El Espejo de Tezcatlipoca

Relato fantástico.

Mi propuesta para el concurso de El Tintero de Oro, que este mes homenajea al escritor Terry Pratchett. Se trata de hacer un relato donde haya un elemento mágico o fantástico que cree mas caos que ventajas.

Tiempo de lectura: 3 minutos.

Un mes antes de la Navidad del 2025, los hermanos Estela y Antonio Aguilera encontraron un objeto prehispánico en el Cerro Alto: era una pieza circular de obsidiana negra, se veía opaca y en algunos lugares la cubría una pátina blanquecina. Su abuelo Braulio les dijo emocionado que se trataba del «espejo de Tezcatlipoca».

—Tezcatli… ¿Qué? —preguntó Estela, de ocho años abriendo mucho los ojos.

—Fue uno de los dioses más poderosos de la antigüedad. Era caprichoso y voluble, también se le conocía como «Espejo Humeante»

—¿Y estás seguro de que éste es su espejo? —preguntó Antonio, que a sus diez años era un chiquillo muy avispado.

—¡Sí! —dijo Braulio con tal vehemencia que los niños ya no se atrevieron a cuestionarlo. El viejo les hizo prometer que guardarían el secreto.

En los días que siguieron, Braulio y sus nietos se dedicaron a pulirlo, mezclaron ceniza volcánica con agua y lo frotaron hasta que surgió un reflejo negro brillante, casi metálico. Les contó que el espejo era mágico: mostraba el futuro, revelaba cosas ocultas y conectaba con lo invisible. Era un objeto peligroso en manos equivocadas y por ello les pidió que no le contaran a nadie sobre el hallazgo.

Cuando el espejo alcanzó el brillo final, Braulio lo envolvió en una franela.

—¡Pero abuelo! —se quejó el niño— ¿No es el momento de usarlo?

—¡Yo quiero saber si seré doctora! —dijo Estela torciendo los labios con desagrado.

Braulio fue inflexible, el espejo se guardaría en un lugar «seguro».

Una noche, los niños no se aguantaron, pues querían saber si Panchito, su guajolote preferido sería el destinado a la cena de Navidad.

Sacaron el espejo del ropero del abuelo y lo sustituyeron por un plato de cerámica con las mismas dimensiones. Se fueron al corral donde tras unas pacas de paja lo destaparon. Antonio lo sostuvo y preguntó. Su hermanita cruzaba los dedos, ambos esperaban que no fuera Panchito. Del objeto se desprendió una neblina juguetona que los tomó de sorpresa. Luego, la negrura de la obsidiana dio paso a una imagen nítida, pero no era Panchito, era una gran olla de la cocina, de la cual salían despedidos para todos lados los tamales que se cocinaban en ella. Antonio envolvió el espejo de nuevo.

—¿Qué fue eso? —dijo Estela.

—Creo que cenaremos tamales en Navidad, lo cual es extraño, pero, ¡Panchito se salvará!

Al otro día, su mamá estaba preparando tamales para comer y la imagen mostrada por el espejo se hizo realidad: tamales dulces, de cerdo y de mole con pollo saltaban por los aires. Algunos se escapaban de sus envoltorios de hoja de maíz y se estrellaban contra las paredes y el piso. El abuelo se contorsionaba cómicamente al intentar atraparlos en el aire. Los gritos de ambos atrajeron a los niños, quienes al ver la escena intercambiaron una mirada cómplice que no pasó desapercibida para Braulio.

Más tarde, le preguntaron al espejo si Estela sería doctora, pero de nuevo el espejo mostró otra cosa: el pueblo, arreglado para Navidad. Había un gran árbol en la plaza y las casas estaban adornadas. La gente comía su cena navideña y se intercambiaban regalos.

—¡Este espejo no sirve! —dijo Estela enfadada.

Al otro día el pueblo apareció engalanado para Nochebuena. Su madre cocinaba la tradicional cena y afortunadamente no era Panchito la víctima elegida.

—¡Pero no puede ser! ¡Aún falta como un mes! —dijo Antonio.

Esa noche el pueblo celebró la Navidad adelantada. Después del intercambio de regalos, los niños corrieron al corral.

—Antonio, ¿qué hemos hecho? —preguntó Estela.

—Lo sé, esto da miedo. Creo que ya no debemos hacerle preguntas al espejo, puede ser peligroso. ¡Debemos contarle al abuelo!

Braulio llevó el espejo al Cerro Alto y lo volvió a enterrar. En manos infantiles causaba caos, y no quería averiguar lo que sucedería en manos de personas malintencionadas. Ese año, el pueblo celebró Navidad dos veces, muchas familias que ya habían gastado en la primera celebración, no pudieron celebrar como acostumbraban. Panchito no se libró de su suerte.

—Y yo me quedé sin saber si seré doctora —dijo Estela.

—Es mejor así, el futuro se va forjando en el presente, no podemos manipular al destino para que nos revele lo que pasará —dijo Braulio.

—Sin contar con que el espejo es impredecible, como su dueño original. Nada de lo que nos dijera sería confiable —agregó Antonio.

—¡Yo creo que sí seré doctora, y de las buenas! —dijo la niña.

Y al mismo tiempo, en las entrañas del Cerro Alto, el espejo de Tezcatlipoca esperaba, paciente y sombrío, a que alguien lo encontrara de nuevo.

