EL VIAJERO DEL TIEMPO

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Le bastaba con pensar en una fecha y lugar y la esfera programaba las coordenadas de destino. Así, Sindri viajó por el universo utilizando atajos en el espacio-tiempo, sistema perfeccionado en el año 3050.

Destino: Roma, noche del 24 de diciembre, año 50 a.C.
Era la celebración de las Saturnales, las fiestas paganas en honor a Saturno, el dios de la agricultura. Antes de salir de la esfera, imprimió la vestimenta propia de la época: túnica y toga, para no desentonar.

La ciudad estaba engalanada con adornos y luminarias. Sus habitantes, jubilosos por no tener que regresar más a los campos, se entregaban a los placeres; corría el vino y la comida en abundancia. Se unió a una de las fiestas callejeras, patrocinada por un hombre rico llamado Gayo Pompeyo. Tras el banquete, Gayo lo llevó a su lujosa villa donde fue testigo del intercambio de regalos entre familiares. Le propusieron quedarse esa noche y celebrar el día 25 el «Natalis Solis Invicti», fiesta asociada al nacimiento del dios Apolo. Amablemente, declinó y se despidió de los anfitriones. En un lugar solitario llamó con el pensamiento a la esfera. Dentro de ella dictó algunas observaciones:

«Con esta visita confirmo que esta tonta tradición que ha perdurado hasta nuestros días tiene orígenes paganos».

Belén, noche del 24 de diciembre, año 6 a.C. *
Salió vestido de pastor, pero no encontró a ninguno pues hacía demasiado frío para sacar al rebaño a pastar. Regresó feliz al vehículo, donde calentó su aterido cuerpo y dictó: «El nacimiento de Jesucristo el 25 de diciembre es una falacia y lo hicieron coincidir con una fiesta pagana. Debió nacer en primavera o verano».

Ahora la esfera buscaría gente emparentada con él, en diferentes épocas. Les visitaría y trataría de disuadirlos de celebrar algo que no resistía un mínimo de análisis histórico.

Londres, 24 de diciembre, 1860:
Con abrigo y sombrero de copa Sindri parecía un londinense más. Buscó la dirección de su parentela, sin éxito. Contrariado fue a sentarse en un banco. No había mucha gente, la mayoría ya estaban en casa para la tradicional cena. Una mujer iba muy apurada y al verle solo, le ofreció pasar la noche con su familia. Aceptó. Dentro de la casa cuatro niños revoloteaban alrededor de un árbol ricamente adornado. El marido, un hombre agradable, le convidó una bebida con vino, frutas y canela, para el frío. La cena fue abundante y deliciosa, antes del postre todos abrieron un paquetito personal, jalando de unos cordones en los extremos; al hacerlo saltaban regalitos en medio de una pequeña explosión que lo sorprendió e hizo que todos se desternillaran de risa. Su obsequio fue una nota que le deseaba buena fortuna. Acabada la cena se despidió, desconcertado por lo agradable de la velada. Hubo alusiones cristianas, pero más que nada se trató de una fiesta familiar. Era hora de regresar a la esfera.

Londres, 24 de diciembre, 1941:
Esta vez sí encontró la dirección. Le abrió una mujer de rostro triste, quien explicó que el hombre que buscaba, su esposo, estaba en el frente de batalla. Sindri fue invitado a cenar. No había árbol ni decoraciones ostentosas. La comida era escasa, aun así la compartieron con él, cosa que lo conmovió. Hubo una oración de agradecimiento y pidieron por la seguridad del padre ausente. Observó que los hijos, dos traviesos pelirrojos, no recibieron regalos. Regresó al otro día con algunas cosas impresas en su esfera: ropa para toda la familia y juguetes. Jamás olvidaría aquellos rostros de gratitud.

Decidió que haría una última parada, su celo por acabar con la tradición navideña en la familia se desvanecía. No había tenido corazón para aguar los festejos de nadie con sus diatribas. La fiesta despertaba sentimientos y actitudes nobles en todos, ¡incluso en él mismo!

México, 24 de diciembre, 2033. Sus parientes vivían en un precioso rancho de la Sierra. Gente hospitalaria, lo acogieron también.

