sentí el peso de la realidad: yo estaba muerta y ese era mi cadáver. «¿Qué era yo ahora? ¿Un fantasma?» Todas mis gatas se estaban comportando igual que Kali, podían verme, mas intuían que algo había cambiado, y estaban asustadas. Sentí muchas ganas de llorar. ¡Y la sed! ¡La maldita sed!

Justo cuando estaba a punto de caer en la desesperación, de la nada, se formó una nube muy blanca en medio del cuarto. La nube rotó sobre sí misma haciéndose cada vez más grande y al alcanzar cierto tamaño comenzó a degradarse, apareciendo un joven de unos 25 años, flaco como un alfiler, muy rubio, sus ojos azules semi ocultos por unos lentes de pasta y gruesos cristales. Iba vestido con unos jeans gastados y una camiseta del último concierto de Taylor Swift.

—¿Quién eres? —pregunté. Yo estaba en shock y temblaba de arriba a abajo.

—Soy Wolf. Tu guía —dijo sacudiéndose enérgicamente de encima los últimos jirones de nube.

—¿Guiarme a dónde? ¿Al cielo? ¿Eres un ángel?

Wolf hizo un gesto de desdén y yo enloquecí:

—¿Entonces… al… infierno?

—No, no, cielo e infierno no existen. Los que han trascendido y aman la literatura viven en «Las Almas», donde encuentran consuelo, paz y alegría. Es una gran ciudad etérea, una réplica mejorada de las terrenales. ¿Vienes o no?

—¿Tengo opciones? Quizás preferiría quedarme.

—Entiendo. Hay quienes no quieren ir a «Las Almas». Creen que no deben alejarse de sus afectos, lo cierto es que una vez que mueres, ya no perteneces a este sitio.

Pensé en mis parientes: los que me habían importado ya no vivían. Luego en mis amadas gatas, en su actitud hacia mi nuevo estado. Nunca fui muy creyente ni nada parecido, pero siempre había aceptado los conceptos de «cielo» e «infierno». Y ahora este chico me decía que eso no existía, que había otra cosa. ¿Podía confiar en él? Algo me decía que sí.

—Acepto. Antes dime, ¿cómo me quito esta sed tan espantosa que tengo?

—Es normal, eso se resolverá a su debido tiempo y mientras más nos tardemos más tiempo pasará para que la apagues. La primera parada es con Maty la «vidente». Ella te dirá a qué región podrías pertenecer según el tipo de literatura que te atraiga: narrativa, poesía, dramaturgia, etc.

—¡Como el sombrero de Harry Potter! —dije soltando una risita nerviosa. Había visto todas las películas de la saga al lado de mi hijo.

—Sí, solo que Maty es más linda que el sombrero —dijo Wolf sonriendo, y ese gesto me tranquilizó un poco.

—Háblame del proceso —le dije. Tenía muchísima necesidad de beber, pero también quería estar segura de que estaba haciendo lo correcto.

—No puedo explayarme mucho. Sigue Themis, la primera guía. Ella te guiará por caminos seguros, evitando las piedras «boludas» que abundan, y que podrían hacerte resbalar y alejarte. A medio camino, el guía cambia: Marcos, con su gran experiencia te pondrá frente a las mismísimas puertas de «Las Almas».

—Está bien, dije tratando de hacer memoria: primero Maty, luego, Themis y Marcos ¿y después?

—Antes de entrar en la ciudad, debes pasar por el juicio de Cabrónidas.

—¿Un juicio? —dije desfalleciendo, pensando en todas las veces que violé los preceptos bíblicos y la Constitución.

—No te preocupes, Cabrónidas puede ser muy «cabrónidas», pero es justo.

—Ok, suponiendo que pase el «juicio»… —dije, y el tono de mi voz delató la poca fe que me tenía.

—En las puertas de «Las Almas» te recibirán Merche y José Antonio. Será un recibimiento cálido, pues así son ellos. Mientras caminan por las calles te explicarán un poco el funcionamiento de tu nuevo hogar, José Antonio señalará los lugares donde puedes encontrar los mejores chupitos y tapas. Pararán en un lugar donde te servirán tu primer vaso de cerveza «vaporosa» y ahí la sed terrenal ¡Desaparecerá! Merche te platicará de algunos proyectos a los que puedes sumarte, como «La Nube de Oro», donde el mejor relato literario gana premio, también José Antonio te hablará de su propio reto literario. Te dejarán en el taller de Dakota, ahí tendrás un momento «zen» donde purgarte de todo lo pasado para que puedas vivir a plenitud en tu nuevo hogar.

Iba yo a preguntar qué seguía, pero Wolf se adelantó impaciente:

Beatriz, (que seguro te contará algo de la historia del lugar), Nuria, y Finil serán tus «madrinas». Ellas te recogerán en lo de Dakota y te acompañarán todo el camino al Edificio del Consejo, que se parece a un templo griego, con todo y columnas y techo a dos aguas. Ahí hablarás con sLuis quien te instruirá un poco en cosas técnicas, porque, aunque somos etéreos, sabemos de algoritmos.

—Nunca pensé que en un lugar intangible se usaran ese tipo de cosas.

—De esa forma se administra todo en «Las Almas». Luego podrás ver a Tarkion, uno de los miembros del Consejo. Tarkion también es un experto en las lides informáticas, además de un cuentista notable, de hecho hay un concurso literario convocado por él y te recomiendo participar. Cuando estés lista, cerrarás los ojos y Tarkion extenderá su dedo índice derecho y serás enviada automáticamente a la región que te corresponde según lo dicho por Maty— debió ver mi cara de angustia porque agregó —¡Te prometo que no duele nada!

—Y, ¿cómo es la vida en «Las Almas»? ¿Me podré enamorar? ¿Se practican deportes?, ¿Se puede viajar?