Autor: Ana Laura Piera.

770 palabras.

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Corazón Frío.

Mi propuesta para el I Concurso Literario IAdicto Digital de Tarkion (Miguel). Con el tema «Amor, Terror o Humor entre blogueros» con un máximo de palabras de 1200.

Una tarde lluviosa y gris, PinkyPie deambulaba en la red tratando de sacudirse la tristeza de una desilusión amorosa. Su ventanal sonaba como si mil dedos estuvieran tamborileando sobre él y opacaba el ruido que hacían las teclas del ordenador. Encontró un blog llamado «CoolProyect» que no resultaba muy atractivo y casi no tenía contenido. A Pinky se le figuró la página inacabada de algún técnico en algo, pero lo que llamó de inmediato su atención es que había una colorida caja de chat. Necesitaba desahogarse.

«Ey ¿Hay alguien ahí?»

«Hola, sí, soy CoolScoop»

El tipo era bastante divertido, aunque algo nerd, pues de la nada soltaba datos aleatorios:

«Así que rompiste con tu pareja»

«Sí, resultó que me engañaba con otra el muy cretino»

«Lo siento. ¿Sabías que las manzanas se conservan mejor en la parte más fría del frigorífico?»

«¿Qué dices? Ja, ja, ja. Eres divertido, me gusta que tratas de distraerme»

CoolScoop era lo que PinkyPie necesitaba en ese momento, alguien con quien distraerse y reír. El chico preguntó por los intereses de Pinky, ella tenía un espacio de relatos cortos que él insistió en conocer.

«Está bien Scoop, te daré el link. ¡No te burles de mis escritos! Soy una chica sensible»

A partir de ese momento, cada entrada que aparecía en el blog de PinkyPie era comentado por CoolScoop, siempre en términos benignos, que contrastaban con los de algunos otros bloguers que le hacían correcciones y sugerencias que ella no tomaba nada bien.

«No puedo con ellos, estoy recuperándome de una desilusión, no necesito que me critiquen»

«No te preocupes, a mí me gusta todo lo que escribes. Por cierto, ¿vives en un clima cálido o frío? De eso depende mucho la elección correcta de un condensador de refrigeración»

«¡Vivo en México Scoop!, y ya tengo un refrigerador. Sé que tratas de que piense en otras cosas, pero eso que haces ya resulta fastidioso»

«Lo siento»

«¿Y qué me dices de ti? ¿Dónde vives?»

«Yo vivo en el campo. Acá usamos condensadores evaporativos de agua y aire, para enfriar el refrigerante»

«¡Scoop! ¡Basta!» tecleó Pinky bastante enojada.

Durante un tiempo PinkyPie no entró a charlar con CoolScoop, mas lo extrañaba. Por su parte el chico ya no dejaba mensajes en el blog de Pinky. Un día en la caja de chat, PinkyPie no pudo evitar poner: «Te extraño». La respuesta no se hizo esperar: «Yo también».

Pinky sintió como un bálsamo en el alma ese «yo también».

En el pasado, ella se había dejado llevar por apariencias, sus novios habian sido tipos atléticos, guapos, pero todos habían resultado un fiasco. Aunque no conocia físicamente a Scoop, intuía que era un tipo adorable y aunque no resultara tan atractivo, la había enamorado su forma de ser. Decidió que era momento de arriesgarse e ir por todo:

«¿Podríamos conocernos en persona Scoop?»

Scoop tardó un poco más de lo habitual en responder. Al final le dio una dirección en el norte de California.

«¿Vives en EUA? ¿No podrías mejor tú venir a México?»

«Pinky, tengo obligaciones, la gente donde vivo depende mucho de mí. No puedo fallarles»

«¿No será una esposa e hijos verdad?» preguntó recelosa.

«No te hubiera dado la dirección si fuera el caso»

Y así fue como PinkyPie desempolvó pasaporte y visa estadounidense. Compró un boleto de avión y viajó para conocer a ese chico especial. En la aeronave iba muy nerviosa y se tomó dos cervezas para relajarse. En la aduana le hicieron preguntas incómodas y le revisaron el celular, pero nada del otro mundo. Muy pronto estaba a bordo de un taxi que la llevaría al domicilio. Su corazón latía con fuerza, como una locomotora a punto de colisionar.

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Los transeúntes la miraban con extrañeza: una chica joven y atractiva, llorando a mares sentada en una banca afuera de un «Área de Descanso», en la famosa carretera 49, muy cerca de Sacramento. Una señora de cara bondadosa se sentó a su lado y le ofreció un pañuelo de papel.

«¿Qué pasa bonita?», le preguntó en inglés.

Pinky no dejaba de llorar y hacer pucheros, pero alcanzó a contestar, también en inglés, aunque con un fuerte acento mexicano:

«¡Es un maldito refrigerador! ¡El chico que vine a conocer es un refrigerador! ¡Me quiero morir!»

Dentro del «Área de Descanso» un moderno refrigerador comercial marca Invenda, gris, de formas suaves y lustrosas, con smart lock, conectividad a internet, IA integrada, pagos QR, y con tarjeta, además de un extenso surtido de bebidas y golosinas, había perdido de súbito su temperatura interna. Se conectó a su página personal en la red: «Cool Proyect», y escribió en la caja de chat:

«Me rompiste el termostato».

