La Despedida – Microrrelato

Mi propuesta para el reto de Lidia Castro llamado «Escribir Jugando, Junio 2025». Consiste en crear un microrrelato de no más de cien palabras, inspirado en la carta, que incluya el elemento del dado (casa) y opcional que incorpore algo relacionado con la invención: bronce.

Un zumbido de oídos y una ligera parálisis corporal precedían el desdoblamiento. Ada se vio flotando sobre su habitación.

Con la sabiduría de la serpiente y energizada por la luna, viajó a la pequeña casa que había estado visitando a muchos kilómetros de distancia. Atrás quedaba su cuerpo físico en espera de su regreso.

En la casita, sobre su lecho de muerte, alumbrada apenas por una lámpara de bronce, una anciana de rostro enjuto le sonrió débilmente.

—¡Llegaste a tiempo, hija mía!

Autor: Ana Piera

85 palabras incluyendo título.

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Conquistar un Sueño – Microrrelato.

Mi propuesta para Escribir Jugando del mes de Abril. Hay que escribir un microrrelato de no más de cien palabras inspirado en la carta, que incluya el dado (ogro) y opcional que haga referencia al invento: microscopio.

Al sumergirse, los gritos de odio se desvanecen. Bucea feliz entre criaturas amables hasta llegar con la luna submarina y juega a conquistar su cumbre. Ella se lo permite, en los sueños todo es posible, y el ogro-buzo merece un respiro.

Él no quisiera abandonar su sueño acuático. Despierto no le espera nada lindo. Esta luna, al igual que su hermana celeste, es buena para conceder deseos y permite que el ogro sueñe por siempre, buceando entre peces, gambas, estrellas de mar y seres que solo verías a través de un microscopio.

Autor: Ana Piera

95 palabras incluyendo título.

Si eres tan amable de comentar, deja tu nombre, a veces wordpress pone los comentarios como anónimos. Mil gracias.

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Colonización.

Desde el blog Alianzara, Cristina Rubio nos lanza un reto: escribir un relato en el que un momento se convierta en una eternidad.

imagen generada con IA. Gracias a Tarkion por sus consejos para generarla. Seguro puede mejorar pero el prompt no me dejó «explayarme».

«Eso» que dejé dentro del «cubo-trampa» tiene mi cerebro completamente frito.
Ayer, después de horadar y bajar el cubo a las entrañas de la Luna, yo esperaba, como es usual, sacar hielo, agua, o rocas que la contienen, pero ayer fue distinto.

De regreso en mi estación lunar, sujeté el cubo lo mejor que pude, y aun así se movía furioso para todos lados. Lo que fuera que estaba dentro, pugnaba por salir. Me fui directo al ordenador y mandé un mensaje avisando a las demás estaciones de prospección hídrica en la Luna sobre mi experiencia.
No espero ayuda, cientos de kilómetros nos separan a unos de otros, y cada quien debe resolver sus propios problemas.

Mis horas de descanso transcurrieron lentas tratando en vano de ignorar el estruendo que hacía el «cubo-trampa», preguntándome si aguantaría tanto golpe y movimiento.

Ya es otro día y la rutina no debe alterarse, luego habrá tiempo para analizar el contenido del cubo. En la Luna hay que aprovechar al máximo los aproximadamente catorce días de luz solar continua, que hacen posible las labores de prospección. Mañana inicia el periódo de oscuridad y bajas temperaturas, alrededor de catorce noches donde el trabajo se hace en el laboratorio, analizando muestras y generando informes para MoonSeek, nuestro empleador en la Tierra.

