Colonización.

Desde el blog Alianzara, Cristina Rubio nos lanza un reto: escribir un relato en el que un momento se convierta en una eternidad.

imagen generada con IA. Gracias a Tarkion por sus consejos para generarla. Seguro puede mejorar pero el prompt no me dejó «explayarme».

«Eso» que dejé dentro del «cubo-trampa» tiene mi cerebro completamente frito.
Ayer, después de horadar y bajar el cubo a las entrañas de la Luna, yo esperaba, como es usual, sacar hielo, agua, o rocas que la contienen, pero ayer fue distinto.

De regreso en mi estación lunar, sujeté el cubo lo mejor que pude, y aun así se movía furioso para todos lados. Lo que fuera que estaba dentro, pugnaba por salir. Me fui directo al ordenador y mandé un mensaje avisando a las demás estaciones de prospección hídrica en la Luna sobre mi experiencia.
No espero ayuda, cientos de kilómetros nos separan a unos de otros, y cada quien debe resolver sus propios problemas.

Mis horas de descanso transcurrieron lentas tratando en vano de ignorar el estruendo que hacía el «cubo-trampa», preguntándome si aguantaría tanto golpe y movimiento.

Ya es otro día y la rutina no debe alterarse, luego habrá tiempo para analizar el contenido del cubo. En la Luna hay que aprovechar al máximo los aproximadamente catorce días de luz solar continua, que hacen posible las labores de prospección. Mañana inicia el periódo de oscuridad y bajas temperaturas, alrededor de catorce noches donde el trabajo se hace en el laboratorio, analizando muestras y generando informes para MoonSeek, nuestro empleador en la Tierra.

Dentro del vehículo de prospección, me quito el molesto casco protector. Ingreso unas coordenadas en un teclado de luces anaranjadas y el equipo, una mezcla de retroexcavadora y taladro sobre ruedas gigantescas, arranca. Surca a velocidad media, la polvosa superficie lunar, evitando rocas o bancos de arena profunda que pudieran atrasarnos. De un termo bebo un café espantoso hecho con agua reciclada de mi orina y sudor, (el agua de la luna aún no tiene certificación alimenticia). Me golpea el recuerdo de mi mujer Alex, y de Nico, nuestro hijo de cuatro años. Pasan delante de mí imágenes de nuestra vida antes de la última gran guerra en el 2038, donde ambos me fueron arrebatados de la manera más cruel posible.

Luego de eso, MoonSeek me reclutó. Yo quería huir del dolor, de los recuerdos, y de un mundo devastado. Irónicamente, los dos primeros acabaron viajando conmigo al espacio. Siempre me repito que estoy haciendo algo importante: pavimentar el camino para la ya urgente colonización de nuestro satélite. Lo repito como un mantra y dejo de pensar un poco en las cosas que me duelen.

El vehículo llega al sitio, digito algunas cosas más en el teclado y la unidad perforadora empieza su labor, después lanzaré otro «cubo-trampa». Siento temor. ¿Y si la historia se repite?

Pasaron las horas y todo ha sido muy normal. Ahora debo regresar y enfrentarme con «eso» que dejé encerrado. Tengo la esperanza de que solo haya sido un hecho aislado, o mejor, que haya sido fruto de un estado alterado de mi conciencia, quizás provocado por la soledad. ¡Ojalá el cubo esté quieto!, ¡Ojalá no haya nada en su interior!

No es así.

Está abierto, destrozado. Esperaba ver una bestia, mas en su lugar flotan, gracias a la atmósfera artificial de la estación, pequeñísimas esporas translúcidas. Capturo una muestra para tratar de desentrañar el misterio. La ingreso en el espectroscopio. Escucho el sonido de mensajes llegando, otros prospectadores reportan haber tenido la misma experiencia que yo.

Debí haber leído el análisis de la muestra, pero no lo recuerdo. No sé por qué estoy saliendo a horadar de noche, está prohibido. Me falta el café. Las caras de Alex y de Nico se desdibujan. Solo puedo pensar en perforar y recolectar. No regreso a la estación, ahí mismo, en medio de una extensión lunar llamada «Bahía del Honor», libero el contenido: esas esporas pequeñísimas que acaban cayendo sobre la superficie, quizás contaminándola. Ya no distingo día o noche, el tiempo no existe. Perforo, recolecto y libero en un ciclo que parece no tener fin. Cada vez me muevo más lento, siento mi cabeza a punto de estallar.