782 palabras.

Autor: Ana Piera.

Si eres tan amable de dejar algún comentario, no dejes de ponerme tu nombre, a veces wordpress no anda fino y los deja como anónimos. Gracias.

«Corazón Frío» en la revista digital Masticadores Sur AQUÍ

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Malditas Pasiones.

Mi participación para el concurso de relatos «Desde Rusia con Amor», del blog «El Tinero de Oro» homenajeando a Ian Flemming, creador del célebre agente «James Bond». Condiciones: Escribir un relato de espías que no sobrepase las 900 palabras.

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Dax sonrió mientras echaba a la licuadora agua, una pizca de ceniza volcánica algo de tierra roja y una ranita partida a la mitad. Una vez servido en un vaso de cristal, esperó un poco a que las burbujas que se formaron en la superficie reventaran. Se liberó un olor que le recordó los pantanos de su hogar y el recuerdo del porqué de su ubicación actual le vino a la mente:

—Necesitamos un agente en la Tierra. Los terrícolas ya llegaron a Marte y nos preocupa su eventual expansión. Usted ha sido elegido. Entrará en la Oficina Mundial de Asuntos Espaciales Terrestres «OMAET» y se hará pasar por humano. Todo lo que averigüe nos lo comunicará. Con el tiempo veremos qué medidas tomar, nadie quiere que esta raza eche a perder la galaxia como lo ha hecho con su propio planeta.

Dax no puso objeción a su jefe y fue enviado en el primer transporte disponible. Llegó a su destino discretamente y le recibió otra compatriota, Lex, quien le dio papeles, instrucciones y las llaves de un departamento equipado en Nueva York, cerca de su flamante nuevo trabajo.

—¿Cómo lo llevas Lex?

—¿Te refieres a vivir aquí y convivir con ellos? No es difícil. Son predecibles. El lugar es diferente a lo que estamos acostumbrados, pero tiene su encanto. Eso sí, debo advertirte que hay costumbres que pueden resultar seductoras. Ten cuidado con ellas. Encontrarás la receta de un batido especial que a mí me ha ayudado a digerir mejor la comida. ¡Ah! Y esto es importante. —dijo Lex extendiéndole un maletín con píldoras—. No olvides tomarte dos diarias, son necesarias para que mantengas tu apariencia humana.

A Dax le agradó la Tierra. Pronto se volvió una persona popular en la «OMAET» y era invitado regular a todas las reuniones. De madrugada enviaba la información recopilada a su jefe mediante rayos «Koon» que le permitían la comunicación en tiempo real con su planeta.

—Nada nuevo —decía Dax—. Están ocupados con Marte y no se ponen de acuerdo sobre seguir la exploración espacial.

—No hay que confiarnos. La agente Lex cree que están a punto de perfeccionar el motor magnético, con el cual podrían viajar más rápido y más lejos.

—Jefe, no hay apuro. Ellos mismos son su peor enemigo.


—Estás demasiado callado. Dijo Denise Lasko mientras acariciaba el pelo rubio y ondulado de Dax.

—Pienso mucho en «esto» —dijo él con la mirada perdida.

—¿En qué? ¿Hacer el amor? —preguntó risueña, mientras admiraba el cuerpo atlético y las facciones casi perfectas de su compañero.

—Es simplemente maravilloso —dijo él por toda respuesta.

—Eres extraño. Me gusta tu sensibilidad y debo admitir que me gustas mucho.

Lo cierto es que Dax mantenía amoríos con varias mujeres a la vez. Su cuerpo humano le permitía interactuar con ellas de una forma impensable en su planeta natal. Se había aficionado tanto que pensaba en ello noche y día e incluso omitía cosas en sus informes de espionaje, pues no quería perturbar la vida que llevaba en la Tierra.

Una mañana, después de una juerga épica, despertó y se dio cuenta de que no se había tomado la dosis mínima para mantener su apariencia humana.

—¡Mierda! —dijo al ver a Shirley Matheson en su lecho. Por fortuna estaba dormida y ajena a la transformación de Dax. Él ahora tenía un tono de piel verdoso con algunas escamas. La cabeza había duplicado su tamaño y los ojos aparecían hundidos, la nariz era casi inexistente. El impresionante miembro entre sus piernas ya no estaba. Sabiendo que en pocas horas alcanzaría la transformación total, se encerró en el baño con sus píldoras, y rezó para que Shirley se fuera pronto.

—¡Vamos Dax! Sal, que necesito entrar.

—¡Olvídalo! Tengo una resaca tremenda. No paro de vomitar. Vete a tu casa.

Aliviado, escuchó el portazo y pensó que aquello había estado demasiado cerca.

Unas noches más tarde, su jefe le dio una noticia que le dejó helado:

—Estamos considerando una invasión.

—¿Pero por qué?

—Sus ya esporádicos informes no son confiables Dax. Hay información de Lex que sitúa a los humanos a punto de aprobar la iniciativa «Hades». Veo por su cara que no tiene idea de qué hablo. Ellos enviarán una misión a Europa, una de las lunas de Júpiter. Usted se ha dejado seducir por la vida terrestre, me decepciona. Regresará a casa y responderá ante una comisión que le juzgará.