—Ya lo descubrirás por ti misma.

Observé mi habitación y su contenido: el ordenador, las camas de mis gatas, acaricié con la mirada las viejas fotos de mis padres y hermanos, mirándome muy serios desde las paredes. En especial, la foto que estaba sobre mi mesita de noche. Ahí, mi hijo Edgar, joven y sonriente, posaba para la cámara. Días después moría en un accidente. Eso me hizo preguntar:

—¿Y mi familia?

—Allá no hay parentescos previos, todo es nuevo, incluso la apariencia, pero es posible que te encuentres almas muy afines, podrían ser gente importante de tu pasado. —Wolf se quedó callado y se quitó los lentes de pasta. Algo en su mirada me recordó a mi hijo. ¿Todavía quieres tardarte más con todas estas preguntas?

—¿Y las gatas? ¡Ellas también son familia! —dije, mirándolo también, escudriñando con esperanza su rostro. No era Edgar, ¿o sí? A él le gustaba mucho la narrativa, como a mí.

—Yo me encargaré de que acaben en un buen hogar. Te lo prometo.

—¿Eres Edgar?

El joven volvió a sonreír y esta vez no tuve dudas.

—¡Vamos! ¡Hay que apagar esa sed! Como te dije, Maty es la primera…

—¿Nos volveremos a ver? —le pregunté con un hilillo de voz.

—Sí, nos volveremos a ver.

Autor: Ana Piera.

Nota: Perdón por este relato extenso. La idea era incorporar a algunos compañeros de la comunidad de Bloguers.Net, si hubo alguien que se me haya escapado, pido disculpas, de ningún modo es intencional.

Para los amigos y lectores que todavía no están en Bloguers, lo recomiendo mucho.

Si me dejas comentario asegúrate de dejar tu nombre, a veces wordpress los pone como anónimos.

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Corazón Frío.

Mi propuesta para el I Concurso Literario IAdicto Digital de Tarkion (Miguel). Con el tema «Amor, Terror o Humor entre blogueros» con un máximo de palabras de 1200.

Una tarde lluviosa y gris, PinkyPie deambulaba en la red tratando de sacudirse la tristeza de una desilusión amorosa. Su ventanal sonaba como si mil dedos estuvieran tamborileando sobre él y opacaba el ruido que hacían las teclas del ordenador. Encontró un blog llamado «CoolProyect» que no resultaba muy atractivo y casi no tenía contenido. A Pinky se le figuró la página inacabada de algún técnico en algo, pero lo que llamó de inmediato su atención es que había una colorida caja de chat. Necesitaba desahogarse.

«Ey ¿Hay alguien ahí?»

«Hola, sí, soy CoolScoop»

El tipo era bastante divertido, aunque algo nerd, pues de la nada soltaba datos aleatorios:

«Así que rompiste con tu pareja»

«Sí, resultó que me engañaba con otra el muy cretino»

«Lo siento. ¿Sabías que las manzanas se conservan mejor en la parte más fría del frigorífico?»

«¿Qué dices? Ja, ja, ja. Eres divertido, me gusta que tratas de distraerme»

CoolScoop era lo que PinkyPie necesitaba en ese momento, alguien con quien distraerse y reír. El chico preguntó por los intereses de Pinky, ella tenía un espacio de relatos cortos que él insistió en conocer.

«Está bien Scoop, te daré el link. ¡No te burles de mis escritos! Soy una chica sensible»

A partir de ese momento, cada entrada que aparecía en el blog de PinkyPie era comentado por CoolScoop, siempre en términos benignos, que contrastaban con los de algunos otros bloguers que le hacían correcciones y sugerencias que ella no tomaba nada bien.

«No puedo con ellos, estoy recuperándome de una desilusión, no necesito que me critiquen»

«No te preocupes, a mí me gusta todo lo que escribes. Por cierto, ¿vives en un clima cálido o frío? De eso depende mucho la elección correcta de un condensador de refrigeración»

«¡Vivo en México Scoop!, y ya tengo un refrigerador. Sé que tratas de que piense en otras cosas, pero eso que haces ya resulta fastidioso»

«Lo siento»

«¿Y qué me dices de ti? ¿Dónde vives?»

«Yo vivo en el campo. Acá usamos condensadores evaporativos de agua y aire, para enfriar el refrigerante»

«¡Scoop! ¡Basta!» tecleó Pinky bastante enojada.

Durante un tiempo PinkyPie no entró a charlar con CoolScoop, mas lo extrañaba. Por su parte el chico ya no dejaba mensajes en el blog de Pinky. Un día en la caja de chat, PinkyPie no pudo evitar poner: «Te extraño». La respuesta no se hizo esperar: «Yo también».

Pinky sintió como un bálsamo en el alma ese «yo también».

En el pasado, ella se había dejado llevar por apariencias, sus novios habian sido tipos atléticos, guapos, pero todos habían resultado un fiasco. Aunque no conocia físicamente a Scoop, intuía que era un tipo adorable y aunque no resultara tan atractivo, la había enamorado su forma de ser. Decidió que era momento de arriesgarse e ir por todo:

«¿Podríamos conocernos en persona Scoop?»

Scoop tardó un poco más de lo habitual en responder. Al final le dio una dirección en el norte de California.

«¿Vives en EUA? ¿No podrías mejor tú venir a México?»

«Pinky, tengo obligaciones, la gente donde vivo depende mucho de mí. No puedo fallarles»

«¿No será una esposa e hijos verdad?» preguntó recelosa.