Esta vez sí se animó a soltar los datos recopilados en sus viajes por el tiempo, sin revelar que él venía del futuro, y cuestionó la validez de la celebración. El patriarca de la familia, Don Artemio, lo miró con interés y le dijo que no importaba si no había rigor histórico. «El asunto es que nació y esta fiesta conmemora ese día». «¿Y qué me dice de los orígenes paganos de las fechas?» El hombre se encogió de hombros con esa sencillez de la gente que no se complica mucho. Luego lo invitó a bajar al pueblo para ir a repartir regalos y comida a la gente más desfavorecida. Hicieron una escala en la iglesia donde su anfitrión insistió en entrar unos minutos. Esto último incomodó a Sindri pero se resignó. Más tarde, el rancho se llenó de parientes y nuevamente una grata atmósfera familiar lo envolvió todo con abrazos, risas, brindis y mucho tequila.

Dictó sus últimos apuntes: «He decidido no perseguir ya mi idea de desterrar la Navidad. Entiendo ahora que más allá de lo que se celebra, estas fiestas sirven para unir a las personas, sacar lo mejor que hay en ellas y eso por sí solo bien vale la pena el festejo». Con una sonrisa el viajero del tiempo pensó en la noche de Navidad del año 3050 y regresó a casa, a tiempo para unirse a la celebración.

891 palabras

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

*Nota:

«Ateniéndonos al registro de Flavio Josefo y a las repetidas menciones al rey Herodes, es más seguro tomar como referencia válida la que señala el nacimiento en vida de este rey y, por lo tanto, situarlo alrededor del año 6 a.C. La fecha incorrectamente considerada como año 1 fue establecida -ya fuera por accidente o intencionadamente- en el siglo VI por un monje bizantino llamado Dionisio el Exiguo, quien diseñó un nuevo sistema de datación de los años para separar la era pagana de la cristiana: el Anno Domini -“año del Señor”, es decir, del nacimiento de Jesús-, en sustitución de la datación romana ad Urbe condita -“desde la fundación de la ciudad”, es decir, de Roma.» fuente: https://historia.nationalgeographic.com.es/a/que-ano-nacio-jesus-segun-historia_15207

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EL DILEMA DE ROBBY

Photo by PIOTR BENE on Unsplash

Sus pequeños ojos, dos luces azuladas, subían y bajaban de intensidad sobre mí, escudriñándome.

Saqué mi tableta para escribir el diagnóstico final sobre Robby.

Se incorporó. Había estado acostado sobre el diván diciéndome todos los detalles de su existencia. Estaba acostumbrada a escuchar la retahíla: «Mis humanos esto, mis humanos lo otro…» Robby era un robot doméstico y le empezaban a molestar cosas como el tono de voz de sus jefes, la naturaleza de sus labores y palabras como «injusticia», «enojo» o «abuso», empezaban a salpicar su vocabulario, lo cual era algo inusual y preocupante.

Después de tres sesiones de lo mismo, mi consejo como experta en robo-psicología era que fuera destruido. Claramente su cerebro estaba dañado. Durante mi práctica profesional pocas veces me había encontrado frente a robots «rebeldes», era un fenómeno que aún no se explicaba muy bien.

Robby pareció percibir su inminente destino.

—Dra. Morante, ¿puedo saber lo que va a recomendar?

Siempre me maravilló la naturalidad ya alcanzada en las voces robóticas, la suya era suave y agradable.

—No. Lo siento, Robby.

—Perdone, pero no quisiera que me considerara un caso perdido.

—¿Por qué crees que puedo pensar eso, Robby?

El robot dirigió su mirada azul a sus pies y luego a mí antes de contestar.

—Estoy consciente de que quejarme tres veces seguidas es una irregularidad.

—Así es, Robby. Tu cerebro debe estar funcionando mal. Lo siento.

—¡Es que son tan molestos! —dijo, refiriéndose a sus dueños.

Tuve un momento empático. Quizás fue su actitud, su tono de voz que reflejaba tanto sinceridad como desesperación. Me recordó a mí misma en la casa de mis padres.

—Mira, Robby. Los humanos somos seres de emociones complejas y ustedes fueron creados para no tenerlas. En tí empiezo a ver un patrón problemático. ¿Entiendes?

—Sí

—Recomendaré un «reinicio» completo de tu cerebro robótico, pero si eso no ayuda tendrás que ir a reciclaje.

El robot volvió a fijar sus ojos azules en mí.

—Entiendo.

—Perfecto.

Me vio escribir el mensaje y me observó atento mientras le daba «enviar».

—Espero que pase mucho tiempo antes de verte de nuevo por aquí —le dije.

Robby se incorporó. Su cuerpo de fibra de carbono color metálico de dos metros de altura apenas hizo algún ruido. Hizo una ligera inclinación de cabeza. Alcancé a ver su avanzado cerebro a través del armazón transparente que lo cubría. Era como asomarse a un rincón del universo, con una miríada de estrellas titilando. Una pieza excepcional de ingeniería, y sin embargo, estaba fallando.

—Dra. ¿Me permite decir algo más antes de irme? —asentí—. Me parece injusto que por un error humano deba yo ser destruído. En todo caso también se debería sancionar de alguna manera al ingeniero que se equivocó en mi programación o al que diseñó mal mi cerebro. —Calló abruptamente al darse cuenta de que había cometido un grave error—. Bueno, no me haga caso, ya sabemos que mi unidad cerebral está defectuosa. Seguramente después del «reinicio» estaré de lo más normal.

Una vez que Robbie abandonó el consultorio, regresé a mi tableta y escribí de nuevo:

«Desechar mensaje anterior. Recomiendo destruir a la unidad 4876bc3 modelo Rby2. Además de presentar indicios de malestar ante órdenes humanas, pareciera también estar en desacuerdo con la primera Ley Robótica de no hacer daño a los seres humanos.» Adela Morante, Lic. en Psicología Robótica.

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

Nota:

Las tres leyes de la robótica de Asimov son un conjunto de normas elaboradas por el escritor de ciencia ficción Issac Asimov que se aplican a la mayoría de los robots de sus obras y que están diseñados para cumplir órdenes.

Primera Ley: Un robot no hará daño a un ser humano ni, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño.

Segunda Ley: Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entren en conflicto con la primera ley.

Tercera Ley: Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o con la segunda ley.​

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La «Invasión»

Propuesta literaria inspirada en La Guerra de Los Mundos de H.G. Wells. Visita el blog de El Tintero de Oro en caso de que te interese participar y saber más de la vida y obra de este gran maestro de la ciencia ficción. Te dejo con mi relato:

Llegaron cuando al planeta le empezó a fallar el pulso. Cambios nunca antes vistos en el movimiento polar de la Tierra hizo de los terremotos y erupciones el pan de cada día. El clima enloqueció. En medio de la devastación, las estaciones de radio, TV e internet que aún funcionaban dieron cuenta de su aparición: Una escuadra de gigantescas naves alienígenas iba entrando en la exosfera terrestre.

Las señales emitidas por las naves confundieron a los científicos que intentaban dar una respuesta a lo que estaba sucediendo. No hubo consenso: unos decían que esos seres venían a salvarnos y otros creían que venían a terminar con lo que quedaba de la raza humana y del planeta. Yo era de los primeros. Para mí, la visión de esas naves alargadas, con sus cambios de luz de rojo a verde, significaba una advertencia de peligro seguida de un aviso de salvamento. ¡Si tan solo hubiéramos sido mayoría los que pensábamos así! Al penetrar las naves en la troposfera, los gobiernos mundiales enviaron una miríada de misiles y aviones-caza para contrarrestar el «ataque». Los pocos que sobrevivimos lo supimos después: los extraterrestres venían en una misión de rescate pues la Tierra estaba condenada.

Tendido en la blanca superficie, estoy a punto de iniciar lo que ellos llaman: «asimilación». Gor-Mir me lo explica lo mejor que puede, tratando de hablar con naturalidad a pesar de los tonos guturales que emite su garganta. Todo su ser despide luz de diferentes colores, ahora que me habla lo hace emitiendo un suave resplandor azulado.

—En este momento te conviertes en uno de nosotros. No usarás ya tu sistema vocal salvo para emergencias, pero podrás entender los pensamientos. Se hará un trasplante de corazón, la mejor mitad humana se quedará y la otra será sustituida con una mitad de tejido cardiaco-cerebral propio de nuestra raza. No te preocupes, la unión será armoniosa. Tu imagen seguirá siendo bípeda, pero te añadiremos un par extra de brazos y ojos para que te asemejes exteriormente más a nosotros.

—¿La Tierra? —pregunto con apenas voz y noto que su luz cambia de azul a gris.

—Su decisión de usar armas nucleares contra nosotros, más los cataclismos naturales, la han destruido por completo. Lo que queda de ella vaga en el universo, algunos pedazos están siendo atraídos por la gravedad de cuerpos celestes de mayor tamaño y otros están encaminándose al cinturón de asteroides que hay entre Marte y Júpiter. Rescatamos a todos los humanos que pudimos, lo siento, no son muchos.

La superficie donde me encuentro empieza a vibrar y a emitir un haz de luz blanca enceguecedora que me envuelve. Yo siento que «trabajan» en mí, mas no hay dolor. La voz de Gor-Mir no me abandona, pero ahora la escucho en mi mente, tranquilizándome: «Fuerza hermano. Ojalá fueran más. Tan solo son un puñado, pero ahora son parte de nosotros. Bienvenidos».

Suena en mi cabeza la sonata «Claro de Luna», de Beethoven. Escucho a Gor-Mir decir algo sobre lo hermosa que es.

Presiento que estaremos bien.

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

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CIBORG II – Microcuento

Foto de Unsplash

Adivinando que los malditos cíborgs acabarían por eliminar a todos, fingió ser uno. Imitar convincentemente su comportamiento no fue fácil, pero peor había sido esconder su propia humanidad. Solo tenía unos pocos, preciosos minutos de soledad cuando simulaba recargar baterías; mismos que aprovechaba en leer un libro que tenía escondido y que consideraba su tesoro; leyéndolo recordaba que no estaba hecho de metal y circuitos electrónicos, sino de piel, huesos y espíritu.

Un día el aullido de sirenas y el parpadeo frenético de luces le indicaron que había sido descubierto. La puerta del módulo de recarga fue sellada y ya no se volvería a abrir jamás. Se despojó lentamente de su piel de robot hasta quedar desnudo y luego, haciéndose un ovillo en el piso helado, se dispuso a leer hasta el final.

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

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ADAPTACION -microcuento

foto de Unsplash

Publicado en los diarios de las principales ciudades del planeta:

«Esta semana empezaron a duplicarse los casos de bebés nacidos con cubrebocas incorporado. Se trata de un colgajo de piel en el mentón, lo suficientemente elástico que permite jalarlo hasta cubrir boca y nariz sin impedir la respiración. Funciona incluso mejor que un cubrebocas convencional. Los estudios hechos a los infantes con esta característica demuestran una eficacia del cien por ciento contra los virus de la familia coronaviridae y otros. Los casos se presentan a nivel mundial. Ante la ola de consternados padres llenando las salas de hospital pidiendo ayuda, la OMS recomienda NO retirarlo quirúrgicamente pues se trata de una adaptación de nuestra especie a las amenazas recientes por virus».

José cerró el periódico esperanzado. Quizás empezaran pronto a nacer seres humanos sin ojos ambiciosos, sin manos destructoras; con un cerebro más parecido al que tenían los humanos al inicio de nuestra historia en el mundo, cuando el Homo sapiens aún guardaba un equilibrio con la naturaleza y no depredaba su hogar. Si la naturaleza podía adaptarnos para sobrevivir a unos diminutos virus, quizás podría cambiarnos para sobrevivir a nosotros mismos.

Ana Laura Piera Amat / Tigrilla

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LA GRANJA – Microcuento

Photo by Michael Bourgault on Unsplash

En la granja, un enorme robot en forma de araña se dedica a sembrar en los surcos de tierra las preciadas semillas. Estas son de colores: negras para los escritores oscuros, verdes para aquellos que escribirán con un sesgo ecológico, rojas para los románticos, azules para los que se decantarán por la ciencia ficción, moradas para los amantes del género fantástico… Después de sembradas, son regadas todos los días con letras compradas a granel y empacadas en grandes sacos que se irán vaciando poco a poco. Tras un tiempo se van asomando los mechones de cabello o las calvas a ras de tierra y poco a poco va emergiendo el cuerpo.

Cuando el proceso se completa, la araña robot los cosecha amorosamente y los empaca. Cada uno será enviado donde más se necesite de sus frutos.

Acabo de recibir a mi escritora de ciencia ficción y ya he leído un relato distópico sobre la vida después de la pandemia y un par de poemas sobre el amor entre una selenita y un marciano. Me entretengo tanto que casi me he olvidado de la cardiopatía que me matará. No podría estar más satisfecha.

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

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Por cierto Bloggers Net me parece una buena herramienta para promocionar nuestros blogs y descubrir otros, quizás quieras echarles un vistazo, si estás ya ahí, déjame enlace a tu perfil para visitarte y votar tus creaciones. Si tienes alguna opinion sobre éste sitio me encantaría que me la compartieras.

EL CIELO ES EL LÍMITE

Hacía ya algún tiempo que por el cielo de la tierra transitaban enormes ciudades flotantes. Se hablaba de que serían un gran alivio al problema de la sobrepoblación y eran muy prácticas pues podían cambiar de sitio si las condiciones climáticas no resultaban favorables. Pocas veces aterrizaban, en realidad no había mucho lugar donde hacerlo y dentro de cada una había prácticamente todo lo necesario al ser autosustentables. A veces solo se «anclaban» y permanecían algún tiempo en el sitio elegido hasta que era momento de partir.

Al principio, únicamente los países ricos las lanzaban y eran un símbolo de estatus siendo sólo los más privilegiados los que podían acceder a ellas y a sus increíbles vistas. Cada lanzamiento era celebrado en todo el orbe, y las ciudades que ya estaban en circulación, lanzaban fuegos artificiales y desplegaban mensajes fraternales de bienvenida para la recién llegada.

La cosa cambió cuando un país africano lanzó su propia versión de ciudad flotante. Las otras urbes vieron con recelo a su contraparte africana y la bienvenida, si es que la hubo, fue fría y distante. Después un país de Centroamérica lanzó su ciudad y los ricos del mundo comenzaron a hablar de que las ciudades, hasta entonces inermes, debían pertrecharse previendo cualquier tipo de violencia por parte de los pobres.
Mientras más ciudades fueron lanzadas por países tercermundistas, más repulsión causaba la noticia a los del primer mundo.

Hoy todas las urbes flotan armadas y recelosas, ha habido choques y muertos. Más de una ciudad rica y poderosa, ha querido conquistar a otra menos equipada. Los ataques han hecho que caigan de las alturas, matando a todos sus habitantes y a los que tuvieron la mala suerte de quedar en el camino de los despojos que se precipitaron a tierra.

Ya se habla de Ciudades-Ejército para salvaguardar los intereses de cada país.

Hoy, el cielo llora sangre.

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

Si quieres comentar algo, adelante, los leo y contesto todos. Gracias por leerme.

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¡POR UNA CABEZA!

Ruinas de la antigua ciudad de Tulum (muralla) llamada en su tiempo Zama (amanecer), Quintana Roo, México

Na Balam Chan miró azorado el enorme objeto que se acababa de materializar frente a él en esa noche como boca de lobo. No había visto nunca algo así: tenía la forma de una jícara invertida y el color de las nubes nocturnas. Flotaba a escasos metros del suelo y de la base irradiaba una luz blanca, fría… lunar. Del susto al pobre hombre se le bajó la borrachera que se había puesto con balché.

La «jícara» no emitía ningún ruido que opacara el rumor de las olas rompiendo en la orilla de la playa y que llegaba a sus oídos después de atravesar la ciudad de Zama (hoy Tulum). Na Balam Chan había salido de Zama a media tarde antes de que se cerrara el acceso. Tuvo ganas de emborracharse lejos de las miradas indiscretas de su propia familia y de la élite que habitaba detrás de la blanca muralla de piedra caliza. Hay dolores que solo se pueden curar en soledad y él necesitaba llorar a su hijo, muerto en una escaramuza contra los de Chetumal. Su señor, el sumo sacerdote del culto a Chaac, le había conminado a que cambiara de semblante y se sintiera orgulloso y agradecido por la honrosa muerte de Ah Tok. Pero Na Balam Chan sentía más ganas de gritar su indignación, maldecir a los dioses y dar rienda suelta a su dolor. Por eso salió de la ciudad sabiendo que no podría regresar sino hasta el otro día cuando las puertas se abrieran nuevamente. Estaba preparado a pasar toda la noche en la selva, secretamente deseando que algún animal salvaje, quizás un jaguar, pusiera fin a su miseria; pero ante la extraña visión de aquella enorme «jícara» pensó que quizá las deidades, molestas con su actitud, habían venido a castigarle por ser tan débil. Se quedó esperando su destino, temblando incontrolablemente.

Dentro de la nave exploradora, dos tripulantes intercambiaron negras miradas de ojos parecidos a lágrimas enormes. Su programa de navegación había escogido esas coordenadas indicando que era una zona de ricos yacimientos minerales. Las formas de vida inteligentes aún no estarían en fase avanzada y sería muy fácil iniciar labores de extracción usándolos de mano de obra esclava. Pero el individuo que tenían enfrente tenía un cráneo alargado y proyectado hacia atrás…exactamente como el de ellos, y dudaron… Decidieron no perturbar nada y se abstuvieron de recoger un espécimen. Introdujeron una clave para descartar el planeta. No valía la pena trabarse en guerras innecesarias con posibles sociedades civilizadas. Así como llegaron, partieron para continuar su búsqueda.

Na Balam Chan vio la gran jícara esfumarse delante de sus ojos. Cayó al suelo maravillado. El alba lo encontraría esperando que la ciudad se abriera y lo acogiera de nuevo como a un hijo pródigo. Ya no lloraría, honraría la memoria de Ah Tok viviendo su propia vida cobijado tras las murallas de Zama. ¡Los dioses le habían dado una segunda oportunidad!

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

Definiciones:

Deformación craneana:

Práctica realizada por diferentes culturas del mundo. Entre los mayas, al nacer el niño o la niña, la madre recostaba a la criatura en una cuna compresora atando muy firmemente la cabeza, el abdomen y las piernas. Iniciando así con el proceso de la deformación craneana el cual era fundamental poner en práctica desde los primeros días de nacido el infante para aprovechar la plasticidad del cráneo. Hay diferentes teorías de porque se hacía, desde razones estéticas, sociales hasta religiosas. Culturas que lo practicaron:

Paracas, Nazcas e Incas en Perú.
Hunos, Alanos, y pueblos germánicos orientales
Tribus africanas
Tribus de Tahití, Samoa y Hawai
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Balché: bebida alcohólca ceremonial utilizada por los mayas, Sus ingredientes son la corteza del árbol balché, miel melipona, canela y anís.

Zama: Significa «Amanecer», hoy esta ciudad amurallada de la costa caribeña de México, en la Península de Yucatán es conocida como Tulum (muralla).

Jícara: recipiente de arcilla o bien elaborado a partir del fruto del jícaro. En su definición más antigua aparece como «vasija pequeña de loza» empleada para tomar chocolate.

Chaac: fue un importante dios del panteón maya, vinculado con el agua y sobre todo con la lluvia.

CEREBRO VS. CORAZÓN

Photo by David Matos on Unsplash

Ana miró compungida como el cuerpo de su amado padre desaparecía dentro de la ambulancia especial enviada por «Infinity Mind». Junto a ella, la Dra. Sonia Olmos, enfundada en su bata médica y tras unos lentes de pasta oscura que le daban un aire intelectual, trataba de calmarla: Le he dicho que todo está bien. ¿Que por qué él no le mencionó nada? Seguramente no quiso intranquilizarla. Yo le aseguro que él estaba cien por ciento convencido de esto. Piénselo, es maravilloso, tantos conocimientos y habilidades que en vez de pudrirse en una tumba seguirán al servicio de la humanidad y de la ciencia. ¿Que cuándo le verá de nuevo? Muy pronto, si acaso es cuestión de un par de meses…

Hacía apenas unas horas el famoso Dr. Israel Santiago había muerto. Su muerte devastó a Ana, su única hija. Mientras ella iniciaba los preparativos para el funeral, recibió una llamada extraña por parte de unos importantes laboratorios. Le pedían que no hiciera nada, ellos se harían cargo. Le enviaron un contrato firmado en vida por su padre donde había dado su autorización para que «Infinity Mind» dispusiera de su cuerpo. No habría ceremonia. No había tiempo. Era crucial iniciar con el protocolo que les permitiría retirar cuanto antes el cerebro del fallecido para conservarlo e implantarlo en un cuerpo artificial hecho a la medida. Todo era parte de un novedoso experimento del cual el doctor Santiago había querido ser voluntario. Sorprendida y lastimada -no entendía por qué su padre no le había hablado de esto-, dejó todo en manos de los laboratorios.

Tres meses más tarde se sentía muy nerviosa. Al fin, tras intercambiar muchas llamadas y mensajes con la Dra. Olmos, se había autorizado una visita a su padre. No sabía muy bien qué esperar.

Camino a la cita, recuerdos y reflexiones desfilaron frente a ella: La muerte inesperada de su madre, su padre que no se volvió a casar. La desilusión que le había causado a él que ella no siguiera sus pasos cuando decidió ser Historiadora. Las quejas medio en broma, medio en serio, acerca de que su única hija no le daba nietos siendo él tan niñero. El hecho de que a pesar de su célebre carrera como cirujano oncólogo siempre encontraba el tiempo para verla: preciosos momentos donde los dos leían, bebían cerveza y reían con los chistes y anécdotas que el doctor, al que no le faltaba la simpatía, solía contar.

La Dra. Olmos la condujo por asépticos pasillos flanqueados de consultorios, frías salas de espera, laboratorios y quirófanos. No vieron a nadie hasta que llegaron a una sala en particular. Aunque Ana había imaginado muchas veces el añorado reencuentro, nada la había preparado para la experiencia.

El doctor estaba sentado en uno de los sillones de aquella sala donde todo era blanco: paredes, muebles, luz neón, incluso la ropa que portaba irradiaba blancura. Lo reconoció inmediatamente, el parecido era asombroso: la misma altura, los ojos castaños, la nariz grande ¡hasta el vello de los brazos! Todo estaba fielmente reproducido en ese cuerpo artificial, todo menos su hermoso pelo ondulado que ya pintaba canas. En vez de él, había una carcasa transparente y detrás de ella el cerebro de su padre que nadaba en un líquido nutritivo.

Un «¡Hola!» demasiado casual la recibió. La voz, aunque parecida, no se escuchaba natural. Ella trató de no mirar demasiado aquel cerebro desnudo que la inquietaba.

—¿Papá?

El hombre sonrió. Nuevamente la sonrisa resultó familiar, pero un poco forzada.

—¿Cómo te sientes? — Ana formuló la pregunta con apenas un hilillo de voz.

—Excelente —dijo él con esa voz extraña y a la vez conocida, y calló.

La chica pensó que no solo era la voz. Darse cuenta de la falta de emotividad mostrada por su padre la lastimó profundamente. Sintió ganas de llorar.

La Dra. Olmos que había estado observando la escena desde una distancia prudente recibió una llamada y luego de atenderla se dirigió al doctor con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Hay otro paciente doctor!—su voz temblaba de emoción.

—Más datos por favor…

—Paciente pediátrico con meduloblastoma. Un caso difícil. Ningún otro oncólogo lo ha querido tomar.

—Perfecto —dijo. Y el cerebro en el receptáculo pareció palpitar con más fuerza.

Ambos doctores salieron de la salita y dejaron a Ana sola. Su padre ni siquiera se despidió. La doctora regresó apresuradamente para indicarle que debía abandonar las instalaciones. Por la excitación se había olvidado de ella, que la disculpara. No, él no regresaría a casa, continuaría bajo escrutinio médico y realizando sus célebres operaciones cerebrales por las que era mundialmente conocido. ¿Que cuándo le volvería a ver? No había fecha. Ella debía mandarle una solicitud para checar agenda. La última palabra sobre verla o no la tendría el propio doctor. ¿Cambio de personalidad? podría ser, aún estaban estudiando los resultados del experimento…

Ana desanduvo el camino y llegó a la puerta de salida. Se imaginó un mundo donde nadie muriera, una muchedumbre de cuerpos coronados por una carcasa transparente, donde el cerebro se asomara, frío, distante y ajeno. Se estremeció. Volvió a pensar en su padre, recordó que el sistema límbico del cerebro era el responsable de las emociones, pero quizás no funcionaba tan bien estando en un cuerpo sintético. O tal vez, junto con el cerebro, quizás debieron preservar también… el corazón.

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

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LA MISIÓN – Microcuento

La misión espacial «Ferocity» (Ferocidad), enviada desde la Tierra, había encontrado un planeta habitable y seres sumidos en su Paleolítico particular.

—Nos espera un futuro grandioso —dijo el Líder Mundial. Les llevaremos la civilización, y a cambio, haremos buenos negocios.

Su mente conjuró imágenes de explotación, destrucción y muerte, pero de eso no dijo nada a la distinguida concurrencia.

Autor: Ana Laura Piera/ Tigrilla

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