Dentro del vehículo de prospección, me quito el molesto casco protector. Ingreso unas coordenadas en un teclado de luces anaranjadas y el equipo, una mezcla de retroexcavadora y taladro sobre ruedas gigantescas, arranca. Surca a velocidad media, la polvosa superficie lunar, evitando rocas o bancos de arena profunda que pudieran atrasarnos. De un termo bebo un café espantoso hecho con agua reciclada de mi orina y sudor, (el agua de la luna aún no tiene certificación alimenticia). Me golpea el recuerdo de mi mujer Alex, y de Nico, nuestro hijo de cuatro años. Pasan delante de mí imágenes de nuestra vida antes de la última gran guerra en el 2038, donde ambos me fueron arrebatados de la manera más cruel posible.

Luego de eso, MoonSeek me reclutó. Yo quería huir del dolor, de los recuerdos, y de un mundo devastado. Irónicamente, los dos primeros acabaron viajando conmigo al espacio. Siempre me repito que estoy haciendo algo importante: pavimentar el camino para la ya urgente colonización de nuestro satélite. Lo repito como un mantra y dejo de pensar un poco en las cosas que me duelen.

El vehículo llega al sitio, digito algunas cosas más en el teclado y la unidad perforadora empieza su labor, después lanzaré otro «cubo-trampa». Siento temor. ¿Y si la historia se repite?

Pasaron las horas y todo ha sido muy normal. Ahora debo regresar y enfrentarme con «eso» que dejé encerrado. Tengo la esperanza de que solo haya sido un hecho aislado, o mejor, que haya sido fruto de un estado alterado de mi conciencia, quizás provocado por la soledad. ¡Ojalá el cubo esté quieto!, ¡Ojalá no haya nada en su interior!

No es así.

Está abierto, destrozado. Esperaba ver una bestia, mas en su lugar flotan, gracias a la atmósfera artificial de la estación, pequeñísimas esporas translúcidas. Capturo una muestra para tratar de desentrañar el misterio. La ingreso en el espectroscopio. Escucho el sonido de mensajes llegando, otros prospectadores reportan haber tenido la misma experiencia que yo.

Debí haber leído el análisis de la muestra, pero no lo recuerdo. No sé por qué estoy saliendo a horadar de noche, está prohibido. Me falta el café. Las caras de Alex y de Nico se desdibujan. Solo puedo pensar en perforar y recolectar. No regreso a la estación, ahí mismo, en medio de una extensión lunar llamada «Bahía del Honor», libero el contenido: esas esporas pequeñísimas que acaban cayendo sobre la superficie, quizás contaminándola. Ya no distingo día o noche, el tiempo no existe. Perforo, recolecto y libero en un ciclo que parece no tener fin. Cada vez me muevo más lento, siento mi cabeza a punto de estallar.

No sé cómo ni cuando llegué, pareciera que estoy en la estación. Ya no reconozco nada, el dolor es insoportable, escucho crujir mi cráneo, «algo» se está abriendo paso a través de él…

Fin

Autor: Ana Laura Piera

Nota: Relato que se inspira en el comportamiento del hongo cordyceps cuando toma control de un huésped. Si quieres saber mas da clic AQUÍ.

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El mito de la luna

Mi participación para el VadeReto de Agosto, donde la luna debe ser un personaje importante en el relato. Te invito a que entres al enlace para que visites el blog Acervo de Letras.

El Monolito de la diosa de la luna Coyolxauhqui. Su descubrimiento, durante la construcción del metro de la Ciudad de México, fue el preámbulo para la excavación masiva de lo que fue el Templo Mayor de los mexicas

La tarde era gris y soplaba un viento encanijado que revolvía el cabello de María, metiéndoselo en la boca y en los ojos, impidiéndole ver a sus muñecas. Su hermano Alonso pateaba piedras y conforme pasaba el tiempo lo hacía cada vez con más *muina, tanta que una de ellas voló con tal fuerza que acabó rompiendo la maceta de la monstera que reinaba en el patio.