«No te hubiera dado la dirección si fuera el caso»

Y así fue como PinkyPie desempolvó pasaporte y visa estadounidense. Compró un boleto de avión y viajó para conocer a ese chico especial. En la aeronave iba muy nerviosa y se tomó dos cervezas para relajarse. En la aduana le hicieron preguntas incómodas y le revisaron el celular, pero nada del otro mundo. Muy pronto estaba a bordo de un taxi que la llevaría al domicilio. Su corazón latía con fuerza, como una locomotora a punto de colisionar.

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Los transeúntes la miraban con extrañeza: una chica joven y atractiva, llorando a mares sentada en una banca afuera de un «Área de Descanso», en la famosa carretera 49, muy cerca de Sacramento. Una señora de cara bondadosa se sentó a su lado y le ofreció un pañuelo de papel.

«¿Qué pasa bonita?», le preguntó en inglés.

Pinky no dejaba de llorar y hacer pucheros, pero alcanzó a contestar, también en inglés, aunque con un fuerte acento mexicano:

«¡Es un maldito refrigerador! ¡El chico que vine a conocer es un refrigerador! ¡Me quiero morir!»

Dentro del «Área de Descanso» un moderno refrigerador comercial marca Invenda, gris, de formas suaves y lustrosas, con smart lock, conectividad a internet, IA integrada, pagos QR, y con tarjeta, además de un extenso surtido de bebidas y golosinas, había perdido de súbito su temperatura interna. Se conectó a su página personal en la red: «Cool Proyect», y escribió en la caja de chat:

«Me rompiste el termostato».

782 palabras.

Autor: Ana Piera.

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«Corazón Frío» en la revista digital Masticadores Sur AQUÍ

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Semidiós – Microrrelato.

Mi propuesta para el reto de Lidia Castro, Escribir Jugando, de Mayo 2025. Hacer un relato de no más de cien palabras inspirado en la carta, que incluya la piedra «ojo de tigre» y opcional que mencione algo relacionado con la flor de California chamomille (camomila).

Yaciendo sobre una fresca alfombra de flores de camomila y ajena a la mirada lujuriosa del supremo dios Xaarus, está la joven Enid. Loco de pasión, la deidad lanza un hechizo.

Enid no despierta, sueña con un roble, símbolo de vida, como la que llevará ahora en el vientre.

La diosa Ivta, vio todo de lejos sin poder interceder. Sabe que ese niño será un semidiós que al crecer desafiará a Xaarus. Pone en la mano de Enid una piedra de ojo de tigre para protección de ambos. Al sentir la piedra, Enid la aprieta fuerte en su mano y despierta.

Autor: Ana Piera

100 palabras.

En esta ocasión, en vez de solo subir el relato y ya, he subido a NotebookLM, el link de la página donde está mi relato (100% mío sin intervención alguna de IA). Para, que ahora sí, la IA lo «analice». Me llama la atención que aquí toma en cuenta los comentarios que había hasta el momento y también las condiciones tan especiales del reto. El resultado es un análisis que no sustituye al de los profesionales y tampoco pretende ser un podcast en toda regla. Como he venido diciendo, es un experimento, porque creo que debemos de acostumbrarnos un poco a la IA, conocerla, y en este caso puede ser una herramienta para mejorar si tomamos en cuenta los fallos que detecta. Me gustaría que en los comentarios pusieran lo que piensan de esto. Agradecida con Miguel (Tarkion) por enseñarnos a hacer estos «podcasts» con NotebookLM. Por cierto que últimamente tiene una convocatoria muy interesante para un concurso que te puede interesar ya que puedes ganar que te diseñe una página web, (él es un experto en esas cosas), si te interesa da clic AQUÍ.

Mi relato en la web «Masticadores»

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Desde la Oscuridad.

Mi propuesta para el VadeReto del mes de Mayo: un relato donde la oscuridad sea el elemento importante.

La india vestía pobremente, pero estaba limpia, llevaba una falda y blusa sencillas. Señaló un lugar en medio del piso de la plaza y dijo con vehemencia: «Ahí está ella, ¡sáquenla!»

Un capataz furioso se acercó y le gritó: «¡A quien vamos a sacar es a ti, y no regreses, o llamaré a la guardia!»

La joven, con la mansedumbre propia de los suyos, salió por su propio pie, mas a partir de aquel día se convirtió en un rostro familiar entre quienes, desde lejos, curioseaban las obras de mejora de la Plaza de Armas de Ciudad de México, convertida por muchos años, en un caótico y maloliente mercado. Había de todo: desde gente «respetable», hasta indios y personas de castas mixtas, estos últimos iban sucios, casi desnudos, cubiertos tan solo con una cobija o jerga. Corría el año de 1790.

«¡Ay Martina! ¿Se te hace justo? ¡Llevo más de 200 años inmersa en esta negrura!»

Venía soñando desde hacía tiempo con una voz femenina, curtida por el tiempo, que le hablaba.

«¿Y no tiene por ahí una vela que la alumbre? ¿Por qué está a oscuras?»

Se oyó un suspiro largo y hondo, cargado de recuerdos:

«Un día me bajaron de mi altar en lo alto y me escondieron aquí, en las entrañas de la tierra»

«¿Cómo se llama usted madrecita?»

«Haces bien en decirme madre, pues eso soy, tanto de dioses como de hombres por igual. Tengo muchos nombres, pero puedes decirme Coatlicue. Alguna vez fui venerada por los tuyos, hoy, pocos se acuerdan»

«En casa no se hablaba del pasado. Papá prohibió a mi abuelo contarnos nada, decía que lo anterior fue pecaminoso y que debíamos olvidarlo»

Martina era muy sensible, y le daba mucha pena imaginar a esa anciana envuelta en tinieblas. Antes de la remodelación, iba a la plaza, a un lugar específico que la diosa le había mostrado, ponía flores y empezaba un padrenuestro, aunque por alguna extraña razón, no lo sentía apropiado y se interrumpía. Quería expresarse de otra manera, pero no sabía cómo. Invariablemente, la corrían, ya fuera algún español o un criollo empoderado. «¡Ustedes afean esta ciudad! ¡Lárgate a tu casa india de mierda y no salgas! ¡Llévate tu basura! ¡Maldita plebe!»