No sé cómo ni cuando llegué, pareciera que estoy en la estación. Ya no reconozco nada, el dolor es insoportable, escucho crujir mi cráneo, «algo» se está abriendo paso a través de él…

Fin

Autor: Ana Laura Piera

Nota: Relato que se inspira en el comportamiento del hongo cordyceps cuando toma control de un huésped. Si quieres saber mas da clic AQUÍ.

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La Elegía de los Elfos – Microrrelato.

Relato publicado en mi blog el 21 de dic 2023, en ese momento lo intuía, pero, viendo como va el mundo, ahora tengo la certeza de que los elfos también éramos nosotros.

Al alba, la suave y triste elegía de los elfos se eleva desde el suelo del bosque, hasta el verde dosel, anunciando la muerte inminente de su hogar.

El mutismo de la pandereta es un aviso doloroso de que se aproxima el cierre de la vida tal como ellos la conocen: el hombre, ese ángel destructor, encontró al fin la puerta secreta que conecta su mundo de caos con el bosque encantado.

¿Qué harás para impedirlo?

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

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Mal inglés… microrrelato.

Cuando vió la nota le llamó la atención la palabra «Amazon». Leyó un poco, sin pasar de la segunda línea. Rara vez leía los artículos completos.

Tradujo en su mal inglés: «Amazon está en una buena racha… 14 veces más «hot» que el año anterior, los expertos predicen…»

Traducción correcta: «El Amazonas se quemó 14 veces más el año pasado, los expertos advierten que los incendios podrían ser peores este año. Con los bosques desapareciendo, los animales no tienen a dónde ir. Especies enteras están en riesgo. Si el Amazonas cae, perdemos uno de los lugares mas críticos para la biodiversidad.»

Checó su móvil, abrió Amazon, buscó papel de baño y ordenó su dotación mensual. Luego exclamó:

—¡Ahhhh! ¡Qué buena app! Con razón está tan «hot».

Autor: Ana Piera.

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Mi relato en la revista digital Masticadores

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Revolutio.

Mi participación para el VadeReto del mes de abril 2025. El tema es «los ríos».

—Me parece que todo lo que cuentan sobre el «Thuban» es pura exageración —dijo Mik mientras se frotaba los ojos, tratando de ver el camino, pues era corto de vista. Lo que quería era que todos abandonaran esa loca idea de ir en busca del mítico río. Pensaba que era un viaje inútil y él tenía cosas mejores que hacer: los campos no se cosechaban solos y temía a la ira del dueño de las tierras.

—Se dice que ese río se formó con las lágrimas de un mago enamorado, y que quien beba de sus aguas, tendrá amor y descendencia en abundancia. Hace demasiado tiempo que no nace un solo niño en nuestra aldea. ¡Debemos intentarlo! —quien había hablado era Mire, que tenía fama de curandera y de saber sobre ese tipo de cosas.

Y así, todas las parejas que aún no habían tenido hijos, iniciaron una procesión en busca del «Thuban». Iban temerosos de no pedir permiso a su amo y señor, pero no sabían que este estaba al tanto de aquel viaje y secretamente deseaba que encontraran el tal «riacho», (por alguna razón lo imaginaba pequeño). Pensaba que si sus siervos pudieran tener tantos hijos como los tienen los conejos, no faltarían manos, ni grandes ni pequeñas, para labrar sus tierras y seguir enriqueciendo sus dominios. Por ello no mandó a sus soldados a detenerlos ni les estorbó de ninguna manera.

En el camino, Mire contó en detalle la leyenda del mago Thuban, enamorado de una estrella: Alhena. Ella había bajado a la tierra en forma humana y se habían enamorado cuando el mago era joven, luego, Alhena debió regresar a su lugar en el firmamento y dejó a Thuban con la promesa de que volverían a verse en persona. Él podría ver siempre su deslumbrante luz desde la tierra, y así quizás no la extrañaría tanto. Cuando el mago era ya muy anciano, un día se asomó buscándola y no la encontró. Fue tal su aflicción que lloró desconsolado y las lágrimas formaron un río que inició debajo de su lecho y siguió un curso hasta el sótano, ahí muebles y libros flotaron en aquella tristeza acuática. Surgieron peces, nenúfares y cangrejos. Al final tanta agua no pudo ser contenida, y se hizo un boquete por el que empezó a manar con fuerza, debilitando el castillo, que terminó desplomado. Así, bajo sus escombros nació el río «Thuban».