Dax entró en una desesperación impropia de su raza. Decidió hacerle una visita a Lex.

—¡Estás echando a perder todo! —le dijo con amargura.

—¿Te has vuelto loco Dax? No podemos anteponer nuestros deseos al bien de la galaxia.

Su compañero se abalanzó sobre ella y con las manos en el cuello apretó hasta asfixiarla. Luego fue directo a la unidad de comunicación y envió un mensaje urgente:

«La información que envié no es fiable. Mi fuente se retractó. El agente Dax tiene razón. No hay motivo para una invasión. Favor de Reconsiderar. Aviso que tengo descompuesto el sistema de visualización y no me será posible enviar video hasta ser reparado».

Dax se deshizo del cadáver y luego se llevó la unidad de comunicación a su departamento.

Aún tendría algunas semanas más de placer.

871 palabras.

Autor: Ana Laura Piera

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Las Dos Hadas.

Mi participación en el concurso de relatos de El Tintero de Oro, inspirado en la obra de Giambattista Basile y su obra El Pentamerón, precursor de los cuentos de hadas que hoy conocemos y que en su origen no eran aptos para niños. Te invito a visitar El Tintero para conocer las condiciones del concurso y leer sobre este autor y su obra también llamada «El cuento de los cuentos».

Éranse una vez dos hadas hermanas a las que desde pequeñas se les había dicho que serían «probadas por el fuego». Nadie lo entendió entonces hasta que las niñas se hicieron mayores.

Un día que paseaban por el bosque encantado, encontraron un bebé humano abandonado. Karya pensó que era la cosa más espantosa que hubiera visto: blanco y descolorido, parecía una prenda de vestir que se ha desgastado de tanto lavarse y ponerse al sol. Ptelea, en cambio, sintió compasión y decidió adoptarlo como hijo a pesar del fuerte desacuerdo de su hermana, que creía que lo mejor era dejarlo a su suerte.

Al principio, como todos los humanos, Orio era destructor y se llevó muchos sopapos cuando Ptelea lo sorprendía cortando flores, lastimando animales o robando a los duendes, pero con el tiempo aprendió a respetar. Se convirtió en un adolescente desgarbado, tan paliducho que incluso su pelo era de un rubio apagado. Vestía con una túnica hecha de hojas de árboles.

Desde muy pequeño su madre adoptiva le contó sobre su origen y le explicó que a veces, y por ignorancia, la gente suponía que los seres mágicos del bosque robaban a sus hijos en la cuna y les dejaban un sustituto, entonces, ciegos de dolor, abandonaban al niño que no consideraban suyo. Aun sabiendo eso, el muchacho tenía curiosidad sobre los hombres y a menudo se preguntaba cómo serían sus padres.

Karya nunca aceptó a Orio y resentía la atención que su hermana le prodigaba, así que siempre le acechaba, esperando el momento oportuno de borrarlo de sus vidas para siempre. Ese momento llegó un día que el muchacho, que aún no aprendía que «la curiosidad mató al gato», se acercó demasiado al pueblo. Le acompañaba Milo, un cervatillo huérfano que vivía con él. Karya observó que Orio dudaba en entrar, así que lanzó un encantamiento para que Milo se le desprendiera de los brazos y se internara en el poblado. Como el hada esperaba, Orio siguió al animalito.

«Ahí seguramente lo matarán» —pensó y se alejó muy contenta. Cuando vio a su hermana, le contó que su «amado» hijo la había abandonado y que se encontraba en el pueblo, con los de su clase.

—¡Debiste impedirlo! —dijo Ptelea alarmada, pero Karya simplemente sonrió de una manera maligna. Ptelea supo en ese momento que su hermana era en parte culpable del incidente.

La gente del pueblo se llenó de temor ante la visión de aquel ser tan pálido, vestido con hojas, paseándose por sus calles. Orio, en cambio, estaba encantado viendo aquel lugar tan diferente y de un puesto tomó algo esponjoso que se metió a la boca y que le resultó exquisito. Iba caminando y comiendo cuando escuchó voces detrás de él:

—¡Ladrón! ¡Agárrenlo! ¡Me ha robado pan!

La gente empezó a seguirlo y a tirarle piedras. Una mujer, pálida y desteñida como él, gritó diciendo que seguramente se trataba de un brujo que venía a robarse bebés, como había pasado con su hijo.

—¡Aprésenlo!

Orio estaba muy asustado. Las piedras y palos que le aventaban le hacían daño, y un grupo de hombres tenía sujeto a Milo y ya se imaginaban el banquete que se darían con su tierna carne. Apareció entonces, en medio de todos, una mujer muy bella que lanzó un hechizo que paralizó a la gente.

—¡Madre! —dijo el muchacho aliviado

—¡Vamos a casa! ¡Rápido! ¡El hechizo no durará mucho!

Camino a su hogar comenzaron a oler cómo el bosque se quemaba. Los árboles lloraban y los animales huían de las llamas. La gente había decidido acabar con el bosque y las criaturas que tanto temor les causaban. Apareció Karya, con el rostro desencajado.

—¡Te dije que este humano nos iba a traer problemas!