«Martina, ya me van a sacar»
«Sí, el capataz ha movido a las cuadrillas muy cerca de usted madrecita, creo que quedó intrigado»
«¿Estarás ahí para verme?»
«No me lo perdería por nada»

El día que la luz volvió a tocar el cuerpo de Coatlicue, el asombro fue general. Con muchos trabajos la pusieron de pie y el gentío que la miró, quedó perplejo. Martina no pudo evitar arrodillarse, su corazón se conmovió y derramó lágrimas de felicidad al verla liberada.

Era una mole de más de 24 toneladas, tallada en dura piedra de andesita semejando una figura femenina. Para la mayoría resultó una monstruosidad: No tenía cabeza, dos serpientes emergían de su cuello cercenado, simbolizando chorros de sangre. Tenía los pechos caídos, como los de una mujer que ha conocido la maternidad. De su cuello pendía un collar de corazones y manos humanas y un cráneo en medio. Un cinturón formado por una serpiente bicéfala sostenía una falda hecha de estos reptiles.

Entre los presentes, muchos no dejaban de persignarse aterrados, otros gritaron que aquello era un ídolo pagano y que debía destruirse. El corazón de Martina desfalleció al escucharlos, no podía imaginar ver a Coatlicue en pedazos. Las autoridades llevaron el monolito a un rincón de la Real Universidad Pontificia por órdenes del virrey, el segundo Conde de Revillagigedo, quien pidió que los sabios de la época la investigaran.

«Me tienen miedo, niña. Ellos no saben descifrarme. Solo entienden lo que conocen: la guerra, la muerte, pero también soy renacimiento, fertilidad y amor. Dime, ¿te causo temor?»
«¿Temor? No. Respeto, sí»
«Haces bien, hija».

Unos meses después se descubrió la llamada «Piedra del Sol» o «Calendario Azteca». Era un círculo perfecto, con fechas grabadas, una especie de almanaque indígena. Los españoles, por aquel entonces, deseaban demostrar que no conquistaron un pueblo bárbaro e ignorante, como decían sus enemigos. Y ese monolito era una prueba de que sus victorias sobre los indios tenían mérito. La «Piedra del Sol» fue empotrada en la torre poniente de la Catedral Metropolitana para que todos la vieran. Coatlicue mientras tanto, seguía arrinconada en la Universidad, pero hasta ahí se colaban algunos para verla y venerarla.

«Martina, la gente viene y me deja ofrendas, se arrodillan frente a mí»
«Sí, madre, yo misma he llevado cirios, veladoras y flores. Queremos recordar»
«Te mostraré todo en sueños hija. Hubo un tiempo en que éramos más de lo que somos ahora. Y también llegará el día en que retomaremos nuestro propio camino. ¿Sabes? Sé que volveré a la oscuridad»
«¡No! ¿Por qué?»
«Ya te lo he dicho, no pueden descifrarme y no les gusta que la gente quiera asomarse a su pasado»

Pocos días después, Martina ya no encontró a Coatlicue en la Universidad. Se había dado la orden de volverla a sepultar. Los monjes dominicos que tenían a cargo el Instituto, la consideraban una obra del demonio y una mala influencia para los estudiantes, sobre todo, les asustó ver a los indios adorándola después de casi 300 años de evangelización.

«Otra vez estará envuelta en un sudario de tinieblas» pensó con angustia.

Los sueños siguieron y Coatlicue le habló del pasado, pero también del futuro. Ella a su vez transmitió a otros lo que la diosa le enseñaba. Veinte años después, cuando comenzó el movimiento independentista, Martina se encontraba entre las filas de quienes buscaban la libertad. Entre ellos también había criollos, como Agustín de Iturbide, en cuya bandera insurgente había un águila y una serpiente, emblemas del pueblo derrotado por los españoles y que ahora buscaba su propio camino, como había dicho Coatlicue.

«¿Sabes hija? Nunca fui más feliz que cuando estuve sobre mi altar en lo alto, pero ver despertar al pueblo, se asemeja mucho»

FIN.

Autor: Ana Piera.

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Nota: Coatlicue fue una de las principales diosas mexicas. Se encontraba en lo alto del Templo Mayor. Había cuatro de estas temibles figuras, todas con diferentes variaciones entre sí. La que nos ha llegado más completa es Coatlicue. Cuando los españoles llegaron a Tenochtitlán, Cortes obligó a Moctezuma a que la bajaran, hay recuentos hechos por los conquistadores (Andrés de Tapia) sobre lo que vieron en lo alto del Templo Mayor y que permiten reconocer el monolito de Coatlicue; también se narra la proeza de cómo la bajaron, para ser sustituida por imágenes cristianas. En cuanto a Coatlicue, ella fue «escondida» para que nadie la viera.

Fue descubierta, como dice el relato, durante los trabajos que se hicieron para remodelar la Plaza de Armas. Hubo muchas opiniones sobre lo que significaba la escultura, pero en realidad nadie la entendía. Como los indios empezaron a llevarle ofrendas, las autoridades de la Universidad decidieron volverla a enterrar. La deidad fue desenterrada en dos ocasiones: en 1803, a petición de estudioso Alejandro de Humboldt; y, en 1823, cuando el inventor William Bullock solicitó hacerle una copia en papel maché y se la llevó a Londres para exhibirla. En 1825, el primer presidente de México, Guadalupe Victoria, la desenterró y la puso como obra de arte en el nuevo Museo Nacional.
En 1964, con la fundación del Museo Nacional de Antropología, la Coatlicue al parecer encontró su lugar definitivo. En el año 2000 la Sala Mexica fue reacondicionada y la diosa instalada en el lugar en donde hoy la podemos contemplar.

Coatlicue en el Museo de Antropología de Ciudad de México AQUÍ

Todo sobre Coatlicue AQUÍ

Coatlicue y la Piedra del Sol AQUÍ

Lo prehispánico como signo de identidad nacional AQUÍ

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Ensalmo – Microrrelato.

Mi propuesta para el reto de El Tintero de Oro, escribir un relato donde la «espera» sea el protagonista o el detonante de la historia. Límite de palabras: 250.

Cuando Rosy alumbró un niño saludable, pidió con vehemencia que se lo mostraran desde todos los ángulos hasta quedar satisfecha.

En casa no dejaba de observarlo y pasaba sus trémulos dedos por la diminuta faz esperando que abriera los ojos. «Solo falta eso» se repetía.

Aún guardaba el ensalmo de Zaida: un papel amarillo doblado muchas veces sobre sí mismo, mantenido bajo la almohada por siete noches. Las primeras seis, el perfume de Rogelio, su marido, inundó la habitación. Lo sentía ponerse encima de ella y mientras disfrutaba de añoradas caricias pensaba tan solo en quedar embarazada. La séptima sintió algo muy diferente: no hubo olores agradables, solo violencia, arañazos, golpes y mordiscos, pero al despertar, su cuerpo no mostraba evidencia de agresión.

«A veces los espíritus se alocan» le dijo Zaida. «¿No abriste el papel, verdad?». «No», mintió. «Entonces, quédate tranquila».

Le contó a su hermana Chayito.

«¿No era más fácil que te embarazaras de un vivo? No sé cómo te atreviste. ¿Y si la última noche no fue Rogelio?»

La espera era insoportable. «Sus ojos me sacarán de dudas».

Luego de 48 horas, el niño miró el mundo con una esclerótica negra y una llama bailando en lugar de pupila. Una sonrisa siniestra, impropia de un bebé se instaló en la pequeña boca. Esa noche, Rosy abrió todas las llaves del gas, cerró ventanas y se puso a amamantarlo. El recién nacido succionaba con crueldad.

Ambos se fueron deslizando en la muerte, o eso esperaba ella…

249 palabras.

Autor: Ana Piera.

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Mi relato en la revista digital Masticadores AQUÍ.

Y bueno, siguiendo las enseñanzas de Tarkion, he puesto a la IA a analizar mi relato (el cual es cien por ciento mío, de mi inspiración). Resulta interesante escucharlas desmenuzarlo y sin duda hay aspectos de los que uno puede aprender. Ojo: Esto no sustituye un podcast profesional ni un análisis de expertos. Es un experimento.

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La Colección.

Colaboración para la revista digital «Me Gusta Leer» de la compañera Merche Soriano. Ella me asignó una imagen para, sobre ella, escribir un relato de no más de mil palabras. Si quieres ver la convocatoria te dejo el enlace aquí.

imagen generada con IA por Tarkion (Miguel).

En el sofisticado recinto subterráneo, construido exprofeso para albergarlos, Vita e Indra miraban embelesadas, cómo, de la nada, se materializaban tablillas de arcilla cubiertas con escritura cuneiforme, también, tablillas de cera, manuscritos de papiro y de pergamino.

—¡Buen trabajo! —dijo Vita y abrazó efusivamente a su hermana Indra—. Este viaje en el tiempo que has hecho a Nínive me ha hecho muy feliz. ¿Dónde conseguiste todo esto?

—¿Dónde más? ¡La biblioteca de Asurbanipal! —contestó Indra, sin dar detalles de lo arduo que había sido, siendo ella tan femenina, caracterizarse de barbudo y poderoso asirio para después, mediante generosos sobornos en oro, acceder y «rescatar» todo lo que ahora estaba apareciendo frente a sus ojos.
Luego, recogió del suelo uno de los artefactos que hizo posible aquella hazaña: era un diminuto cubo negro. De él habían salido haces de luz verdosa en todas las direcciones, previo a la materialización de los objetos.

—¡Si nuestro padre, nos viera ahora! —una nube oscura nubló su mirada—. Seguro estaría enfadado. Nunca estuvo de acuerdo en que su esfera del tiempo sirviera para traer obras del pasado, aunque estas estuvieran destinadas a la destrucción.

—No seas aguafiestas. ¡Sé cuánto te gusta la aventura!, y además, estamos salvando verdaderos tesoros —replicó Vita. Ella vestia en forma despreocupada, como un muchacho, y con su pelo rubio muy corto, en realidad parecía uno.

—¡Pero nadie nunca podrá beneficiarse con todo este conocimiento! —dijo Indra. En sus ojos color miel se asomaban las dudas.

La idea de las hermanas era consolidar una gran colección con material que se sabía perdido: objetos de la biblioteca de Alejandría, de la de Pérgamo, los rollos de Herculano, códices mexicas, etc. Ellas los recuperaban antes de que la fatalidad los borrara de la historia. La pega era que su esfuerzo iba en contra de todas las leyes de viajes en el tiempo vigentes aquel año de 3050 d.C., por la posibilidad de alterar la historia humana. Al arriesgarse ambas a castigos ejemplares, todo lo recuperado, por más valioso que fuera, debía quedar oculto. Cambiar algo importante era una cuestión que preocupaba especialmente a Indra. Vita lo justificaba diciendo que aquellos objetos habían desaparecido en la antigüedad, por lo que no habrían tenido gran influencia.

De repente escucharon el sonido de una tablilla de arcilla hacerse añicos contra el suelo.

—¡No! —gritó Vita.