—¿Y qué pasó con el mago y la estrella? —preguntó uno de los aldeanos.

—Thuban se dio cuenta de que no había encontrado a Alhena en el cielo, pues ella había bajado para verse con él. Ambos se fundieron en uno solo y se elevaron hasta el cielo para ocupar un lugar en la noche del mundo. De esa unión surgieron muchas estrellas nuevas. La destrucción de la morada del mago ocurrió inmediatamente después.

—Todo eso son tonterías —dijo Mik en tono burlón—, cuentos de viejas. No sé por qué los estoy acompañando. Cuando nuestro amo se entere, nos castigará con furia y nos quedaremos sin nada. Yo iré y le pediré perdón, quizás tenga misericordia de mí y de los míos. Hizo ademán de dar la vuelta para regresar, mas su mujer se negó a seguirlo, y como él no podía ver bien y temía perderse, muy a su pesar, se quedó. Eso sí, renegando y mascullando en contra de aquella empresa insensata.

Todos los demás estaban muy ilusionados con la posibilidad de por fin ser padres y querían continuar. No les importó atravesar intrincados bosques y agrestes cañadas. En su camino encontraron arroyos y afluentes, pero ninguno era el que buscaban. Se decía que las aguas del «Thuban» eran de color zafiro.

Una mañana, escucharon el familiar rumor de aguas corriendo y cuando se acercaron y vieron correr un hermoso torrente azul purpúreo, se emocionaron. Caminaron a lo largo de sus márgenes unos kilómetros hasta que encontraron los vestigios de las cuales surgía. Ya no había duda, ¡lo habían encontrado!

—¡Beban todos! —dijo Mire con una sonrisa en el rostro.

Así lo hicieron y en poco tiempo comenzaron a sentir que el corazón se les desbordaba en el pecho y cada uno tomó a su pareja y alejados unos de otros, hicieron el amor con una pasión y una felicidad hasta entonces desconocida. Estuvieron unidos mucho tiempo y cuando todos se reencontraron, se veían distintos.

—He tenido una revelación —dijo una aldeana—, y es que no hemos podido ser fértiles porque no hemos sido plenamente felices.

—¿Cómo serlo? —dijo su pareja—. Trabajamos de sol a sol, no tenemos tiempo para nosotros y nuestra paga es ínfima.

—Nuestro señor no ha sido justo con nosotros —dijo otro—. Él se queda con el fruto de nuestro trabajo y deja que vivamos casi en la miseria.

—Necesitamos vivir y trabajar en condiciones mejores —dijo Mik. Su rostro estaba tan cambiado que parecía otra persona.

En unos odres de cuero, que llevaban para tal efecto, recolectaron un poco de agua del río para compartir con aquellos que se habían quedado en el poblado.

Al marchar de regreso, las mujeres intuían llevar ya la semilla de una nueva vida en sus vientres. Lo comentaron con sus parejas y todos estuvieron de acuerdo: lucharían por su felicidad o morirían en el intento. Al frente de todos iban Mire y Mik, quien, por cierto, ahora parecía tener mejor vista que nunca.

La magia de las aguas del río Thuban los habían cambiado para siempre.

Autor: Ana Piera.

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Nota: revolutio en latín es revolución.

Parte de este relato está inspirado en otro relato mío «De Magos y Estrellas».

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Desamor. Microrrelato.

Mi propuesta para el reto de El Tintero de Oro de marzo 2025: Escribir un relato de desamor en no más de 250 palabras.

Con los ojos empañados, las manos temblorosas y sintiéndose una estúpida, digitó la intrincada contraseña que en un tiempo significó la puerta a la felicidad.

El blog privado había sido idea de él. ¡Tantos mensajes! Aunque ninguno reciente, y los últimos eran entradas propias, preñadas de preguntas, lamentos y tristeza que no encontraban eco en ninguna parte.

Esta vez supo resistirse al impulso de leer los del tiempo de la dicha, donde una frase hacía la diferencia entre un día de mierda y uno glorioso. Suspiró. Lo que fue bello, ahora la dañaba. Después de cinco años, reconoció que todo había sido una mentira, un juego cruel. Con el corazón roto eliminó aquel blog, y con su desaparición, supo dar por fin el primer paso para sanar: amarse primero a sí misma.

Autor: Ana Laura Piera.

133 palabras.

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Insomnes – Microrrelato.

Mi propuesta para el reto de Lidia Castro «Escribir Jugando» de Marzo 2025. Crear un relato de no más de cien palabras, Inspirarse en la carta, incluir el mineral amatista y opcional que aparezca la flor de bach Cherry Plum.

Con la amatista bajo la almohada, sus sueños resultaban demasiado vívidos, incluso, angustiantes. Prefería eso a seguir insomne.

La que andaba desvelada era su abuela, buscando su amatista «perdida».

Cuando la abuela recurrió a un método de emergencia para dormir, encontró a su nieta en un sueño: la chica era una fiera sacerdotisa celta y ella, la abuela, la víctima que sería sacrificada a los dioses. Despertaron ambas muy impresionadas.

—Dividamos la piedra y compartamos este mundo onírico —propuso la abuela.

Antes de dormir, ambas tomaban té de Cherry Plum para que los sueños no se salieran de control.

100 palabras.

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Rebeldía – Microrrelato

Mi propuesta para el reto de Lidia Castro Navás: Escribir Jugando del mes de Febrero 2025. Hay que inspirarse en la carta, incluír el elemento del dado (baúl) y opcional agregar algo referente al invento: periódico.

Los dolores de cabeza se habían vuelto insoportables, ni siquiera la dejaban ya leer el periódico. ¡Era hora de solucionar eso! Intuía que el malestar no desaparecería hasta que evitara que el monstruo de la historia se convirtiera en caballero.

La autora tomó su pluma y tachó la parte donde la criatura encontraba un cofre mágico, que al abrirlo la había transformado en un correcto caballero de armadura. Casi de inmediato, los dolores cesaron.

Tendría que reescribir el cuento. Le quedaba claro que el monstruo no deseaba ser otra cosa. Hay personajes que no dan su brazo a torcer.

100 palabras incluyendo título.

Autor: Ana Laura Piera

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Venganza.

Todo empezaba así: mi madre hablando en voz baja con mi padre, lanzando miradas duras hacia mí. Papá miraba al cielo, pidiendo paciencia, y luego, también me miraba, pero con amor y una sonrisa en los labios.

El sábado, cuando el olor del café recién hecho se colaba en los dormitorios anunciando el inicio del día, papá subía a mi habitación y se sentaba en el borde de la cama esperando paciente a que yo me despertara. Al abrir los ojos y verlo, la pieza final del misterio se completaba:

—¡Papá, no!

—¡Que sí! Por cierto, buenos días.

—Buenos días.

—Anda vístete. Tú decides: tu madre o yo.

—Que no quiero ir.

—Es necesario —decía hundiendo, cariñoso, su mano huesuda en los rizos salvajes de mi cabeza—. ¿Has visto el león melenudo que ruge al principio de algunas películas? Ya te pareces a él.

Mi madre, que había estado escuchando todo desde el pasillo y no confiaba mucho en la labor de convencimiento de su marido, entraba entonces para reforzar el argumento:

—Diana, ya es hora de que te veas más cuidada, más arreglada. Ve el ejemplo de tus primas. ¡Tan correctas ellas! Ya es hora de que te lleve yo al salón de belleza y dejes de ir a la barbería de tu padre. ¡No eres un chico, por Dios!

Yo cerraba los ojos y movía la selva que era mi cabeza de un lado a otro mientras apretaba los labios muy fuerte e imaginaba que ambos se rendían y se iba cada uno a hacer lo que sea que tuvieran que hacer un sábado por la mañana, dejándome en paz. Entonces papá soltaba algo como esto:

—Saliendo de tu corte te llevo a comer y luego vemos si encontramos la guitarra que quieres —decía mientras mi madre le lanzaba miradas de reproche que él pretendía no ver hasta que ella acababa por irse.

El ofrecimiento de papá hacía que yo me vistiera, aunque sin muchas ganas, y me dejara conducir hasta la barbería, donde Genaro ya me estaría esperando, con su mirada de viejo travieso y las tijeras en la mano. Me gustaban las pláticas que tenían papá y él sobre futbol o noticias. Los dos eran muy ocurrentes y se la pasaban riendo, y sobre todo, agradecía que Genaro no me hiciera preguntas estúpidas. Con todo, los chasquidos que hacían las tijeras mientras asesinaban mis rizos me resultaban casi insoportables. Todo el tiempo yo permanecía con los ojos cerrados, incapaz de mirar en lo que me estaba convirtiendo. No los abría siquiera cuando él tomaba un espejo y lo colocaba detrás de mí para que yo pudiera echar un vistazo. Yo me bajaba de la silla a ciegas y luego, de espaldas a cualquier espejo, buscaba a papá.

—Estás muy guapa Diana, de verdad te ves muy bien.

—Ajá

—Tu madre nos dejará de molestar por un rato. Anda, vamos a desayunar.

En el carro, mis manos explorarían a ciegas mi nuevo corte. Donde antes había rizos ahora no había mas que aire y ante ese desastre ineludible, me soltaría a llorar a moco tendido ante la mirada de pena de papá, que dejaba que yo soltara mi tristeza. Luego en el restaurante, seguiría con la lloradera, ahora sobre un sabroso plato de chilaquiles o de enchiladas. Y así, comiendo y a la vez llorando, aunque cada vez con menos intensidad, comprobaría como siempre, que «las penas con pan son menos».

—¡Espera abuela, que voy al baño! —Me interrumpió Daniel—. No vayas a seguir sin mí.

—¡Apúrale! —dijeron al unísono Cristina y Felipe.

Una vez que Daniel regresó, quise retomar el hilo de los recuerdos:

—¿A ver, dónde me quedé?

—En que el bisabuelo te llevaba a desayunar —contestó Cristina, la mayor de mis nietos, y con sus once años la más avispada de los tres.

—Es verdad. Pues luego de desayunar, papá me llevaría a buscar la guitarra que tanto deseaba, pero al ver el precio, me decía que mejor esperáramos a que la pusieran en oferta. Luego íbamos a uno de los almacenes más grandes y yo saldría de ahí con una o dos bolsas de ropa nueva. Y así era cada vez que mi madre quería que me cortara el cabello.

—¡Y ahora has vuelto a ser como el león ese que dijiste! —dijo riendo Felipe, el de en medio.

—¡Sí! ¡Como ese león o como Medusa y sus mil cabezas indomables! —contesté.

—¿Medusa? —preguntó Daniel el más pequeño.

—Medusa era un monstruo que tenía el pelo como la abuela, solo que en Medusa, en vez de rizos, eran serpientes. Ella volvía piedra a todo el que la mirara dijo Cristina con un aire conocedor, dejando a Daniel bastante impresionado.

Cuando esa tarde despedí a los chicos, pasé por el espejo del recibidor y me detuve a ver mi alocada testa, mis ahora blancos rizos, seguían igual de desafiantes que los de la niña descuidada y desarreglada que tanto molestaba a mi madre y a la que papá chantajeaba dulcemente para que se dejara cortarlos. Quizás alguna vez regrese de nuevo al pelo corto, cortísimo, un día que mis rizos me harten, pero mientras, vuelvo a los quince en venganza por las guitarras que no tuve.

Autor: Ana Laura Piera.

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La Boda – Microrrelato.

Mi propuesta para el reto de El Tintero de Oro de enero 2025, cuyo tema gira en torno al tema de la vejez. No debe superar las 250 palabras.

De un día para otro la vieja Adela pasó del marasmo a un nivel de actividad inusitado. En el día hablaba de cosas extrañas, algo sobre una boda, y durante la noche las palabras de su boca no se entendían. Una de sus compañeras de cuarto en la residencia de ancianos, dijo que parecía estar hablando en náhuatl.

—Náhuatl o chino, ¡necesitamos dormir! —dijo desesperada otra de las ancianas.

—Adela dice que no entiende que hacemos aquí confinados cuando en otras épocas los viejos eran tenidos en alta estima y hacían actividades importantes para la comunidad. Como ella, que anda «organizando» una boda. ¡Válgame!

—Para mí que se le fue la olla. Está mezclando un tiempo remoto con el presente. Ayer dijo que había ido a pedir a la novia en nombre de la familia del novio, y que también negociaría la dote. ¡Los novios tienen nombres prehispánicos!

—¿Se acuerdan cuando abajo de su cama aparecieron unos pequeños ídolos de barro y pensaron que ella desenterraba cosas del jardín? Un enfermero dijo que abajo de la residencia podía haber una zona arqueológica.

—¡Que mañana será la boda! ¿Estará recordando alguna vida pasada?

Después de la «boda» se encontraron a Adela sin vida. Iba vestida a la usanza prehispánica, su cuerpo olía a humo de copal y su largo cabello gris iba trenzado y entrelazado con flores. En su rostro había una sonrisa dulce.

Nadie nunca pudo explicar nada. Sus compañeras al fin pudieron descansar a pierna suelta.

249 palabras.

Autor: Ana Piera

Nota: En la sociedad prehispánica, a diferencia de la contemporánea, el anciano conservaba un sitio prominente por el respeto y consideraciones que despertaba, así como por las funciones que desarrollaba.
Estas actividades las podemos clasificar de la siguiente manera:
Actividades de familia: relativas a la educación de los menores, como cohesionadores del orden familiar y realizando arreglos matrimoniales. Actividades de gobierno: los ancianos en la sociedad prehispánica
eventualmente eran los gobernantes, pero siempre estaban presentes en la vida ritual, como consejeros de gobernantes, como intermediarios del pueblo ante los gobernantes, pues se apreciaba mucho su experiencia, sabiduría y propiedad para hablar.
Los ancianos nunca dejaban de contar con la protección de su familia.

Fuente: http://investigacion.politicas.unam.mx/ras/wp-content/uploads/2016/12/030_02_ancianoepocaprehispanica.pdf

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Renacer – Microrrelato.

Mi propuesta para el VadeReto de Enero 2025. Este mes el tema es el «renacimiento». Un cambio interior, más que de aspecto. Un Renacimiento de nuestra personalidad.

La noche anterior mi alma no pudo más y de mi boca salió la verdad a borbotones. Tu padre y tú me miraron como un bicho raro, al que hay que fumigar y sacar con la escoba cuanto antes.

Al otro día, mientras servía el desayuno en un vano intento de aparentar normalidad, llegaste y me miraste intensamente. La miel de tus ojos parecía hervir como azotada por un violento huracán. Dijiste con voz casi inaudible: «No te conozco. Me voy con mi padre», y dejaste la taza de café sobre la mesa, te diste vuelta y desapareciste de mi vida. Pensé en lo irónico de tu dicho, pues tú y yo nos habíamos conocido desde siempre: desde antes que te llevara en mi vientre, células tuyas habitaban mi cuerpo. (*)

Me senté a ver cómo se enfriaba aquella taza, cómo agonizaba el aromático vapor, hasta que no lo vi más. Sentí que algo había muerto aquella mañana. Me quedé mirando al vacío, con la mente llena de pensamientos y palabras a las que no diste tiempo de salir: «Esta soy yo y ya no lo negaré, espero me ames a pesar de ello, pues mi amor por ti no está condicionado a nada. Te esperaré toda la vida».
Mis ojos soltaron su lluvia y mi vida toda se humedeció con esa lluvia salada y amarga.

Mas la esperanza sobrevivió al mal tiempo, sabía que te volvería a ver como ahora: sorbiendo nuevamente tu café frente a mí, con tus ojitos llenos de ternura, pidiendo un perdón innecesario. Esta vez no habría pausa en el fluir del amor, pues tu corazón ya no juzgaba. Renacíamos ambos, sin secretos. El amor todo lo puede.

284 palabras.

(*)Al nacer, LAS bebés cuentan ya con alrededor de un millón de ovocitos (óvulos) y ya no se producirán nuevos. Cada ovocito tiene el potencial de, al fundirse con un espermatozoide, de convertirse en un nuevo ser humano. Técnicamente cada bebé femenino, ya «trae» consigo la mitad que necesita para tener un hijo. En cambio, los testículos son capaces de producir varios millones de espermatozoides diariamente a pesar de que éstos tardan aproximadamente 3 meses en generarse y madurar adecuadamente.

Autor: Ana Laura Piera.

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