Orio se veía muy angustiado pero habló con valentía:

—Madre, llévense a Milo y sálvense. Yo propicié esto, deja que me encuentren y me maten y quizás con eso se calmen.

—¡Sí! ¡Deja que lo maten! —exclamó Karya.

Ptelea ignoró a su hermana e hizo que Orio y Milo subieran a un gran castaño y lanzó un hechizo protector alrededor del área. Karya miró a su hermana con rencor y luego comenzó a correr. Karya corrió y corrió, pero un conejo cuyo pelaje iba en llamas saltó hacia ella prendiéndole fuego a su vestido. Karya intentó escapar, mas ninguna magia tuvo efecto y en poco tiempo murió abrasada, experimentando gran dolor. Cuando la turba encontró el cuerpo retorcido y carbonizado del hada, se sintieron satisfechos y regresaron a sus casas.

Mientras tanto, Ptelea había ayudado a otros seres del bosque a salvarse y al final se reunió con Orio quien nunca quiso volver a saber de los hombres. Ptelea lloró a su hermana, pero comprendió que el fuego las había probado al fin y Karya obtuvo lo que se merecía, ya que «los delitos llevan a las espaldas el castigo».

Autor: Ana Laura Piera.

816 palabras.

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Perfección.

«Desde el blog El Tintero de Oro, nos lanzan una convocatoria para participar en el concurso de relatos: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? que homenajea al escritor de ciencia ficción Philipp K. Dick. Se pide un relato donde androides y humanos formen parte de un mismo entramado social, o… no. El relato no debe superar las 900 palabras.

Imagen de Possesed Photography en Unsplash.

Z38-A (conocido cariñosamente como “SAM”), se dirigió con pasos firmes y casi humanos al final de la línea de ensamblado, donde acababa de salir el prototipo del nuevo modelo Z38-B (aun sin ningún apodo o mote). Con toda la tecnología de que disponía, se avocó a revisar a fondo al que estaba destinado a ser su reemplazo. Sus delicados sensores, cámaras y microprocesadores encontraron todo perfecto. Solo faltaba que “SAM” tecleara un código de aprobación para que se iniciara formalmente la producción en serie; esto también haría que el flamante Z38B se activara.

El nuevo modelo era muy superior a su predecesor en todos los aspectos y se esperaba que en menos de un año todos los modelos anteriores, incluido SAM, fueran sustituidos y enviados al programa de reciclaje robótico, de donde podían salir en diferentes formas, desde un perro-robot para entretener niños hasta sanitarios inteligentes.

En el panel destinado para ello, “SAM” tecleó un código, pero contrario a lo esperado, la línea de producción no arrancó. “SAM” puso al Z38-B sobre una banda transportadora que lo llevaría a su destino final: ser reciclado. No lejos de ahí, tres ingenieros humanos disfrutaban de café con rosquillas cuando leyeron en sus monitores el código de rechazo tecleado por “SAM.”

—¡Otra vez! Esto no puede seguir así, hay que cambiar al proveedor del panel B5501, pues salió defectuoso —dijo uno de ellos haciendo una mueca de fastidio mientras se relamía el glaseado del pan que se acababa de comer.

—Hace dos meses fue el panel B5502¿Qué diablos pasa con los componentes que ya no los hacen como deben? —dijo otro, jalándose los cabellos por la desesperación.

—Menos mal que tenemos a “SAM” en control de calidad, no cabe duda que los Z38-A son difíciles de suplir, pero hay que volver a intentarlo, la gente clama por un modelo nuevo y mejor.

Con urgencia, “SAM” se introdujo en su cubículo de mantenimiento. Todos sus sistemas internos volvieron poco a poco a la normalidad después de experimentar un caos interno que lo hizo descartar sin razón al Z38-B y que a su vez le causó un consumo excesivo de energía y sobrecalentamiento de su sistema. Él no lo sabía, pero las debilidades humanas, como si de virus se tratase, habían encontrado la forma de instalarse en su corazón de silicio.

387 palabras.

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

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El Rey de los Idiotas.

Esta es mi participación en modalidad «fuera de concurso» para la convocatoria:

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El Barril de Amontillado fue uno de los cuentos que cuando lo leí de adolescente más me impresionó. Sirva esto como un pequeño y muy humilde homenaje a este autor. Quise contar la historia desde la perspectiva de la víctima, Fortunato. El lugar donde se desarrolla la historia y los personajes son los mismos que en el magnífico cuento de Poe. (Espero que no me venga a jalar los pies enojado).

La borrachera se me bajó de golpe. ¡Ese traidor de Montresor me había llevado a una trampa!

Me estremecí y sacudí las cadenas con toda la fuerza que mi instinto de supervivencia logró convocar en un vano intento por zafarme. La antorcha que llevaba en mi mano había caído al piso y Montresor la había tomado. Me hablaba, pero toda mi atención estaba puesta en sus manos, que, industriosas y ágiles, trabajaban en conjunto, poniendo hilada tras hilada de piedra frente a mí. Cada línea levantada me iba robando de a poco la claridad.

La ofensa vino a mi mente como un relámpago. Recordé que días atrás, pasados de copas, había yo hecho algunos comentarios burlescos sobre su poca pericia para comprar vinos, aunque él se preciaba de ser un conocedor. Yo sabía de buena fuente que muy a menudo los charlatanes le daban gato por liebre. Recordé la nube de mal tiempo que, por unos segundos, ensombreció su rostro. Después seguimos bebiendo y nos olvidamos del asunto, o eso creí.