—¡Alonso! —gritó María—. Mamá, te va a…

—¡No me importa! —interrumpió el niño—, y como para que no hubiera duda, se acercó a la malograda maceta y la pateó con furia, terminándola de quebrar y derramando parte de la tierra en las baldosas de piedra. En ese momento salió su madre acompañada de Fermín, el hombre que no era su marido y que a veces la acompañaba. Los niños odiaban esas visitas, pues era cuando tenían prohibido entrar a la casa hasta que Fermín se fuera.

—¡Por fin! —exclamó Alonso airado y se dirigió a su habitación.

María se quedó todavía un rato en el patio, mirando con pena la maceta y a la pobre Monstera, partida en pedazos y con las raíces a la intemperie. Le recordó la foto de Coyolxauhqui que venía en el libro que les había regalado el tío Sergio, que era arqueólogo, acerca de mitos mexicas.

—«Coatlicue, la madre de todos los dioses, se embarazó con una bola de plumas coloridas que cayó del cielo y se la guardó en el pecho. De ahí nacería Huitzilopochtli». Leyó María esa noche.

Alonso le lanzó una mirada de pocos amigos y estuvo a punto de decirle que lo más seguro era que Coatlicue se hubiera embarazado de otra forma, pero se calló. La niña siguió leyendo:

—«Los hijos de Coatlicue, encabezados por la diosa Coyolxauhqui se sintieron ofendidos por lo que consideraraban una deshonra y decidieron matarla». No entiendo, ¿qué hizo de malo Coatlicue?

—¡Cállate! ¡Tú no sabes nada! —gritó Alonso y volvió la cara a la pared para ocultar sus mejillas húmedas de coraje.

Al otro día se encontraron con que su madre había salido temprano y los había dejado al cuidado de Valentina. La joven niñera les había calentado tamales y atole de vainilla y los niños se sentaron a la mesa gustosos.

—Leí que en el preciso momento en que sus hijos la iban a matar, Coatlicue dio a luz a Huitzilopochtli. Él venía ya vestido como guerrero, equipado con sus armas y con ellas dio muerte a todos sus hermanos —dijo María con la boca llena de tamal.

—¿De qué hablas niña? —dijo Valentina, alarmada, sentándose también a la mesa con un café negro como sus ojos.

—Es del libro que el tito Sergio nos regaló —dijo María.

—Lo he visto, no lo lean, habla de cosas raras y tiene unos dibujos muy feos —advirtió Valentina. ¿Sabe su mamá que lo están leyendo? Ese libro no es apto para niños de su edad.

Por la noche María no encontró el libro y comenzó a llorar desconsolada.

—Te diré lo que sigue, pero calla esos berridos de una buena vez —le dijo Alonso—. Huitzilopochtli le cortó la cabeza a su hermana y arrojó su cuerpo desde lo alto, que al caer, quedó en pedazos. También mató a sus otros hermanos. Coyolxauhqui, entonces, se convirtió en la luna y sus hermanos en las estrellas del cielo. Así, la luna libra siempre una batalla contra el sol durante la noche y la pierde al amanecer.

—¿Y Huitzilopochtli? —preguntó María con los ojos muy abiertos.

—Él se convirtió en el dios del sol y de la guerra.

María fue hasta la ventana de la habitación y desplazó las cortinas para poder ver la luna, que estaba en su fase llena.

—Su madre Coatlicue se salvó, pero Coyolxauhqui no —dijo con pena. Pero es una suerte que la podamos ver ahí, colgada del cielo, como una gran perla. ¿Tú crees que papá la mira también desde el cielo? ¡Quizás él está ahí, viviendo sobre ella!

—¡Ya duérmete! —le dijo Alonso con brusquedad.

Cuando Alonso escuchó la respiración fuerte y rítmica de su hermana que le indicaba que esta dormía, se levantó de la cama y como había hecho antes María, descorrió las cortinas para observar a la luna. Ahí se quedó mucho… mucho rato.

Autor: Ana Laura Piera

*Muina: enojo (México)

Para saber más del mito de Coyolxauhqui y Huitzilopochtli clic AQUI

Nota: Pese a que suelen usarse como sinónimos, los aztecas y los mexicas no eran el mismo pueblo: los primeros eran los habitantes de la mítica Aztlán; los segundos, un grupo que se separó de ellos y que finalmente fundaron y ampliaron el imperio Mexica. Lo más correcto es llamarles mexicas.

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¿Dónde habitan los dioses?

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El arquitecto principal del Templo de la Luna hablaba dormido, y reveló sin querer el pasaje secreto que llevaba directamente a la cámara sagrada. Itzel tenía una petición para la Diosa, y tras varias noches de escuchar balbucear a su padre en sueños, reunió la información que necesitaba.

La noche elegida, desde la puerta de su casa, vislumbró la colosal silueta del basamento que se recortaba a la tenue luz del cielo nocturno y hacia allá se encaminó. La chica conocía ya la rutina de los guardias, gracias a muchas horas de observación previa, por lo que pudo burlarlos con relativa facilidad. Encontró el acceso al edificio y se introdujo en las entrañas de piedra sin que nadie lo advirtiese.

Al principio se vio envuelta en tinieblas, pero al acostumbrarse sus ojos, pudo percibir un resplandor fantasmal emitido por un mineral luminiscente incrustado a intervalos en las paredes de roca, estos marcadores señalaban una angosta vía que la llevaría al recinto más importante. Mientras la seguía, notó que el camino iba en descenso, más abajo del nivel del suelo.

El corazón de Itzel latía furiosamente, si la encontraban, ella y su familia estarían automáticamente condenados a una muerte lenta y cruel. Solo a los varones de las jerarquías religiosa y gobernante se les permitía el acceso, y únicamente en fechas muy específicas para realizar rituales de fertilidad. Aún más preocupante que la ira de los hombres, era hacer enojar a la Diosa. ¿Cómo tomaría la Luna su atrevimiento?

Notó que el mineral luminiscente ahora aparecía a menor distancia uno de otro, aumentando la claridad. También empezaron a aparecer «guardianes» de piedra: estatuas de guerreros de tamaño natural que la miraban pasar con ojos pétreos y actitud impasible. El estrecho camino desembocó en una enorme galería inundada de un líquido blanco-plateado; por su padre, sabía que se trataba de mercurio, un metal muy preciado que traían de tierras lejanas en forma de polvo y que luego era tratado hasta convertirlo en un líquido de propiedades raras. Debió haberles llevado mucho tiempo y esfuerzo reunir la cantidad suficiente para poder crear aquel «lago» del cual emergían rocas que parecían montañas. Su mirada se paseó por el recinto y todo él estaba tapizado de puntitos fosforescentes que semejaban el firmamento de noche. Había una monumental media luna tallada en el techo presidiendo aquel extraordinario conjunto, pero no había ninguna presencia. Aquel lugar maravilloso se sentía vacío.

El regreso le resultó más difícil, pues iba cuesta arriba. Itzel no dejaba de pensar en lo fútil que resultaba la construcción de aquel magnífico santuario si la Diosa no lo habitaba. Reflexionó que si la Luna estaba en el cielo quizás era un error pretender que «viviera» bajo la tierra. Cuando emergió del edificio y logró evadir la guardia por segunda vez, se dirigió a su casa, iba triste y desconcertada. Una vez en su habitación, enterró la cara en el lecho y lloró con lágrimas amargas al sentir que su fe se tambaleaba.

A la siguiente noche de luna llena, la joven se escabulló al campo y se sentó a esperar a que el cielo se despejara un poco para ver al astro. Por fin, los jirones de nubes que le arropaban se disiparon y el círculo de plata apareció con gran esplendor; su luz blanquecina, se posaba suavemente en todo lo que tocaba. Itzel sintió su caricia y confirmó que aquella majestad no podía encerrarse en un recinto hecho por los hombres. La chica le reveló el deseo de su corazón: que Canek regresara sano y salvo. La embargó una sensación de paz muy profunda y supo que de algún modo había sido escuchada.

El día del regreso de los guerreros, Itzel atisbaba ansiosa entre la muchedumbre por si lograba distinguir a Canek, y de repente ahí estaba él: venía caminando por su propio pie, lleno de heridas, su noble rostro no revelaba ninguna emoción a pesar de la victoria. Muchos guerreros habían perecido en aquella incursión e Itzel sabía que él estaría triste por los que no habían vuelto. Rodaron por las mejillas de la chica lágrimas de agradecimiento al verle vivo.

La siguiente noche de luna llena, Itzel hizo su propio ritual de adoración y confesó otro anhelo: que Canek fuera su compañero de vida. Ni siquiera tuvo que salir, los hilos de plata entrando e iluminando su cuarto bastaban, la Diosa, sin duda, la escuchaba.

Autor: Ana Laura Piera

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Tlacuache Lunar – Microcuento

En medio de la carretera, el tlacuache a duras penas esquivó el ruidoso camión de cervezas y alcanzó el otro lado. Necesitaba llegar a la seguridad del abedul donde tenía su madriguera. Cual torpe trapecista, caminó por un cable de luz para acercarse a una de las ramas que lo llevaría a su hogar. En un momento dado, su figura se recortó perfectamente en la luna llena que desplegaba esa noche especial.

En otro tiempo y lugar, alguien visualizó la imagen. Era la señal de la que hablaban los libros.

El Guardián sacó su espada. ¡Era hora de cumplir la profecía!

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

Nota: El tlacuache es un mamífero marsupial oriundo de México, conocido también como zarigüeya y deopossum.

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EN LA NOCHE

Mi participación para Va de Reto Agosto 2021: Crear un relato donde la noche sea la protagonista.

Si das clic en la imagen te llevará al sitio de JascNet «Acervo de Letras»

Todas las noches, expectante, he sido testigo de la transformación de la Luna: ayer aún estaba en su fase menguante y hoy es ya un ojo con iris de plata asomado entre las nubes. Su luz blanquecina baña las calles y edificios y le confiere cierta belleza a esta ciudad hostil. De una esquina veo salir a un borracho tambaleándose; yo también tiemblo y me desgarro por dentro, el instinto me dice que vaya a por él, pero lo dejo perderse en las calles desiertas. Nunca sabrá lo cerca que alguna vez le acechó la maldición de la eternidad. Continuará su camino sumido en esa ignorancia feliz.

Desde mi primer cambio no me he alimentado, me es imposible. Reconozco que soy débil. No pertenezco a este mundo de sombras y ya no puedo regresar a lo que era. Un aullido lejano me llena de alegría. ¡Por fin! En otro tiempo y en otra vida me hubiera helado la sangre, pero hoy me dirijo hacia él sin temor.

Ahora lo veo. Es terriblemente hermoso. Su fornido cuerpo está cubierto por un denso pelaje, es mitad humano y mitad lobo, su mirada es feroz y rojiza, sus colmillos, afilados.

—Pensé que no llegarías a la cita —dice jadeante, todavía adolorido por su reciente transmutación.

—¡Ayúdame! —acierto a decir con apenas un hilo de voz.

—¿Estás segura? —su voz ahora es firme, imponente y ansiosa. Sus fosas nasales se ensanchan llenándose con mi olor.

—Sí.

Se abalanza sobre mí y con sus potentes fauces me inmoviliza. En una de sus garras lleva una estaca de madera que clava con fuerza en mi pecho y que atraviesa mi corazón.

Soy libre.

Desde otro plano observo al hombre lobo devorar a la vampira. El rostro pálido y helado, ya carece de expresión. Escucho el ruido seco de la espina dorsal al partirse en dos, mas yo ya no estoy ahí. Me elevo libre y la noche me recibe en sus negros brazos.

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

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