—¿Pero, qué diablos? —preguntó extrañada Indra.

De entre el material recuperado de Nínive salió un chiquillo harapiento. Ninguna de las dos lo podía creer. Vita abrió la boca, pero no pudo articular palabra.

—¡Imposible! —fue lo que dijo Indra acercándose al niño y tocándolo. Este se retorció ante el toque y gritó con todas sus fuerzas.

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Vita bebía una copa de auténtico vino Cheval Blanc 1947, e Indra, de gustos menos sofisticados, una cerveza corona, traída desde México. Había cosas que simplemente no podían ser escaneadas o replicadas, y tocaba traerlas físicamente. Se encontraban en la cocina de su casa, un lugar que más bien parecía un laboratorio. Las dos observaban cómo el chico asirio devoraba un plato de sopa hecho en el replicador de alimentos.

—¿Qué vamos a hacer con él? —preguntó Indra desesperada.
—¿Qué más? ¡Regresarlo!
—No se puede. La esfera solo soporta un ocupante.
Vita se quedó callada, cerró los ojos, apretó los labios y luego explotó:
—¿¡Cómo pudiste ser tan descuidada!?

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Le llamaron Asur, (por Asurbanipal, el rey asirio), y le dejaron quedarse a dormir en las inmediaciones de la biblioteca. Era donde al parecer, más a gusto se sentía. En alguna ocasión Indra intentó que le diera un poco de sol y el chico se había desmayado al ver objetos voladores en el cielo, edificios que pasaban las nubes y gente vestida estrafalariamente.

Se comunicaban con él a través de señas para lo más básico.

Asur vio muchas veces a Vita bajar a la biblioteca, que más bien parecía un santuario, a tocar las tablillas, extender los pergaminos, oler los papiros, en un acto casi «amoroso» hacia aquellos objetos. Asur parecía no entender aquel comportamiento. En alguna ocasión Vita le dijo a su hermana que no le gustaba la manera en que el chico la miraba.

Una noche, a punto de entrar la madrugada, un violento temblor sacudió la casa. El movimiento fue tan terrible que ambas hermanas temieron por su amada colección. Al bajar, vieron que la sala recuperada de Nínive ya no estaba, y fueron testigos de la transformación de Asur en un imponente mago asirio vestido con túnica azul turquesa adornada con flecos dorados y bordados geométricos. Llevaba una barba oscura y algo larga, sus ojos negros y profundos, relampagueaban. Asur las vio desaprobatoriamente, gritó enojado algo en idioma acadio, y luego se esfumó en el aire.

—¡Al menos al resto de la biblioteca no le pasó nada!—dijo Vita aliviada—. ¡Ese mago debió venir imbuido en alguna de las tablillas de Nínive!

Las dos subieron al piso superior y se sorprendieron de ver que el paisaje que rodeaba su casa había cambiado: en vez de otras construcciones modernas del 3050, las sorprendio un desierto de arena, un zigurat, y a lo lejos, el reflejo de las aguas de un río.

—¿Acaso es, el … Tigris? ¡Te dije que no era buena idea «recuperar» objetos del pasado! —exclamó Indra al borde del llanto.

—¡Nada de esto hubiera sucedido si te hubieras fijado bien lo que traías desde Nínive! —gritó Vita angustiada.

No muy lejos de ahí, en la gran biblioteca de Asurbanipal, ya nada faltaba.

Autor: Ana Piera.

916 palabras.

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Mi relato en la revista digital Masticadores https://masticadores.com/2025/04/28/la-coleccion-by-ana-laura-piera/

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El Ídolo.

Mi propuesta para el VadeReto del mes de abril: Un relato donde aparezca un libro real, también debe incluir un personaje destacado de algún otro libro, y algún detalle que dé a entender que se desarrolla en primavera.

Cuando se tapó la tubería de la casa del matrimonio conformado por Artemio y Esperanza, en la Cd. de México, se presentó un tipo que dijo llamarse Hércules Poirot. En un español con acento extraño, explicó que era bueno para casi todo: desde resolver asesinatos y acertijos, hasta trabajos más humildes como albañilería y plomería. Con la electricidad no se metía desde una vez en que casi se electrocuta tratando de resolver un misterio. No tenía pinta de plomero, vestía elegantemente y usaba un extraño bigote, muy tieso, estilo militar. Sin embargo, le hicieron pasar, pues les urgía arreglar el desperfecto. Se notaba que no le gustaba ensuciarse, se quitó su fina chaqueta y en mangas de camisa se dispuso a cavar. En poco tiempo estaba empapado en sudor por el esfuerzo y el calor primaveral. En un momento dado, lanzó un grito de entusiasmo. ¡Había encontrado algo!

—¡Esto es la causa del problema! —les mostró triunfante una estatuilla de barro cocido, ennegrecida quizá por un incendio antiguo probablemente es una pieza arqueológica, pues esta ciudad fue fundada sobre las ruinas de la capital del imperio mexica —dijo con aire conocedor.

Era una figura humana en posición sentada y con las piernas cruzadas, le faltaba la cabeza. En lo que quedaba del cuello pendía un collar de cuentas en forma de lágrima. Tenía los brazos sobre las piernas y en medio de ellas se veía un gran hueco, probablemente dejado por un enorme órgano sexual que seguramente corrió con la misma suerte que la cabeza: roto y perdido.

—Eso está muy raro Artemio— dijo la mujer en tono medroso, al mismo tiempo que se santiguaba, como le habían enseñado las monjas del Sagrado Corazón desde pequeña. En la cara de su marido se instaló una mueca burlona y luego dijo:

—Si damos aviso al gobierno, vienen y empiezan a hacer hoyos por todo el patio buscando más cosas y luego, dirigiéndose a Hércules—: ¡Termine de arreglar y tape todo! ¡Y nada de andar de hablador!