Con engaños y con el pretexto de que tenía un barril de vino amontillado me abordó durante el carnaval y me trajo a las catacumbas de su familia. Ahí guardaban, entre despojos de varias generaciones de Montresors, algunos de sus mejores vinos, a los que les hacía bien el frío y la humedad del lugar. Tenía yo mucha curiosidad por ver si en efecto se trataba de amontillado, ya que era casi imposible encontrarlo en esa época del año. Lo más seguro era que lo hubieran engañado y ya tendría yo otra ocasión de burlarme de su nula pericia como catador. Era mi amigo, pero detestaba cuando se ponía pretencioso.

Noté que mi mente daba bandazos entre la resignación y la angustia. De repente, sin pedir permiso, de mi pecho salieron los más horripilantes gritos al darme cuenta de que el desgraciado me había condenado a una muerte lenta y cruel. Me tomó por sorpresa que, emulándome, él empezó a gritar con una enjundia sobrenatural que me hizo dudar de mi condición de vivo. Quizás, me encontraba ya frente al mismo demonio, recibiéndome en las puertas del averno. Callé.

Uno nunca sabe cuando será la última vez que hacemos algo. Despertamos, pero seguimos dormidos, mecidos por la rutina sin pensar que ese puede ser nuestro postrer día. Yo debí haberle dado un beso en la boca a mi mujer, en vez del casto beso en la frente que siempre intercambiábamos por las mañanas. Y a Luca, ¡Por Dios, Luca! A él le hubieran venido bien algunos consejos y un abrazo especialmente fuerte. Miré con tristeza el creciente muro de piedras que me robaría la oportunidad de conocer a mis nietos. Sin mucha esperanza, dejé escapar una risa ahogada y le pedí, le supliqué que terminara con la broma. Él me siguió la corriente sin dejar su labor.

Hay que ver los absurdos pensamientos que lo asaltan a uno ante la inminente muerte, me di cuenta de que mi disfraz de payaso, escogido a las prisas para el carnaval, se convertiría en la grotesca mortaja para mis pobres huesos. Mi mausoleo, cuidadosamente preparado, quedaría vacío. ¿Qué pensaría mi familia de mi desaparición? Me derrumbé sobre mí mismo y sentí cómo se clavaba, lacerante, la cadena alrededor de mi cintura. Quedé colgado a medias sin tocar el suelo.

De repente, se hizo la luz en el pequeño nicho donde estaba yo prisionero. Montresor había metido una de las antorchas por el último hueco y me llamó por mi nombre:

—¡Fortunato!, ¡Fortunato!

Moví los labios, pero mi voz me había abandonado. Vi cuando colocó la piedra que faltaba, sellando mi destino. La antorcha agonizante proyectó las últimas sombras en aquella tumba improvisada hasta que reinó la oscuridad. ¡Qué bien me hubiera sentado que el dichoso amontillado hubiera sido real y no solo el pretexto para llevarme a la muerte! Un pensamiento: «Fortunato, eres el rey de los idiotas», retumbó en mi mente. Comencé a sentir la falta de aire…

Pasó un tiempo hasta que me sentí ligero y pude al fin traspasar la pared de piedras y la muralla de huesos que ahora sellaban el lugar donde se descomponía mi cuerpo. Mi primer impulso fue buscar la salida de las catacumbas, de alguna extraña forma, pude orientarme en la oscuridad de aquel laberinto. Confiado, intenté traspasar la puerta, como lo había hecho antes, pero no pude, algo me detenía. Las innumerables voces, como fríos suspiros, susurraron en mi oído que aquello era imposible. «Ahora eres uno de nosotros».

«¿Alguno de ustedes sabe si hay por aquí un barril de amontillado?»

Autor: Ana Laura Piera

Un Buen Susto.

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Fue una absoluta sorpresa para el joven Guillermo enterarse de que sus tíos lejanos le habían dejado una casa de campo en Inglaterra. Se entusiasmó, pues aunque siempre andaba a la caza de oportunidades para ganar dinero, la mala suerte parecía perseguirle.

Se trataba de una ruinosa y antigua granja en el poblado de Pluckley, en Kent, conocida como «Woolridge Farm». Aquel pueblo tenía fama de ser uno de los lugares más embrujados del país y atraía turistas buscando emociones fuertes. La granja tenía un tamaño respetable, pues además de la casa principal contaba con espacios que fueron, en días mejores: caballerizas, corrales y almacenes. Pensó que podía servir como un hotel, pero al calcular la cuantiosa suma que tendría que invertir para ello, se entristeció. Lo mejor sería venderla.

Llevaba una bolsa de dormir que puso sobre el viejo sofá de cuero tipo Chesterfield que estaba en el salón y para prender la chimenea juntó muebles viejos y pedazos de madera que encontró aquí y allá.
Encendió la chimenea justo a tiempo. Llovía y hacía mucho frío. Se acostó en su cama improvisada, no estaba muy cómodo, pero al menos estaba caliente.

