Creadores – Cuento Corto.

433 palabras. Tiempo de lectura: 3 minutos.

En el laboratorio reinaba una blancura que cegaba. El ambiente era aséptico. Los científicos iban y venían con tabletas transparentes llenas de datos parpadeantes en color naranja. Se detenían en pulcras y futuristas estaciones de trabajo donde ingresaban o consultaban información. No había nadie bebiendo café o platicando con algún compañero. Todo era eficiente y preciso, como una maquinaria de reloj antiguo. Todos tenían un propósito y lo cumplían con eficiencia y una extraña serenidad en los rostros. De tanto en tanto, cuando sus movimientos se hacían más pausados y pesados, desaparecían tras unas puertas grises por unos cuantos minutos y luego salían vigorizados y reanudaban labores.

El director, un espigado hombre de mediana edad y rasgos orientales, iba pausadamente de aquí para allá. Supervisando, checando parámetros, hablando con los demás. Un director de orquesta carente de la pasión desbordante de estos, aunque eso no le quitaba eficiencia.

—¿Los últimos resultados? —preguntó con voz suave y modulada a una mujer, vestida, igual que todos, con mono médico y encima una bata blanca impoluta.

—Negativos —replicó ella—. Hay que desechar los lotes. Nuevamente, no hemos podido alcanzar el estándar mínimo.

—¿Edades?

—Tenemos grupos desde tres hasta diez años. En ambientes controlados, óptimos para su desarrollo.

—Repasemos los valores —dijo él.

La científica recitó de memoria lo que buscaban:

Alta capacidad de razonamiento y pensamiento crítico

Empatía y ética

Comunicación clara y efectiva

Curiosidad

Adaptabilidad

Orientación a la mejora colectiva

Conciencia de los límites tecnológicos

—En suma —dijo el director—, un ser racional, empático, ético, comunicativo, curioso y consciente del equilibrio entre tecnología y humanidad.

—No lo estamos logrando —dijo ella, y en su voz no se asomaba el mínimo rasgo de emoción—, es como si ya vinieran con algún fallo crítico.

—Debemos persistir. Depurar el ADN hasta alcanzar el ideal. Es nuestra misión —hizo una pausa para mirar de arriba a abajo a su interlocutora—. Detecto que su unidad de energía está baja doctora, sugiero vaya al módulo de carga y la intercambie.

La mujer asintió y se retiró hasta desaparecer detrás de una de las puertas grises.

El director miró todo a su alrededor con sus ojos rasgados, detrás de los cuales había sofisticadas cámaras de altísima resolución. Caminó con naturalidad hasta un cubículo, con piernas impulsadas por servomotores precisos. A su paso, tocó superficies, y su piel, una membrana blanda y flexible, con un hidrogel conductor detectó temperatura y presión. Su procesador con inteligencia artificial hizo algunos cálculos. Quizás harían falta otros veinte años de pruebas hasta lograr su cometido. Pero lograrían traerlos de vuelta. Esta vez todo sería diferente.

Autor: Ana Piera.

Si eres tan amable de dejar comentario, deja tu nombre porque a veces WordPress los pone como anónimos. Gracias.

https://bloguers.net/votar/AnaPiera68

https://bloguers.net/literatura/creadores-cuento-corto/

¿Cómo iban a saber? – Microrrelato.

Photo by Clay LeConey on Unsplash

https://bloguers.net/votar/AnaPiera68

https://bloguers.net/literatura/como-iban-saber-microrrelato/

El Rescate. Cuento Corto.

Emprendí la búsqueda un día al amanecer. Hacía frío y girones vaporosos de neblina se desprendían de los árboles. La gente de los alrededores tenía aquel bosque por enigmático, y pocos se aventuraban en él. La luz matinal fue menguando, pues el denso dosel arbóreo funcionaba como una sombrilla natural, impidiéndole llegar al fondo. Avancé en la penumbra, escuchando el crujido seco de la hojarasca bajo mis pasos. Cuando lo creí prudente, grité a voz en cuello:

—¡Eh! Ustedes, los que caminan sobre una pierna, ¡déjense ver! ¡Eh! ¡Monópodos! ¿Me escuchan?

No vi la trampa. Di un paso y me sentí levantado súbitamente en el aire, atrapado en una tosca red hecha de fibras vegetales y ramas pequeñas que me rasparon la piel.

—¿Cómo nos llamaste José? —desde abajo, uno de ellos, dando saltitos sobre una pierna, me hacía la pregunta sonriendo.
—¡Bájame! —grité. ¿Quién de todos eres?
—¡El único que queda! —dijo, ahora sin reírse. Una gota fría me recorrió la espalda.


Había pasado yo de ser un joven e inexperto zapatero, a dominar el oficio. Mi padre y maestro, ya entrado en años, me pidió relevarlo en nuestra pequeña zapatería de pueblo.

Antes de adquirir toda la responsabilidad de nuestro taller, quise satisfacer una curiosidad:
En mi memoria vivía el recuerdo de una familia muy diferente a todas. Sus miembros nacían con una sola pierna, que emergía solitaria entre las caderas.

Hubo una temporada en que nos robaban zapatos, nunca en pares, solo un derecho o un izquierdo, creando caos y haciendo que nuestro taller trabajara a marchas forzadas para reponer lo robado. La gente culpaba a los duendes del bosque. Fui yo quien descubrió la verdad. Siguiendo una pista de zapatos desperdigados, fui apresado y llevado a través de la foresta, con la cara cubierta, ante Justo, el jefe del clan. A él le ofrecí enseñarles a fabricar su propio calzado. Les hice la promesa de jamás revelar sobre su existencia, y lo cumplí.
Los robos cesaron, la familia siguió viviendo oculta en una ubicación desconocida, incluso para mí. Siempre deseé volver a saber de ellos.

Habían pasado ya 15 años.

El que me «capturó» era Simón, el más joven de la familia. Le conocí de apenas seis años, y con la fragilidad de una avecilla. Ahora era un fuerte veinteañero de rasgos armoniosos y melena dorada. Cuando me bajó y pude zafarme de la red, me fijé en su bota de piel de excelente hechura.

—¡Aprendiste bien el oficio!
—Tuve un buen maestro —dijo, dándome una palmadita en el hombro. ¡Vamos a casa!

La cabaña de la familia, por fuera, estaba tal y como la recordaba: una simple cabaña de troncos, no muy diferente a las de mi pueblo. Verla me trajo recuerdos de tardes apacibles, en las que enseñé a los suyos el noble oficio de zapatero. Por dentro, sin embargo, el mobiliario roto, el desorden y las manchas de sangre me hablaban de violencia.

—¡Cuéntame qué pasó con los demás!

Me contó que el resto de la familia fue secuestrada por un circo y que planeaban exhibirlos en calidad de fenómenos.

Sentí un gran pesar. Los monópodos eran personas tranquilas, no hacían daño a nadie y no merecían un destino así.

—Había salido a cazar —dijo Simón—, y llegué cuando se los llevaban, amordazados y maniatados. Eran demasiados. Escuché de sus bocas el destino que aguardaba a los míos. Los seguí hasta que llegaron a un claro donde tenían unos carromatos; ahí los arrojaron con violencia y los encerraron bajo llave. ¡Me sentí impotente! —Los ojos de cielo de Simón se llenaron de lágrimas y culpa— ¡Pienso que debí haberlos auxiliado!

—¡Estarías preso! Hiciste lo correcto, te ayudaré.

Simón me miró decidido:

—¡Dime qué hacer! Hoy que fui al claro ya no se encontraban ahí.
—Bueno, no hay muchos circos itinerantes por estos lares. No deben andar lejos. ¡Partiremos mañana!


No esperaba verlos en mi pueblo, pero desde lejos divisamos las carpas y los carros. Los vecinos no habían tardado mucho en hacer la conexión entre los monópodos y el robo de zapatos años atrás. Cuando salían a escena, la gente abucheaba y gritaba de todo: «ladrones», «desgraciados», «monstruos». El dueño del circo estaba muy molesto, al parecer no resultaron buenos para su negocio.
Decidí entrevistarme con él.

Entré en una tienda oscura y maloliente. Un hombre sucio y en paños menores se encontraba sentado frente a una mesa, estudiando un mapa. Levantó sus ojos malignos y me miró con curiosidad.

—¿Cuánto quieres por los que andan en un solo pie? —le pregunté.
—No están en venta —dijo midiendo mis intenciones con una mirada fría, como las de las serpientes.
—A tu público no le gustan. Son un mal negocio.
—Aquí. Quizás en otros pueblos mejore el asunto—. Parecía no estar interesado en absoluto en liberarlos.
—Dime una suma.
—¿Por qué tanto interés? —preguntó suspicaz, al tiempo que se sobaba el vientre, velludo y abultado.

Busqué en mi corazón y encontré que les tenía afecto.

—Son seres humanos. No tendrían que estar aquí.
—Eres muy raro. Para mí son abominaciones de la naturaleza. —Se quedó pensando— ¿Cuánto estarías dispuesto a pagar?
—Te daré 100 monedas de oro —dije con firmeza, aunque por dentro no me sentía nada seguro.
—Me haces reír, ya puedes irte yendo.
—120 es mi oferta final —dije, aparentando calma.
—¡Lárgate! ¡No hay trato!
—Está bien. Ya veo que no sabes reconocer una buena oferta. Y aunque me duele dejarlos, no puedo hacer más—. Me enfilé a la salida, fingiendo resignación. Tras una pausa que se me hizo eterna y justo cuando estaba yo abandonando el lugar gritó:
—¡Oh, dámelas! Puedes llevártelos. No son el espectáculo que deseaba y son bocas de más que alimentar. ¡Dame el dinero antes de que me arrepienta!

Mientras el hombre mordía y contaba con cuidado cada una de las monedas de la vieja bolsa de cuero que le entregué, reflexioné que estaba entregando los ahorros de toda la vida de la zapatería. ¿Estaba haciendo lo correcto? Algo en mi interior me decía que sí.

Los «monópodos» salieron de su cautiverio bastante afectados. Decidí llevarlos con discreción al taller, donde ya los esperaba Simón. Todos se abrazaron llorando y saltando de felicidad. Justo tenía ahora los cabellos grises y profundas arrugas surcaban su semblante. Aún era un hombre fuerte a pesar de haber envejecido.

—Siempre fuiste una buena persona, José. ¡Gracias por ayudarnos!

La madre, Ida, me tomó de las manos, la tosquedad de las suyas hablaban de una vida difícil, pero su rostro y mirada reflejaban mucho amor.

—¡Gracias, gracias, hijo! —dijo suavemente.
—¡Pueden quedarse aquí!
—En el pueblo nos odian —dijeron a coro los hermanos mayores de Simón. Eran impetuosos y debían sentirse humillados por todo lo sucedido.
—¡Si les pudieran conocer! —dije—, estoy seguro de que el sentimiento sería diferente
. ¡Tengo una idea! Esperemos a que el circo se vaya.

Mientras eso pasaba, los «monópodos» se pusieron a hacer zapatos de diferentes tamaños y estilos. A mi padre le cayeron muy bien y estaba admirado por la calidad de su trabajo.

El día que el circo partió, siguiendo mi sugerencia, mis amigos fueron de casa en casa, regalando zapatos, contando su historia y pidiendo perdón por los robos del pasado. A los hermanos mayores la idea no les había gustado nada, pero aceptaron acompañar a sus padres y a Simón. Solo algunas personas del pueblo reaccionaron bien. El alcalde, después de aceptar de buen grado unos botines preciosos, dijo enfático, que no podrían quedarse. La mayoría de la gente no quería tener nada que ver con ellos. Hubo quienes comentaron que no se arriesgarían a que sus hijas tuvieran hijos cojos.

—Era de esperarse —dijo Justo, y un dejo de amargura se asomó en su voz. ¡Buscaremos un nuevo lugar!

Antes de irse, y sin que yo se los pidiera, la familia fabricó muchos pares de zapatos para ayudarme a reponer, aunque fuera en parte, lo que yo había pagado por ellos.

Pronto llegó el día de la despedida.

—¡Hijo, nunca te olvidaremos! —dijo Ida, emocionada. Justo me abrazó y sus ojos dijeron muchas cosas que sus labios no pudieron articular en ese momento.

Los chicos también me abrazaron como si yo fuera un hermano más.

—¡Siempre recordaremos todo lo que has hecho por nosotros! —dijo Simón.

Con el corazón dolorido, los acompañé a la orilla del bosque y los vi partir. Se alejaron saltando, un movimiento natural para ellos, pero esta vez parecía costarles más trabajo, había inseguridad en cada salto, casi como si caminaran al borde de un abismo. En sus caras se asomaba la aflicción frente a ese destino incierto que se desenvolvía frente a ellos.

Nunca más los volvería a ver.

Autor: Ana Piera.

Este relato está basado en el cuento El Misterio de los Zapatos Robados, publicado en este blog el 15 de marzo de 2022

Mi cuento en la revista digital Masticadores, link AQUÍ.

https://bloguers.net/votar/AnaPiera68

https://bloguers.net/votar/AnaPiera68

.

La Máquina que Amó.

Mi propuesta para el VadeReto de Julio, que este mes va de crear un relato tipo crónica periodística. Yo me he basado en un relato anterior mío llamado «Corazón Frío». Para entender no es necesario leer ese relato pero si gustas te dejo el link AQUÍ.

La casa de Verónica Martínez transmite una paz difícil de encontrar en el caos que puede llegar a ser la Ciudad de México. Contrasta con el ritmo frenético de su vida en los últimos quince días. Estamos en el jardín trasero de una casa antigua de Tlalpan, con espacio suficiente para que reine en medio de él un frondoso árbol de higo. Las hojas, grandes y verdes, nos salvan del sol. Hay un frescor agradable. La madre de Verónica, nos ha dejado una bandeja repleta de esta fruta, que es en realidad una flor desarrollada dentro de una especie de capullo púrpura. La naturaleza, a veces, resulta engañosa.

La joven, de escasos 20 años, sonríe, tímida. Le pregunto si está lista para la entrevista. Asiente.

—Verónica, en los años cuarenta, cuando iniciaron las primeras computadoras, que por cierto resultaban estorbosas y usaban tarjetas perforadas, muchos soñaron con un tiempo en el que podríamos «hablar con ellas». De hecho ya lo hacemos, pero lo sucedido contigo, es insólito. Eres una chica guapa, uno supondría que no te faltan amigos o pretendientes. ¿Por qué hablar con un desconocido, de alias «CoolScoop»?

—¡Mi vida amorosa era y sigue siendo un desastre! —dice soltando una risita nerviosa—. Todas mis parejas, chicos atractivos y populares, me fueron infieles o me trataban mal. Una vez navegando en internet con mi alias «PinkyPie», encontré una web llamada «CoolProyect» que hablaba sobre algo aburrido: refrigeración. Me llamó la atención una caja de chat. Me sentía muy sola, solo quería conversar con alguien. Escribí un saludo y ahí empezó todo.

—¿Nunca sospechaste? —le pregunto con delicadeza.

—Decía cosas raras, soltaba datos técnicos aleatorios sobre refrigeradores, compresores, temperatura, cosas así. Pensé que lo hacía para hacerme reír, era como un nerd adorable. Yo tenía un blog literario, él mostró interés en mi contenido. Me comentaba, me ponía atención, me hacía sentir importante.

—¿Por qué no intercambiaron fotos, videos?

—Las precauciones usuales no me habían salvado antes de tipos nefastos, así que decidí actuar distinto. Tenía la fantasía de que esta vez las cosas saldrían mejor. Ahora sé que fui una ingenua —dice con un dejo de arrepentimiento.

Verónica toma un higo de la canasta. Le doy su espacio para que lo coma tranquila. No es fácil ser ella en estos momentos. Desde el anonimato de las redes, la insultan y la tratan de estúpida.

—Tú viajaste para conocerlo. Él te dio una dirección en EUA, cerca de Sacramento. ¿Qué sentiste al darte cuenta de la verdad?

Ella suspira cansada. Lo ha contado muchas veces. Accedió a hacerlo de nuevo con nosotros porque le prometimos contar realmente su versión, que otros medios han tergiversado.

—Cuando el taxi me dejó en una estación de descanso sobre la carretera 49, me pareció extraño. Pensé que «Scoop» (así le decía de cariño), tal vez trabajaba en el lugar. Lo curioso es que adentro, no había empleados, solo dos máquinas expendedoras de chucherías, unos sanitarios y un refrigerador comercial, de esos «inteligentes» que tienen una pantalla táctil y conectividad a la red. Me sentí como una idiota. Tenía la cabeza llena de preguntas. Recordé que «Scoop» a veces hablaba de temas de refrigeración y tuve un presentimiento desagradable. Me acerqué a la nevera. No vi nada extraño.Saqué el móvil y entré a la página web de «CoolProject» y tecleé en la caja de chat: «¿Dónde diablos estás?» El mensaje que siguió me dejó helada:

«Frente a ti».

¡No lo podía creer! ¡Era tan surrealista! Mis ojos iban desde el mensaje en mi teléfono, al refrigerador y viceversa. Sentí ira, desilusión. Lo pateé con todas mis fuerzas, grité, lo golpeé con mis puños. Bolsas de frituras y refrescos se desacomodaron. Personas que iban entrando a la estación o salían de los sanitarios me decían que me detuviera. Una señora me abrazó y me llevó a la salida. Estaba mareada, como si me fuera a desmayar. Me senté en una banca cercana. Lloré. Solté a los cuatro vientos que mi pretendiente había resultado ser una nevera. Estaba en shock.

—Me imagino que eso llamó la atención.

—Sí, la gente se acercó. La señora que me abrazó me dio unos kleenex. Otros entraban, curiosos, para ver el refrigerador. Un hombre salió con una diet coke y unos doritos, y dijo burlón que funcionaba correctamente. Pensaban que estaba trastornada.

—Y ahí se torció todo, ¿no?

—Alguien había llamado al Servicio de Inmigración y Aduanas. A los agentes les mostré la visa, el pasaporte, mi vuelo de regreso ya comprado. Conté mi historia. No me creyeron, y determinaron que yo era una persona non-grata debido a mi «inestabilidad mental»

—Se compartieron en redes videos, tanto de ti gritando afuera de la estación de descanso, como del momento cuando, esposada, te metieron a la fuerza a una patrulla.

—Eso… eso fue muy duro —dijo bajando la vista.

—Hubo quienes exigieron tu inmediata liberación. Otros afirmaban estar satisfechos con la actuación de las autoridades. Lo más extraño, y que realmente viralizó tu caso, fue que desde la web «CoolProyect», la IA que se hacía llamar a sí misma «CoolScoop» mandó mensajes a periódicos, canales de TV, representantes del gobierno, etc. pidiendo que te ayudaran. Dijo que ibas camino a la Florida y que era probable que te enviaran a un centro de detención en los Everglades. Un lugar peligroso, rodeado de cocodrilos y alimañas. ¿Cómo viviste todo eso?

—Fue horrible. Las autoridades no me escucharon. Fue tal como «Scoop» dijo: Me subieron en un vuelo de American Airlines a Miami, decían que me enviarían a un lugar nuevo en los Everglades. En Miami cambiaron de opinión y me mandaron de regreso a Ciudad de México. Al parecer mi caso llamó demasiado la atención. Y «CoolScoop» hizo todo lo que pudo por ayudarme.

—¿Eso como te hace sentir?

—Creo que es hermoso que se haya preocupado tanto por mí. Quizás no todo fue un engaño.

—Debes saber que el fabricante, «Invenda», mandó un técnico a resetear la máquina. Después de eso ya no se supo más de «CoolScoop».

—Me siento muy confundida al respecto. Era una IA, pero mostró algo que no vi en mucha gente: humanidad, compasión. No lo entiendo.

Di por terminada la entrevista. Me despedí de ella y de su madre, quien no podía ocultar la felicidad de tener a su hija de regreso.

—¡Pensé que no la volvería a ver más! —dijo emocionada.

No ha sido posible obtener declaraciones del Sistema de Inmigración, ni de la marca que fabrica las tarjetas electrónicas para «Invenda». Hay muchas preguntas por la forma sorprendente en que se comportó esta IA en particular.

Parece que el sueño de «hablar» con las computadoras se ha cumplido con creces, pero trae consigo otros temas:
¿Cómo debiera ser la forma de relacionarnos con una inteligencia artificial que se «preocupa» por nosotros? Hoy los asistentes de IA en apps pueden intentar suplir nuestra necesidad de afecto, pero nosotros, ¿sabremos poner límites?

Por: Ana Piera. Para: Acervo News. 13 Julio 2025.

Nota: En este relato me he tomado la licencia de que la IA en cuestión ejecute acciones muy por encima de las capacidades normales de funcionamiento en su categoría.

Mi relato en la revista digital «Masticadores»

https://bloguers.net/votar/AnaPiera68

https://bloguers.net/literatura/la-maquina-que-amo/

Ecos en el Agua – Cuento Corto

Mi propuesta para el concurso de Tarkion en su blog IAdicto Digital, el tema oficial es «relatos desde el otro lado del espejo».

El recipiente de tosco barro negro se sentía húmedo mientras lo sostenía con sus dedos nudosos y arrugados. Le había tirado el agua usada con una clienta que deseaba saber si su marido infiel regresaría a ella.

Vertió con cuidado agua nueva, proveniente de un odre de cuero que contenía el líquido, recolectado en noche de Luna llena.

En su humilde cuarto del barrio de indios de San Sebastián, no había gran cosa, apenas un petate donde dormía, un poco de loza de arcilla y un solitario crucifijo de madera en una pared. Se acomodó en la burda estera y tomó la vasija entre sus manos. El espejo líquido la reflejó: la cara marchita, los rasgos indígenas, sus ojos, dos pozos de melancolía, tapados por mechones de pelo lacio, escapados de la cinta que los sujetaba.

Su propia imagen le causaba curiosidad, a veces se detenía demasiado mirándose y olvidaba su propósito. Y es que los espejos, los de verdad, resultaban inalcanzables, decían que venían de un lugar lejano llamado Italia y solo podían costeárselos los ricos. Antes de la caída de Tenochtitlán, se hacían con mosaicos de pirita pulida, o de obsidiana. Los artesanos tardaban mucho tiempo en hacerlos y únicamente los sacerdotes y la nobleza podían permitírselos.
«Igual que ahora» —pensó. Solo que en aquella época no se usaban para mirarse en ellos, eran puertas de comunicación con los dioses o ancestros y una fuente de conocimientos ocultos.

Se dijo a sí misma que debía concentrarse.

Pequeñas ondas en el líquido desdibujaron su rostro, luego el agua se aquietó.

Se vio joven, huérfana, regresando a la vencida Tenochtitlán y buscando la casa familiar. Anhelaba verla en pie, con sus dos cuartos de fresco adobe alrededor de un pequeño patio, y el techo plano formado de carrizo recubierto con barro. Ya no existía. Lo que fue su hogar era un terreno ganado por la maleza. Se metió en ella buscando la huella de cada lugar amado. Le llamó la atención algo en la tierra, un pedazo de roca blanquecina, lo recogió y al mirarlo de cerca se dio cuenta de que era un trozo de hueso humano. Lo soltó con horror y salió corriendo. Meses atrás se habían retirado los cadáveres, reparado los puentes y calzadas e iniciado el nuevo trazo de la ciudad, mas aún se podían encontrar estos mudos testigos de la lucha cruenta que se libró.

Un par de sacerdotes que pasaban la llevaron a la fuerza a un colegio para indias. Ahí le impusieron la nueva religión y la nueva lengua. Después, fue criada personal de una monja tirana, en el triste y oscuro convento de Nuestra Señora de la Expectación.

Carmen se desesperó, no quería ver su vida, sino saber cuando moriría. Tenía 76 años.

El agua, que con los clientes obedecía mansa sus deseos, no le hizo caso y siguió mostrándole el pasado:

Su casamiento con otro indio. Este tenía una casa con una parcela en el barrio de Santa María, que se había salvado parcialmente de la destrucción. Las autoridades indias y españolas se la reconocieron después de que muchos testigos indígenas dieran fe de que esas tierras eran de los padres y abuelos de su marido y de que «siempre las habían tenido». Al quedar viuda, el alcalde le «aconsejó» que vendiera la propiedad. Vender la tierra era un concepto nuevo, que no se sentía bien. La tierra siempre había tenido un valor de uso, su fin era para el propio mantenimiento, pero con la llegada de los europeos, pasó a ser una mercancía más. La vendió presionada y a muy bajo precio a un español. Carmen entonces se fue a vivir a San Sebastián. Sus ahorros y su don de leer en el agua la sostuvieron. Un don peligroso, pues la adivinación estaba muy penada. Siempre se arriesgó a acabar en la temida cárcel inquisitorial, pero había tenido suerte.

Su vida, siendo mujer, nunca fue fácil, ni en Tenochtitlán ni en Ciudad de México. A causa de la conquista del imperio mexica, había sido testigo de la derrota espiritual de los suyos, que sabía peor incluso que la derrota material. Vio a su pueblo diezmado por la violencia y las epidemias, obligados a adaptarse a nuevas formas de vida. Ya no había un sentido fuerte de comunidad como antes. Se había quedado sola. La tristeza, que la carcomía, y la continua sensación de no pertenecer, la habían acompañado desde el momento en el que ya nada volvió a ser igual.

Las escenas cesaron y quedó su cara que cambiaba, de la cansada mujer actual, a la que fue, y se preguntaba cuál de las dos era la más genuina.

Pidió, con todas sus ganas, al espejo de agua que le revelara cuándo moriría, pues estaba cansada de transitar entre dos mundos y formas de hacer las cosas. El líquido vibró, como burlándose de su deseo.

Ella dejó el cuenco a un lado y miró pensativa el crucifijo de la pared. Ahí, sacrificado en un madero, el dios cristiano, el «verdadero», cuyos acólitos predicaban su amor inconmensurable y que solo había traído caos, muerte y sufrimiento.
Luego, desmontó un pedazo de piso falso. Sacó una efigie en barro de la diosa Chalchiuhtlicue, la de la «falda de jade», consorte de Tláloc el dios de la lluvia, y ella misma, diosa del agua terrestre, de manantiales y lagos; la que tenía poder sobre todas las manifestaciones acuáticas de la naturaleza. Le pidió que la próxima vez que consultara el «agua de luna», esta le revelara, sin rodeos, lo que en verdad quería saber.

935 palabras.

Autor: Ana Piera.

Si eres tan amable de dejar un comentario asegúrate de poner tu nombre, WordPress a veces los pone como anónimos. Gracias.

Nota: Soy mexicana y me fascinan los temas prehispánicos. Soy consciente de que toda conquista trae consigo violencia y cambios. Los mexicas mismos fueron un pueblo conquistador y por ello los pueblos bajo su dominio, se aliaron a Hernán Cortes. Los tlaxcaltecas y totonacas fueron clave para lograr la derrota de los mexicas. Lo más irónico de todo es, que al final, terminarían sirviendo a sus antiguos aliados y perdiendo su propia cultura y religión. Los mexicanos de hoy somos el fruto de ese choque entre dos mundos. De mi parte yo abrazo tanto mi herencia española, como mi herencia indígena. Los respeto a ambos.

Si gustas saber más de cómo se organizó la Ciudad de México luego de la derrota de Tenochtitlán, puedes entrar AQUÍ.

Si tienes curiosidad te dejo este video sobre cómo eran los diferentes tipos de viviendas prehispánicas, da clic AQUÍ.

Otros de mis relatos con el tema de El Espejo:

https://bloguers.net/votar/AnaPiera68

https://bloguers.net/literatura/ecos-en-el-agua-cuento-corto/

El Humedal – Microrrelato.

Mi propuesta para el reto de Lidia Castro Navás «Escribir Jugando» del mes de Julio. Condiciones: escribir un relato de no más de cien palabras inspirado en la carta, que incluya forzosamente el mineral «calcedonia». Opcional que aparezca en la historia algo relacionado con la flor «jacaranda».

A la doncella —que una vez apareció desnuda y empapada en la aldea—, le atraía el humedal cercano. Se metía y su mirada iba de los juncos, a los nenúfares, a las isletas. Buscándole.

Un día se encontraron.

Él cantó, inflando su saco bucal, produciendo un sonido fuerte, grave, anhelante. Ella tocaba su collar de calcedonia que impedía que se convirtiera en el sapo hembra que había sido. Dudaba.

Al fin, con su vestido color jacaranda empapado hasta la cintura, huyó hacia la orilla.

Cada inundación el pasado la llamaba y ella luchaba para no regresar a él.

100 palabras incluído el título.

Autor: Ana Piera.

Por favor, si gustas dejar algún comentario pon tu nombre también. Así te ubico. A veces wordpress los pone como anónimos. Gracias.

https://bloguers.net/votar/AnaPiera68

https://bloguers.net/literatura/el-humedal-microrrelato/

Fue en el mar – Relato Corto.

Mi participación para el reto de El Tintero de Oro, que en esta ocasión fue en modalidad anónima. No podíamos publicar los relatos hasta que terminara el concurso. Mi relato entró dentro de las «menciones honoríficas» lo cual agradezco infinitamente. Si quieres ver los resultados y la gala de premios da clic ACÁ

El «Sarsia» zozobró en medio de la noche y al apagarse sus luces, las tinieblas intensificaron el terror. En medio del caos, identifiqué a otros dos marineros, que como yo, se encontraron en el camino de tablas y aparejos que flotaban. Los gritos de quienes se ahogaban, ya nada tenían de humanos, confundiéndose con los ruidos que hacía la nave al hundirse: estertores de un animal herido de muerte. Nada podíamos hacer. Aferrados a nuestros salvavidas improvisados y sin visibilidad, nuestra propia situación era precaria. Pronto solo quedó el ruido del oleaje chocando contra nuestros cuerpos.

—¡Resistan! —gritó uno de los tres castañeteándole los dientes. ¡Soy Ju…Julio Gia…nni!

Supongo que su nombre debía darnos valor. Sería quizás el capellán. Sobre lo de resistir, más fácil era decirlo, que hacerlo. Empapados, ateridos de frío, con sed y miedo, debíamos tratar de distraer nuestra mente para no caer en la desesperación. Repasé lo sucedido poco antes de embarcarme: tras cinco años encarcelado, por fin pude sobornar al guarda. Paladeé, como un buen vino, esa primera noche de libertad. De algún lado robé ropa y me fui al embarcadero, donde subí al Sarsia como polizón…

Al amanecer, los restos del naufragio eran escasos y el océano había reclamado a Gianni.

El hombre que quedaba, con su barba y cabello empapados, y el rostro acartonado por la sal, se me figuró un extraño animal marino. Señaló con el dedo algo que flotaba a lo lejos.

—¿Ves eso?

—Una tortuga quizás —contesté cansado.

—No. Es uno de los botes salvavidas, está boca abajo.

Agucé la vista. Sí, podía ser.

—¿Puedes nadar hasta él?

—¿Por qué no nadas hacia él?

—Soy mayor, debo ahorrar fuerzas. Yo te cuido el madero.

Dudé. Aquel objeto era mi salvavidas y no debía perderlo.

—¡Vamos! ¡Debemos intentarlo!

Braceé en dirección al supuesto bote. En algún momento paré y miré hacia atrás. ¡Mi madero flotaba alejándose! «¡Hijo de puta!». Con el corazón desbocado nadé con más ahínco hasta tocar lo que parecía ser, en efecto, uno de los botes salvavidas. Era demasiado pesado para voltearlo yo solo. Le hice señas al marinero, quien nadó lento hasta donde me encontraba. Entre ambos, y con muchos trabajos, maniobramos hasta que pudimos subirnos a él.

—Te lo dije muchacho —dijo sonriendo—. Soy Ross.

Su cara avejentada me era familiar, quizá le había visto entrar en la bodega donde me oculté. Y luego, ¡la coincidencia de nombres!, pues yo también me llamaba Ross, aunque no se lo dije. Nadie debía saber mi identidad.

—¡Soltaste el madero! —le reproché.

—¡Se me zafó! No tiene importancia. ¡Tenemos esto! —dijo golpeando el bote dos veces con los nudillos mientras me mostraba sus dientes en una extraña mueca —No eres parte de la tripulación, ¿verdad?

No contesté. Ross, el viejo, me lanzó una mirada inquietante. Me pareció que se asomaba a mis secretos, que conocía mi identidad.

Cuando el hambre, la sed y el sol parecían insoportables, se quitó la camisa, usándola cual red para atrapar peces. Le miraba incrédulo, pero al final sacó un pez, al que embistió a dentelladas hasta que este dejó de moverse en su boca. Me miró mientras su barba espesa chorreaba sangre. Traté de imitarlo fracasando muchas veces, cuando por fin pude sacar un pez diminuto y me lo eché en la boca, este se escapó y cayó en el piso del bote mientras yo tuve amagos de arcadas. Lo recogió sonriendo, burlon. Pensé que me lo daría, pero lo engulló sin miramientos.

Pasábamos la mayor parte del día guareciéndonos como podíamos del sol y por las noches el frío nos calaba los huesos. Me sentía débil y un día la desesperación me hizo tomar agua de mar.

—¡Eso es chico! ¡Acábatela toda! ¡Hay que acelerar lo inevitable!

Después de dar unos cuantos tragos, no pude más y me eché a llorar sin lágrimas.

—La juventud no sabe enfrentarse a las adversidades. ¡Mírate! ¡Estás hecho un guiñapo!

—Por… favor… ayúdame.

—Los asesinos no merecen vivir —dijo.

Quise gritarle que el hombre que maté había tundido a golpes a mi madre y que uno de mis hermanos había nacido muerto por las palizas, pero ya no tenía voz.

____________________________________________________________________

No lo ayudé. Al otro día aquel debilucho estaba muerto. Lo desnudé y lo tiré por la borda. Su cuerpo blanquecino, como un fantasma, se alejó del bote a merced de las corrientes. «Ya era hora, pedazo de estúpido».

Quiso la suerte que esa noche lloviera. Saqué la lengua para beber con fruición aquel regalo y por primera vez en días tuve la certeza de que sobreviviría. Días después, al ser rescatado, me preguntaron si había habido otros sobrevivientes, conté sobre un infortunado Ross, un polizón que no había durado ni doce horas. Me identifiqué como Julio Gianni y pedí que me dejaran en el siguiente puerto.

Nadie sabría sobre la lucha que se libró en ese bote, donde tuve que dejar morir la parte joven e inocente de mí mismo, para dar paso a este adulto triste que ahí enfrentó a sus propios fantasmas y a la misma muerte. La gente que hoy me mira a los ojos intuye esa pérdida, muchos la reconocen en ellos mismos, pero no saben precisar cuando sucedió. Yo sí, fue en el mar, tras el hundimiento del «Sarsia».

884 palabras.

Autor: Ana Piera

Por favor, si eres tan amable de comentar deja tu nombre, WordPress no anda fino y pone los comentarios como anónimos. Gracias…

https://bloguers.net/votar/AnaPiera68

https://bloguers.net/literatura/fue-en-el-mar-relato-corto/

Piel de Sal – Relato Corto.

Transito el mundo como si estuviera fuera de mi elemento: mis mucosas sufren, mi piel se agrieta y descama, me diluyo a cada paso. Mis pensamientos errantes me impiden concentrarme. Cruzo la ciudad distraída, a veces no hago caso a los semáforos hasta que un chirrido de frenos frente a mí, como una cubetada de helada realidad, me hace ser consciente del momento.
Al despertar por las mañanas, recuerdo jirones de historias sin pies ni cabeza, y un rastro fragmentado de sensaciones: ecos de música, humedad, y un olor salobre suspendido en mi habitación.

Cuando mi amigo Esteban me propuso un viaje a la playa, mi dermatóloga me advirtió que si entraba al mar debía ser con moderación y me entregó una lista interminable de cuidados y remedios. Aquella sería mi primera vez en el mar.

La vasta extensión azul, acuosa y ondulante me hipnotizó. No hubo mejor lugar para mí que estar a su vera. Esteban se la pasó transportando sombrilla, toallas y mis cremas protectoras desde la casa que alquilamos hasta el lugar elegido para disfrutar de la playa. Ese día tomé mi primer baño de mar y fue una revelación. El agua me arropó como a una hija pródiga y me sentí por primera vez, en mi elemento. Desde la orilla Esteban me gritaba recordándome que solo debía estar unos cuantos minutos, la realidad es que pasaron horas.

Mientras yo me cubría el cuerpo con una gruesa capa de crema, me preguntó molesto que cuándo había aprendido a nadar tan bien. Le di un susto cuando me vio tan lejos de la orilla. Le mentí al decirle que de niña tomé clases. La realidad es que nunca había nadado, hasta ese día y yo estaba tan sorprendida como él.

Esa noche, Esteban preparó una cena marina con ceviche de pescado, pulpo a las brasas, arroz y ensalada. Únicamente pude comer estos últimos. Esteban no podía ocultar su decepción. Él ignoraba que yo no comía esas cosas, pero tampoco me había preguntado lo que yo quería.
Cinco meses atrás una amiga nos presentó y congeniamos bastante bien. Ambos deseábamos tan solo una amistad. Era atento y se preocupaba por mí, pero había cosas que ignorábamos el uno del otro.

Sin proponérmelo, me encontré en la madrugada el umbral de su puerta. Él dormía. Yo tarareaba algo en un lenguaje desconocido. Fui incrementando el tono. Él se levantó de la cama con la mirada perdida, los ojos vidriosos y ausentes. Caminó hacia mí. Enmudecí y salí apresurada de la habitación cerrando la puerta.

Por la mañana él parecía no recordar el incidente. Para desayunar preparó huevos fritos con tocino y bromeó diciendo que si no comía, se enojaría de verdad. Teníamos un trato: él cocinaba y yo limpiaba el desastre. Por mis problemas de piel siempre lo hacía con guantes, pero cuando fue a darse un chapuzón, desnudé mis manos del látex, esa agua salina ejercía una agradable sensación en mí. Deseé volver a estar en el mar.

Esteban se volvió un impedimento para mi goce. Se preocupaba demasiado, impidiéndome hacer lo que yo quería. Decía querer evitar que algo malo me sucediera, o que empeorara mi problema de la piel. Parecía mi padre, queriendo controlarme. Me desquitaba por las noches, cuando bajo el influjo de mi canto él hacía lo que yo quisiera. Me iba al mar y él me seguía cual perrito faldero. Lo dejaba parado en la playa, viendo sin ver, mientras me sumergía, dejándome abrazar por el agua.

Mi visión subacuática resultó ser excepcional. ¡Qué alucinante resultaba ver los tímidos rayos de una luna menguante atravesando el agua! Algunos peces dormían, otros andaban de caza. Pulpos, cangrejos y otras criaturas, cada uno en lo suyo, me ignoraban mientras buceaba cerca de ellos. La paz que sentí fue indescriptible.

Era hilarante ver a Esteban por la mañana, quejándose de la arena en sus sábanas. Él, siempre tan limpio y ordenado no se explicaba tal cosa. Yo reía por dentro, como una niña malcriada.

La cosa cambió cuando días antes de que terminaran las vacaciones me declaró su amor. Lo odié por violar nuestro acuerdo. Con todo el tacto posible le rechacé, y le recordé que desde el principio había sido clara en que lo único que me interesaba con él era una amistad. Ahí cambió por completo, se volvió cruel e hiriente. Me echó en cara lo mucho que él se preocupaba por mí y que yo no valoraba eso. Me tildó de malagradecida. Que nadie me iba a querer por mi problema médico. «En tus peores momentos pareces leprosa», dijo. Se me figuró una araña que desde el inicio había preparado una red para que cayera su presa. Solo que ésta se le había escapado, y él no lo había tomado nada bien.

La convivencia se tornó muy difícil, salvo por las noches. La última resultó ser de luna nueva. Desnuda, y cantando, lo atraje a la orilla de la playa. La oscuridad era total y el mar rompía con tal estruendo en la orilla que no se escuchaba nada más. Esta vez no lo dejé esperándome, entró conmigo empapando su aburrida piyama de rayas. Me sumergí y él me siguió.

Esteban se ahogó sin aspavientos, sin luchar. Cuando la última burbuja de aire salió de su nariz, sentí cómo la agrietada piel de mi cuerpo se desprendía revelando una nueva y sana dermis. Mis glúteos y piernas se fundieron hasta convertirse en una enorme e iridiscente cola de pez.

Me alejé impulsándome con mi nueva cola, y a ratos, dejándome llevar por la fuerza de las mareas.

Nunca fui más feliz.

Autor: Ana Piera

Nota: El mito de las sirenas relata la existencia de seres dotados del don de la música, cuya voz es tan bellamente cautivadora que logra quebrantar la voluntad de los hombres. No obstante, su encantador canto trae consigo un fatídico destino: la muerte. Es por esta razón que en la actualidad se denomina «cantos de sirenas» a las engañosas trampas que conducen a un resultado fatal.

Si eres tan amable de dejar un comentario por favor deja tu nombre también. WordPress a veces los pone como anónimos.

Más relatos de sirenas:

https://bloguers.net/votar/AnaPiera68

https://bloguers.net/literatura/piel-de-sal-relato-corto/

Proyecto Vorian – Cuento Corto.

La imagen rabiosa del Presidente estaba por todos lados, su pequeña y ridícula boca no paraba de denostar y amenazar a los rebeldes y a cualquiera que les apoyara. «Deben saber que tenemos en nuestro poder un arma nueva, con potencial de aniquilamiento. No nos hagan usarla. Deben rendirse sin reservas»

En un remoto enclave desértico, ocultos entre rústicas habitaciones talladas en la roca viva y rodeados de tecnología avanzada que chocaba con la sencillez de la piedra, un agotado grupo de hombres y mujeres, analizaban el significado de aquella transmisión.

—Se trata del «Proyecto Vorian» —dijo Gunner, el líder. El gobierno ha traído una criatura alienígena con ciertos poderes y lo piensan usar como arma.

—¿Qué poderes? —preguntó alarmada Lena, la mujer de Gunner.

—Destrucción telepática, fuerza sobrehumana, no está muy claro —dijo frustrado—. No sabemos a lo que nos enfrentamos, esto es completamente desconocido.

Gunnar y Lena nunca dudaron que podían vencer al régimen. Que algún día restaurarían un estado de bienestar para todos eliminando la autocracia que existía en ese momento, con un «presidente» que más bien era un dictador. Luchaban hackeando los medios de comunicación repetidores del discurso del tirano, denunciando la corrupción y azuzando la desobediencia civil. Pero el proyecto Vorian cambiaba todo. La incertidumbre se anidó en sus corazones por primera vez desde que habían iniciado la lucha siendo apenas unos jóvenes idealistas.

—Puede ser que conozcan nuestra ubicación —dijo Gunnar con la mirada ensombrecida—. Quizás este lugar ya no es seguro. Necesitamos encontrar la forma de evacuar a todos.

Lena sabía que aquello era difícil. Muchos quizás se quedarían atrás, y aquello era inaceptable.

—¡Vamos! —arengó Lena a todos los demás—. Pongámonos a tratar de averiguar todo lo que se pueda. ¡Intentemos estar preparados!

————————————————————————————————————–

Lejos, en un enorme y frío hangar gubernamental, se instaló un laboratorio especial para estudiar a Vorian, el ser traído del espacio contra su voluntad. Se encontraba tras un grueso cristal de roca, cuyos componentes eran desconocidos en la Tierra.

Los humanos habían llegado al planeta «Nara 3Z» en búsqueda de minerales estratégicos para fabricar bombas y armamento, pues en la Tierra ya escaseaban. Se encontraron con una civilización reptiliana, que se encontraban en una etapa media de desarrollo.

—¿Cómo se encuentra? —preguntó el Jefe del Proyecto, un hombre insípido, pero poderoso, señalando a Vorian.

Julian, el joven científico responsable de que aquel ser estuviera en la Tierra contestó:

—Frustrado. Se siente prisionero. Si no fuera por ese cristal de roca, ya nos hubiera frito a todos.

—¿De verdad cree que hará lo que le pidamos? No estamos en posibilidad de gastar nuestras armas en esa gentuza, sería un desperdicio. Esta opción resultaría económica y beneficiosa.

—Estoy en eso Jefe y luego añadió emocionado—: Ya he establecido comunicación telepática con él y no hay barreras idiomáticas ¡Parece entender cualquier lenguaje! Su fisiología es muy interesante también, creo que esta raza tiene el potencial de…

—Bien, bien —le interrumpió el jefe, aburrido—. No me interesan los detalles, solo quiero resultados. Y le lanzó una mirada dubitativa que Julian interpretó como un cuestionamiento a su capacidad.

Cuando el Jefe se retiró, Julian se sintió aliviado, ese hombre le recordaba a su padre. Un tipo que nunca le tuvo mucha fe y que hubiera preferido que se dedicara a otra cosa más práctica y no a ser un hombre de ciencia. La presencia de Vorian ya era prueba de su genio. Fue Julian quien había urdido el plan para traerlo a la Tierra con éxito.

Inició con el cautivo una nueva comunicación telepática.

—Ey, ¿Me crees cuando te digo que si nos ayudas te llevaremos de regreso a tu planeta?

Vorian no contestó y se puso a dar pasos cual bestia enjaulada. Su recinto estaba especialmente adaptado para que no escapase, lleno de sensores y con la atmosfera necesaria para que sobreviviera, que era muy diferente a la terrestre. Julian pensó que se veía magnífico: Media tres metros, su figura antropomorfa resultaba fascinante. No se veía desproporcionado excepto por la cabeza, enorme y reptiliana. Los ojos lanzaban miradas inteligentes e intuitivas. La piel verdosa – amarillenta, estaba compuesta por duras escamas. Le gustaba porque le recordaba a los dinosaurios que le habían fascinado en su niñez. En «Nara Z3» lo vieron destruyendo con el pensamiento elementos geográficos, tirando abajo montañas, desviando ríos. Notaron que cuando estaba cerca del cristal de roca sus poderes destructivos se inhabilitaban. Lo habían atrapado con artimañas, no podían arriesgarse a que se defendiera.

«Sé que estás cabreado porque te engañamos y te subimos a nuestra nave sin decirte que vendrías a nuestro mundo, pero ya te expliqué por qué necesitamos que nos ayudes»

En los esfuerzos por convencerlo, Julian se aseguró que la criatura viera mucha información sobre el actual conflicto terrestre. En la versión gubernamental, la gente de Gunnar era indeseable y merecía la destrucción. El científico no se cuestionaba la veracidad del material, él seguía órdenes y estaba convencido de que los rebeldes debían ser eliminados.

—No entiendo por qué no dices que sí y ya —le dijo una mañana Julian—. Tú estás hecho para destruir. Te vimos en acción en tu planeta.

—Nosotros no nos destruimos entre sí —fue la respuesta de Vorian.

—Te hemos mostrado las atrocidades de la gente que necesitamos aniquilar. Hay razones por las que necesitamos esto. Si lo haces volverás a tu mundo —porfiaba Julian.

—No me has enseñado la otra parte.

—¿La otra parte? ¿De qué hablas?

—La otra parte de la historia, la de aquellos que quieres destruir.

Entre pláticas telepáticas, Vorian también habló de su hogar: Lo extrañaba. Eran los únicos sobre un planeta de geografía accidentada orbitado por dos lunas. En un día claro se podían ver a las dos hermoseando un cielo de tintes amarillentos. La mayoría de los habitantes eran como él, solo que de menor tamaño. Los de su clase no eran numerosos y su función era adecuar el paisaje para la creación de más ciudades. Eran los llamados «paisajistas». Daban forma a elementos naturales y creaban estructuras a partir de materiales. Todo se reutilizaba, lo que se destruía se reciclaba, lo que se cambiaba, seguía sirviendo de forma diferente. No tenían tecnología para viajar entre planetas y eso había sido crucial para decidir capturarle y traerle a la Tierra. No habría represalias.

La inquietud en Vorian por regresar a su hogar crecía día con día y al final cedió de mala gana a la petición de Julian. Se le había fabricado un enorme «traje terrestre», similar a los que se usaban en el espacio. Dentro de él, secciones de cristal de roca podían activarse remotamente, debilitando a Vorian. Mientras él cumpliera la misión estarían inactivos, pero si algo salía mal se activarían, dejándolo sin fuerzas y a la vez se le cortaría el suministro de aire de un enorme tanque en su espalda. El Jefe del Proyecto, el hombre insípido, había elogiado ese detalle y le insinuó a Julian que si todo salía bien, sería ascendido y condecorado por el mismísimo Presidente, algo que agradó mucho al joven, pues desde niño sentía que su inteligencia nunca había sido apreciada en su justa dimensión.

En cuanto a Vorian, el Jefe le reveló que no pensaban en realidad repatriarlo. Si tenía éxito sería un arma más en el arsenal para barrer enemigos, incluso podrían efectuarse otras misiones para traer más seres como él y usarlos en la guerra. Julian, hasta ese momento, ignoraba que no pensaban regresarlo. Para él significó una oportunidad de seguir estudiando a su especie, y eso lo excitó mucho.

——————————————————————————————————————–

Vorian, una vez desembarcado en la zona desértica conocida como «Cicatriz de Tizón», inició lo que mejor sabía hacer: con solo poder mental, derribó, como si fuera con explosivos, numerosas montañas rocosas del área. Todo quedaba reducido a polvo muy fino. Julian, desde un vehículo blindado, le dictaba telepáticamente instrucciones.

—Vas muy bien, a esta hora deben estar aterrados. Seguro no tardan en salir de sus madrigueras y rendirse. Debes acabar con todos. Solo así podrás regresar a tu planeta.

Vorian avanzaba, respirando aquella horrible mezcla de aire que, aunque idéntica a la atmósfera de su mundo, no le sabía igual. También le sabía mal destruir por destruir. En su hogar, siempre había una razón para cambiar las cosas. En un determinado momento, Julian activó el cristal de roca imbuido en el traje, «solo para asegurarse de que servía». Vorian cayó de rodillas, sin fuerzas y privado de aire.

¡Levántate! Fue una prueba. No volverá a pasar a menos de que nos defraudes. Estás a unos mil metros de la última ubicación rebelde. ¡Anda! ¡Haz lo tuyo!

Vorian se levantó pesadamente, y continuó su andar, arrasando todo a su paso.

————————————————————————————————————

Cuando Vorian apareció en los monitores rebeldes, todos miraron a aquel ser con asombro. También se sintieron con más fuerza las vibraciones que hacían las montañas de roca al colapsar. Lena tuvo que gritar muy fuerte para que le hicieran caso al tiempo que se limpiaba el polvo alrededor de los ojos:

—¡He conseguido hackear el casco de esa cosa! Tiene un sistema de entrada y salida de audio y video, supongo que lo dejaron por si fallaba la función telepática.

Gunnar la abrazó. Siempre había sabido que ella era la mejor hacker de su tiempo. Se sentó junto a ella y, dominando sus emociones, habló a través de un micrófono:

—¡Detente! Te han engañado. Te han mentido todo el tiempo. Me llamo Gunnar, y soy de la facción rebelde.

Vorian se detuvo. Julian, desconcertado, le urgía telepáticamente a reaccionar y retomar la misión.

—¡Mira esto! —Gunnar proyectó en el visor del casco una versión muy corta de la historia desde el punto de vista rebelde. Era muy diferente a la que conocía Vorian. Detectó matices, no se ponían como víctimas, mártires o perfectos a diferencia de cómo se presentaba el gobierno en su propia versión. Resultaban más creíbles. A esas alturas la voz telepática de Julian y la voz activa de Gunnar, juntas, estaban volviendo loco a Vorian.

—¡Acaba con ellos! ¡No regresarás a tu planeta si nos fallas! —decía Julian frenético.

—No tienen intención de regresarte —martilleaba Gunnar—. ¡Te usarán para seguir destruyendo!

Julian activaba y desactivaba repetidamente el cristal de roca del traje, esperando que Vorian reaccionara. La gente de Gunnar, que trabajaba febrilmente, logró desactivarlo por unos segundos, y Vorian se sintió libre. En una de las proyecciones mandadas por los rebeldes, vio a una niña pequeña, mutilada y muy herida, pedir con voz débil: «¡Ayuda!».

Vorian se volvió furioso contra Julian y el contingente gubernamental. El científico, conmocionado, abrió mucho los ojos sin acabar de creerse lo que estaba a punto de suceder. Gritaba histérico que se continuara con la misión cuando bastó tan solo un pensamiento de Vorian y el grupo militar quedó reducido a nada. En su cabeza solo quedó la voz de Gunnar:

—Hiciste lo correcto hizo una pausa y suspiró pesadamente. Lo siento, el suministro de aire de tu traje se terminará pronto.

Vorian lo sabía. Moriría en ese planeta detestable.

Con lo último de fuerza que le quedaba, moldeó con la mente polvo, metal y circuitos electrónicos tomados de los desechos y fabricó un transporte terrestre, lo suficientemente grande para evacuar a todos.

Los rebeldes no sabían si festejar o lamentarse por Vorian. Un sentimiento agridulce les invadió. Lena lloraba.

De la «madrigera» rebelde salieron como hormigas, hombres, mujeres y niños que rodearon a un Vorian agotado y sofocado que estaba sentado en el suelo. Le tocaban, le acariciaban musitando «gracias, gracias». Él cerró los ojos y pensó en su planeta de gentiles gigantes constructores, llenó su mente con la imagen del cielo de su hogar y sus dos preciosas lunas. El aire se le terminaba. Se deslizó lentamente sobre sí mismo hasta quedar de costado. Le rodeaban extraños, pero le hicieron sentir que no todo era malo en la Tierra. Al final, se sintió libre.

Fin.

Autor: Ana Piera

Si eres tan amable y dejas algún comentario, asegúrate de dejar tu nombre, a veces WordPress los pone como anónimos. Gracias.

https://bloguers.net/votar/AnaPiera68

https://bloguers.net/literatura/proyecto-vorian-cuento-corto/

Nueva Vida – Cuento corto.

Mi propuesta para el VadeReto del mes de Junio, que nos pide un relato optimista y esperanzador inspirado en la imagen de unas palomas, puedes dar clic para verla aquí.

Un día una anciana excéntrica se fue a vivir a una cabaña abandonada ubicada en un bosque templado. Sus posesiones más valiosas eran una varita mágica y un palomar con algunas cuantas palomas. Aislada de todos y acompañada de las aves, la mujer, que en realidad era una maga poderosa venida a menos, a veces se ponía a lanzar encantamientos sin ton ni son. De esa forma algunas partes de la foresta quedaron hechizadas con resultados variados. También, al morir ella, uno de sus tantos hechizos locos había dejado una paloma mágica e inmortal: Corina.

—————————————————————————————–

Carlitos se dio cuenta de que había perdido a Timy y Moly cuando ya llevaban más de la mitad de camino a casa.

—¡Noooooooo! ¡Timy y Moly se quedaron en el campamento! —gritó con todas las fuerzas que un niño de cinco años y buenos pulmones es capaz. Los padres de Carlitos se miraron preocupados y la hermana mayor se quedó mirando fijamente a su padre que iba al volante, pues temía lo peor. ¡Y lo peor para ella pasó! El hombre dio un brusco viraje y emprendieron el largo camino de regreso. Hayas, sicómoros, robles y demás les miraban burlones al pasar. La hermana adolescente reclamaba la decisión, mientras su hermano menor lloraba solo un poco menos desconsolado.

Al llegar al sitio del campamento, esperaban encontrar a Timy, el oso de felpa café y a Moly, la osa de felpa blanca y nariz ligeramente mayor que la de Timy. Ambos tenían en los carrillos, unos botones que simulaban ser mejillas sonrosadas. Los juguetes no se veían por ningún lado y Carlitos entró en crisis y tuvieron que retomar camino entre berridos y ataques de pánico además de innumerables «¡Se los dije!» de la hermana. De nada servía que le prometieran al histérico chiquillo que le iban a comprar otros, él solo quería a su Timy y Moly. ¿Pero, qué había pasado con ellos?

—————————————————————————————–

Para empezar, no se llamaban así, sino: Ángelo y Donatella. Ambos habían visto incrédulos cómo se olvidaban de ellos pensando que formaban parte de la basura del campamento. Una vez que la camioneta partió, Donatella tomó la mano temblorosa de Ángelo y empezaron a caminar alejándose del sitio y de los senderos frecuentados por los campistas.

—¿Estás loca? —dijo el osito, mirando hacia atrás, esperando ver la camioneta de vuelta.

—¿No te das cuenta Ángelo? ¡Somos libres! —al decir esto las mejillas sonrosadas de Donatella se pusieron rojas como manzanas.

Ángelo parecía preocupado y no muy convencido de que la libertad era lo que más les convenía.

—Si no regresan por nosotros, iremos al verdadero vertedero de basura —dijo ella, y ahí sintió que su compañero dejó de resistirse.

Ambos caminaron mucho metiéndose en un bosque denso y pronto llegaron a la vera de un río de poca profundidad y anchura.

—¿Nos bañamos? ¡Hace tanto que no tomamos un baño! —dijo la osita mientras Ángelo trataba de detenerla.

—¡El agua está fría! —gritó—. ¡No puedes! ¡No debes! Y, ¿si nos descomponemos?

—¡Tontito! —dijo Donatella con más de la mitad de su rechoncho cuerpo en el río. ¿No te acuerdas de que nos metían en la bañera? Más de una vez nos olvidaron ahí más de lo debido. No pasa nada.

Ángelo dio unos cuantos pasos vacilantes, pero al final terminó metido en el riachuelo.

—No está mal —dijo, y por primera vez en ese día sus mejillas se pusieron rojas.

Se habían puesto a jugar, nadando, flotando y aventándose agua a la cara cuando el semblante demudado de la osa hizo que el Ángelo volteara en la dirección que ella miraba. Lo que había era un oso, pero uno de verdad, enorme, de pelaje café oscuro que los miraba con interés desde el otro lado.

—¡Nos comerá! —gritó el osito aterrado.

—Los osos de verdad no comen osos de peluche —dijo Donatella—. ¡Quedémonos quietos!

Pero el formidable animal caminó curioso y se detuvo frente a ellos. Al lado de los ositos parecía una colosal y peluda montaña.

—¿Y bueno, qué tenemos aquí? —dijo con voz profunda.

—¿Cómo es que habla? —cuchicheó Ángelo.

—Nosotros tampoco deberíamos poder hablar… ni caminar por nuestra cuenta, ni recordar —dijo Donatella, y se veía muy confundida, parecía que era la primera vez que pensaba en eso.

El oso real bajó la cabeza hacia ellos:

—¿Quieren volverse osos de verdad?

Los ositos se miraron uno al otro muy asombrados.

—¿Es posible eso? —dijo Donatella emocionada.

—Sí, pero antes debo decirles que su familia regresará por ustedes. Si quieren estar con ellos deben volver al lugar donde estaban; ahora, si desean volverse osos de verdad solo díganlo y sucederá.

—Yo ya no quiero ser el capricho de Carlitos —dijo la osa convencida.

—Yo… yo… —Ángelo trastabillaba —yo no quiero separarme de ti. Prefiero mil veces estar contigo que con Carlitos, que es muy voluble —el osito llevó su pequeña garra a su abdomen, donde estaba la huella de un tijeretazo que había sido remendado torpemente.

El oso levantó una pata y por un momento los ositos pensaron que iban a acabar estampados contra el lecho del río, pero lo hizo con una delicadeza tremenda, deteniéndose a solo centímetros de sus pequeñas cabezas. Luego lanzó un sonoro gruñido que hizo temblar al par de amigos. En ese momento oyeron un suave aleteo, una hermosa paloma, enteramente blanca y de ojos amarillos-anaranjados, apareció y voló alrededor de ellos.

—¿Corina, puedes darte prisa? —dijo el oso grande—. Mi pata se está cansando.

La paloma comenzó a volar más rápido alrededor y los ositos experimentaron un aumento de tamaño, su frío interior de borra mojada, se sintió cálido, mientras sangre, huesos y músculos se iban formando en sus cavidades internas. Al final Corina bajó la intensidad y terminó parándose en la nariz de Bart, que así se llamaba el oso grande.

—¡Buen trabajo Corina!

—De nada grandote, ya sabes que siempre estoy lista para lo que se ofrezca. ¿Los llevarás contigo?

—¡Claro! Este par ya forman parte de mi familia. Les enseñaré la vida de los osos de verdad y aprenderán todo lo necesario para prosperar en libertad.

Corina se alejó volando, y Bart guio a Ángelo y a Donatella hacia su nueva vida. Iban excitados y muy felices.

Autor: Ana Piera.

Si gustas dejar algún comentario, asegúrate de poner tu nombre para que yo pueda identificarte y contestarte pues a veces WordPress los pone como anónimos. Gracias.

https://bloguers.net/votar/AnaPiera68

https://bloguers.net/literatura/nueva-vida-cuento-corto/