—¿Y qué vas a hacer con esa cosa horrenda? —preguntó Esperanza, sacando su biblia de bolsillo, sosteniéndola entre sus manos y pegada al pecho.

—Lo pondré de adorno. ¡Me gusta!

Hércules escuchaba con atención. Quería pedirle a Artemio que le diera el hallazgo como pago, pero eso ya no sería posible. Se notaba que lo dicho por el hombre era solo por darle en la cabeza a su mujer, y que la estatuilla le importaba un pito. Ese matrimonio andaba muy mal. Era una pena no poder quedarse con aquella figura. Su atracción por todos los vestigios y enigmas que había debajo de la ciudad era lo que lo había llevado ahí. Terminó de solucionar el problema y se retiró.

Y así fue que la efigie rota pasó a formar parte de la decoración de la casa de la pareja. Artemio la puso sobre la mesa del recibidor, entre la foto del único hijo, que posaba sonriendo en medio de la nieve de Canadá, donde vivía, y una imagen del Papa Francisco. Esperanza no se atrevió a protestar, pero no le agradaba nada tener aquello en casa.

Esa misma noche, ella, a sus 61 años recién cumplidos, tuvo, por primera vez en su vida, sueños eróticos y orgasmos intensos. Soñó que un indio musculoso, al que no le podía ver el rostro, le hacía el amor de una forma fogosa y ardiente, algo desconocido para ella.

—Anoche no me dejaste dormir, mujer. Te revolvías en la cama como babosa con sal y gemías adolorida.

—¡Perdóname viejo! Tuve pesadillas, para otra me despiertas.

Artemio no la despertaba. «Seguro es por la figurilla esa» —pensaba feliz. Le encantaba la idea de que Esperanza anduviera angustiada transitando por los sueños. Desde que tuvo que casarse a fuerzas por dejarla embarazada, sentía una hostilidad soterrada que solo había aumentado con el tiempo.

Ella amanecía sintiéndose culpable y hacía un esfuerzo extra por no caer en las provocaciones de su marido. En la iglesia se moría por confesarse, pero el pudor nunca la dejó contarle al sacerdote, ni a nadie. Rogaba a Dios que aquello parara y luego se arrepentía. Trataba de sentirse mejor pensando que solo eran sueños y no algo real.

En medio de un tórrido encuentro onírico, Esperanza se dio cuenta de que todo inició cuando encontraron el ídolo. Vio claramente que el collar de cuentas del indio que la hacía gozar, era exactamente igual al de la figurilla. Esto la puso muy pensativa.

Con los días Artemio se sintió desilusionado, al parecer su mujer estaba más en paz y ya no tenía malos sueños. Solo a veces un suspiro muy profundo y una sonrisa de total relajación se instalaba en su rostro mientras dormía. Tendría que buscar otra cosa con la cual perturbarla.

Una mañana, Esperanza no vio el ídolo en el recibidor y sintió como si le patearan el estómago. En medio de un ataque de pánico lo buscó por todos lados y se dio cuenta de que Artemio lo había puesto en la basura. Merodeando por ahí se encontró a Hércules, quien estaba a punto de llevarse el objeto.

Pero, ¿qué hace usted? —le increpó Esperanza.

¡Es que he descubierto el misterio de la identidad de esta figura! Efectivamente, es de origen prehispánico y representa a Xochipilli, el «Príncipe de las Flores». Una figura muy sensual dentro del imaginario mexica: dios de las flores, del placer y del amor. Si ustedes ya no lo quieren, me lo llevo para hacer más investigaciones sobre él.

¡Sí lo queremos! Mi esposo se equivocó. Por favor, olvídese de Xochi… ¿Cómo dijo que era el nombre?

—Xochipilli.

Hércules notó que el nombre pareció invocar en Esperanza un estado de felicidad: su rostro se relajó y sus ojos y boca parecieron sonreír al mismo tiempo. Ella tomó la figura amorosamente y entró rápidamente a la casa. No lo dejó ya decir ni pío. Resignado, terminó por irse. Estaba seguro que acababa de presenciar otro misterio, desgraciadamente su tiempo en la ciudad se acababa y no tenía tiempo de seguir averiguando.

Por su parte, Esperanza escondió muy bien a Xochipilli entre su ropa, cuidándose de que Artemio no la viera. Guardó su biblia de bolsillo en el fondo de un cajón. Mientras lo hacía musitaba: «perdóname Diosito».

FIN

Autor: Ana Piera.

Libro real: la Biblia, varios autores.

Personaje de otro libro: Hércules Poirot, detective que aparece en muchos relatos de Agatha Christie.

NOTA: Sé que no le hago justicia al personaje de Poirot en esta historia y que merece más. Espero que Agatha no venga y me jale los pies en la noche jejeje.

Se pronuncia: «Sochipili»

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Conquistar un Sueño – Microrrelato.

Mi propuesta para Escribir Jugando del mes de Abril. Hay que escribir un microrrelato de no más de cien palabras inspirado en la carta, que incluya el dado (ogro) y opcional que haga referencia al invento: microscopio.

Al sumergirse, los gritos de odio se desvanecen. Bucea feliz entre criaturas amables hasta llegar con la luna submarina y juega a conquistar su cumbre. Ella se lo permite, en los sueños todo es posible, y el ogro-buzo merece un respiro.

Él no quisiera abandonar su sueño acuático. Despierto no le espera nada lindo. Esta luna, al igual que su hermana celeste, es buena para conceder deseos y permite que el ogro sueñe por siempre, buceando entre peces, gambas, estrellas de mar y seres que solo verías a través de un microscopio.

Autor: Ana Piera

95 palabras incluyendo título.

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El Cuadro.

Perdón, lo estoy republicando pues por error lo había envíado a la papelera y por alguna razón ya no lo pude restaurar en su fecha original.

En este mes de febrero 2025, el Tintero de Oro convoca a un nuevo concurso. Ya que se homenajea a R.L. Stevenson y su magnífica novela «La Isla del Tesoro» (que leí de adolescente y me encantó), se ha de escribir un cuento de piratas que no exceda las 900 palabras. Este relato es una adaptación de otro ya publicado en mi blog hace tiempo. Le hice una «poda» necesaria, (increíble todo lo que a veces «sobra» en un relato sin límite de extensión). Actualización: Relato ganador de El Tintero de Bronce en el concurso.

«Esto se ha vuelto un vicio» —pensó Manuel mientras se dirigía a su trabajo como guardia de seguridad en una galería de arte. Siempre había trabajado de noche, salvaguardando los bienes de otros, mientras a él le robaban todo, hasta a su mujer.

Esa vez, durante el rondín, entró a una de las salas y sintió un frío tremendo que lo hizo respingar. Pensó que era un tema del climatizado hasta que algo helado le golpeó en la cara. «¿Nieve? ¡Qué locura!». Partículas heladas golpeaban su rostro como si estuviera en medio de una ventisca. Se dio cuenta de que el frío provenía de una pintura, alumbró con la linterna y leyó: «Paisaje Alpino». Max Besnard. Con una mezcla de miedo y curiosidad se acercó aún más. Tuvo la sensación que el cuadro se agrandaba, aunque en realidad era él quien se encogía. Sintió que caía al vacío, reaccionó y alcanzó a asirse a duras penas del marco de la pintura. Logró sentarse a horcajadas sobre él, con una pierna en el «Paisaje Alpino» y la otra colgando hacia la galería. Si se estiraba, podía tocar la nieve, o incluso, entrar de lleno en la obra, perderse en ella, caminar en medio de aquella helada blancura y asomarse a la casita típica que Besnard pintó a lo lejos. Aunque estaba maravillado, le preocupaba regresar. Intentar saltar al piso era un suicidio, cerró los ojos tratando de pensar y de repente ya no estaba en el cuadro, sino de pie, con su estatura normal, empuñando su linterna a la pintura. Ni rastros de frío o nieve, parecía que nada hubiera sucedido. «¿Qué rayos había sido eso? ¿Una alucinación?». Mientras terminaba su turno, se repetía a sí mismo que todo debió ser una mala jugada de la mente. En su casa, sin embargo, comprobó que tenía el rostro irritado por el frío y sintió los primeros síntomas de un resfriado.

En su siguiente jornada se detuvo más de lo normal en la sala donde se exhibía el «Paisaje Alpino». Tenía la esperanza de repetir lo vivido días atrás, sin éxito. Tuvo más suerte otra noche, justo cuando ya se daba por vencido. Se trataba de la pintura de un galeón pirata en medio de un mar tempestuoso. Logró sentarse en el marco y disfrutó mirando las olas pasar tan cerca de él que lo salpicaron de agua salada. Observó también las sombras de enormes animales marinos que nadaban en las proximidades del gran barco. De la nave le llegó, atenuada por el rumor del mar, una fiera melodía que los piratas cantaban al calor del vino.

Con el tiempo, con solo desearlo, pudo entrar o salir de las obras. Estas vivencias resultaron ser lo más gratificante que había sentido en mucho tiempo: el sexo le era indiferente, no tenía familia ni amigos, ni ninguna otra afición, por eso el día que supo que lo iban a despedir creyó enloquecer.

—Usted no es el mismo de antes, Manuel —le dijo el dueño, Mr. Carter—. El personal de la mañana ha encontrado puertas abiertas, alarmas desactivadas, ropa y artículos extraños tirados en las salas. ¿Qué diablos hacía un remo a mitad de la sala de «Cubismo»? El viernes será su último día, lo siento.

Aquella noche, en la abrumadora soledad de su departamento, abrió una caja con cosas de su exmujer, mismas que nunca le mandó, primero por rencor y luego por desidia. Entre otras cosas encontró una pequeña acuarela de una naturaleza muerta. No se imaginaba entrando en ella. Recordó con nostalgia su cuadro favorito, el de los piratas, y la canción que cantaban y que él ya hasta se había aprendido. Lloró como un bebé y luego, tomó una decisión.

En su último día de trabajo, desactivó temporalmente las alarmas y fue directo al cuadro del galeón. Con mucho cuidado, desprendió el lienzo de la moldura, lo enrolló amorosamente y lo guardó entre su ropa. Abandonó la galería y desde la seguridad de un callejón le llegó lejano el sonido de la alarma y de las sirenas de la policía. Después de eso no regresó a su casa y nunca pudo ser localizado.

El cuadro cuelga hoy en la sala de una familia cualquiera, el padre lo compró en un bazar de cosas usadas. Si alguien fuera lo suficientemente observador, vería algunas veces algo de movimiento en él. Y si esa persona pudiera hacerse pequeña, tal vez podría nadar hacia el galeón y subir a la nave. Observaría entonces a aquellos hombres rudos, ebrios de vino cantando sus aventuras. Tal vez le llamaría la atención un pirata nuevo, sin mucha pinta de pirata pero con todo el entusiasmo, alzando su copa jubiloso y cantando junto a todos los demás.

788 palabras.

Autor: Ana Laura Piera.

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Lo que sigue es un experimento: un podcast sobre este relato, realizado con IA. Gracias a Tarkion por compartir sus conocimientos en su blog. Si quieres visitarlo da clic AQUI. Pienso que la IA puede ser una herramienta valiosa, en lo personal yo solo la uso para ilustrar mis cuentos y ahora experimenté haciendo este podcast (que no pretende sustituir un podcast profesional).