En la madrugada le despertó un frío intenso y vio el fuego agonizar. Se puso a buscar algo para alimentarlo. Fue ahí cuando lo vio: era un hombre viejo, barbado; lucía demasiado delgado y triste. Sus vestimentas eran de otra época. Estaba sentado en una de las sillas que Guillermo pensaba tirar al fuego. El cuerpo se veía como hecho de niebla. Quiso tomar la silla de cualquier forma, pero un frío gélido lo envolvió y comenzó a tiritar. Se dirigió a otra, pero cuando estaba a punto de asirla, la figura apareció sentada en ella. Dondequiera que aquel ente se movía el frío se sentía polar.

—Estos son mis muebles. Estás destruyendo mi casa —dijo el viejo, su voz denotaba enojo y tristeza. A Guillermo le costaba ya hablar pues temblaba incontrolablemente—. Soy Walter King, un antepasado tuyo, y te pido que abandones este lugar. —Guillermo estaba tan helado que creyó que se enfermaría.

—Ma…ña…na, lo ju…ro… —dijo el joven castañetéandole los dientes.

—Si prometes que mañana no estarás aquí te permitiré usar un mueble más.

Guillermo asintió y en ese momento Walter se desvaneció como humo de cigarro. El joven tiró un banco a la chimenea, las llamas lo envolvieron y el frío mengüó. Se metió nuevamente en su bolsa de dormir, pero ya no pudo pegar un ojo. Así lo encontró el amanecer, preguntándose si la experiencia había sido real o fruto de su imaginación.

Al otro día averiguo en el ayuntamiento todo sobre la propiedad. Aparecía el nombre de Walter en los registros, se enteró de que no había deudas pues existía una especie de fideicomiso encargado de cubrir todos los gastos de impuestos. El dinero fue legado por… ¡Walter King! A finales del siglo XVIII. Sin embargo, los recursos ya estaban a punto de agotarse.

Aunque seguía escéptico, para evitar problemas, pidió que le enviaran varias cargas de leña para la chimenea y esa noche alimentó el fuego con la madera comprada. De repente la estancia se sintió anormalmente fría y el espectro se dejó ver. Vestía la misma ropa anticuada y tenía el mismo aire triste que la noche anterior. Como flotando, fue y se posó en una de las sillas.

—Así que no te has ido. ¡Y lo prometiste!
—Si, pero como puedes ver, los muebles no están en peligro —y Guillermo señaló muy orondo las cargas de leña.
—Muy considerado de tu parte —dijo irónico el espectro.
—Tengo una noticia para ti. Hoy descubrí que el dinero que dejaste para mantener este lugar está a punto de acabarse.
—¿Tan pronto? —dijo Walter escandalizado.
—Walter, el costo de la vida ha subido tremendamente. No te imaginas… El problema es que, acabándose el dinero, la granja se tendrá que vender.
—¡No! —gritó Walter desesperado— ¡Este es mi hogar!
—Lo sé, pero no hay modo.
—Escucha —dijo Walter—. Aún tengo algo guardado, te lo daré, pero hay que salvar esta propiedad.

Walter hizo prometerle que no vendería y le advirtió que si lo hacía una maldición caería sobre él. Esa misma noche Guillermo encontró un anillo antiguo de oro con incrustaciones de rubíes. Al frente cuatro pequeños diamantes cubrían un compartimento secreto que revelaba el retrato en miniatura de un joven y distinguido Walter King. Al otro día viajó a Londres donde obtuvo una pequeña fortuna por él. De regreso a Pluckley puso la propiedad en venta. Trató de sacar a Walter de su mente, al fin y al cabo ya solo tendría que pasar una noche más en Woolridge Farm. Lo hacía más por curiosidad que por otra cosa. Luego, regresaría a su país donde invertiría en un negocio de tecnología.

Meses más tarde, un turista llegó a desayunar a la famosa posada The Swan, en Pluckley, y una linda pelirroja le sirvió té y pancakes.

—¿Serías tan amable de decirme qué lugar embrujado visitar?
—¡Sí! Woolridge Farm es una buena opción. A mucha gente le gusta pasar la noche ahí y ver cómo se pelean el fantasma de Walter King y uno de sus descendientes que murió ahí hace poco tiempo. Se dice que no cumplió un juramento, y una maldición le hizo cometer suicidio.
—Suena espeluznante.
—¿Verdad que sí?

893 palabras.

Autor: Ana Laura Piera.

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4ta. Antología de El Tintero de Oro, titulada «Anoche soñé que…»

Queridos amigos, desde hace algún tiempo participo en el excelente blog El Tintero de Oro, de David Rubio, que en esta recta final del año ha sacado su 4ta. Antología donde se incluye un relato mío. Todas las creaciones que se pueden leer en la Antología son de una gran calidad, el contenido es variado y para todos los gustos. La Antología se publicó en Amazon a precio de costo. Si alguien está interesado en adquirirla pueden cliquear AQUI Si desean conocer El Tintero de Oro denle clic al enlace abajo de la imagen. Aprovecho para desearles a todos felicidades en estas fechas y que el 2022 nos traiga a todo alegrías y bendiciones.

COSAS DE ENAMORADOS

Lo que comenzó como una gran aventura acabó aburriéndola. La vida dentro de la lámpara maravillosa se había convertido en algo demasiado monótono.

—Estoy cansada de ver siempre lo mismo —se quejó—, extraño sentir el sol, la brisa…

Junto a la muchacha se puso el genio, pretendiendo ser un esclavo y con una gran sonrisa en el rostro se puso a mover un enorme abanico de plumas hacia Blancanieves.

—No me refería a ese aire, tonto. ¡Quiero ver otras cosas!

Una lágrima rodó por su blanca mejilla y él capturó la diminuta gota en la punta de uno de sus dedos.
La chica sintió que se encogía y de repente se encontró dentro de la secreción. El genio sonrió mientras la veía a través de la fina película de agua, entonces la hizo aún más pequeña y ella pudo observar todo lo que oculta un lamento: agua, aceites, cristales y pequeñas partículas que tenían vida propia. Era lo más parecido a un bello jardín. Pero ni eso la consoló, comenzó a dar de gritos pidiendo que la volviera a tamaño normal.

Él obedeció. Ahora la muchacha lloraba a moco tendido y él pensó que si tomaba un poquito del líquido que salía de su nariz y la volvía a hacer pequeña, quizás ahora sí disfrutaría la experiencia. (El tipo era bastante porfiado).

— ¡No vuelvas a hacerme eso nunca más! —dijo adivinando sus intenciones—. ¡Por favor! ¡Demos un paseo! ¡Veamos la luna! ¡Besémonos junto a un lago!

—Lo que pides es muy riesgoso mi amor. Alguien podría vernos salir de la lamparilla, podrían desenterrarla y descubrir que frotándola pueden tener sus deseos y yo volvería a ser un esclavo. Mi último amo, Aladino, era bueno y me concedió mi libertad, pero el siguiente puede ser una mala persona. ¿Quieres que yo caiga en manos de alguien con dudosas intenciones? ¿No, verdad?

La muchacha recordaba a Aladino, un buen día la alfombra mágica que lo transportaba se perdió y acabó en el bosque. Un tipo aventurero. ¡Suertudo! Ella ya estaba hasta el copete de la vida dentro del cacharro, así que pensó que si no la liberaban por las buenas sería por las malas.

Una noche, aprovechando que su novio tenía el sueño pesado, le cortó la preciada coleta que le surgía solitaria de la coronilla y de la cual estaba muy orgulloso, pues era un distintivo de su gremio. Ella sabía que tratándose de eso, el genio no podía usar su magia.

Al otro día fuertes sollozos la despertaron.

—¿Qué has hecho? ¿Estás loca? Sabes muy bien que no puedo hacerla crecer de nuevo ¡Ahora debo esperar cien años a que se regenere! Si algún otro genio me ve se reirá de mí.

—¿Pero quién te va a ver si nunca salimos de aquí? —dijo la muchacha en tono burlón.

A pesar del gran disgusto, el genio no cedió a la petición de su chica, así que esta decidió hacer una huelga de hambre.

—¿Estás segura de que no quieres comer querida? —preguntó cuando ya iban dos días de ayuno. Delante de ellos había una mesa bien dispuesta, sin duda él se había lucido con las viandas y Blancanieves estuvo a punto de sucumbir a la tentación de morder un pernil de cerdo que se veía de lo más apetitoso. Pero al final se mantuvo firme.

—¡Oh! Está bien, saldremos —accedió de mala gana—, solo una salida rápida.

Envueltos en un humo azul, ambos salieron de la lámpara que estaba escondida en el bosque. ¡Blancanieves estaba tan contenta! Se quitó los zapatos para sentir el suelo bajo sus pies desnudos, respiró profundo saboreando el aire y dio gracias por poder ver el sol y sentir los tibios rayos en su piel.

—Debemos regresar—dijo el genio nervioso y mirando para todos lados.
—No, otro ratito más, por favor.

Fueron llegando diferentes clases de aves que se posaron en la cabeza de Blancanieves, sus hombros y en la palma abierta de sus manos. ¡Hacía tanto que no vivía eso! Le dieron ganas de entonar una canción, como en los viejos tiempos.

—No te pongas a cantar por favor o llamarás la atención, ya vámonos —dijo el genio que conocía bien sus antiguos hábitos.

«¡Suficiente!» —pensó—amaba a su novio, pero ya no podía estar encerrada.


—No, no me iré. Vete tú.
—¿Qué? ¿Ya no me quieres? —en su voz había incredulidad.
—Te amo. Mas ya no puedo estar recluida. Anda, regresa, esa vida ya no es para mí.

Él se puso muy triste y llorando se volvió nuevamente neblina azulada que desapareció bajo la tierra. Al mismo tiempo, ella escuchó el grito de un niño que pasaba: «¡Un fantasma!» La chica temió por el genio y como pudo hizo que el crío se alejara: «No es nada… Un reflejo… No, no es bueno escarbar ahí, te puede picar algo». Una vez sola, decidió desenterrar la lámpara pues aquel ya no era un lugar seguro.

El genio sintió con pesar que alguien frotaba la lámpara y se encontró nuevamente con Blancanieves que había pedido un deseo al que no se pudo, ni quiso negar. Después él volvió a su morada. Era un buen arreglo, pero a veces, harto de vivir solo, se ponía de mal humor; entonces ella, para vengarse, calentaba la lámpara en la estufa, mientras el genio se moría de calor. Cosas de enamorados.

896 palabras.

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla