Lo que no pudo ser. Cuento corto.

Mi participación para el reto conjunto VadeReto y Alianzara del mes de Noviembre, (el mes del terror). Este reto tiene como título «El Espacio», refiriéndose al lugar donde sucede la historia y que debe de influir en todos los aspectos de la misma.

No pude reprimir un grito tan entusiasta que despertó a mi mujer, ella me lanzó una mirada asesina, eran las 4.00 a.m.

—Lo siento cariño, ¡encontré el medio motor 1600 de reemplazo para la combi! Está en un depósito de autos chocados.

—¡Cierra ese maldito iPad y deja dormir! —dijo, dándome la espalda.

Si algo me enorgullecía especialmente, era esa combi Deluxe 1968. Había sido el auto familiar en mi niñez y mi padre solía llevarnos en ella a acampar. (Una actividad que siempre sufrí y de la que no podía escapar). Mi hermano mayor, Julián, solía burlarse diciendo que yo le tenía «alergia a la naturaleza» o que era «un cobarde» y bueno, razón no le faltaba, siempre preferí la ciudad al campo, este último me daba desconfianza, prefería mil veces quedarme en casa y hojear revistas sobre autos, mi pasatiempo favorito. Mi hermano acabó heredándola, pero en una ocasión en que necesitó dinero, se la compré. Poco a poco me fui deshaciendo de todas las modificaciones que me traían malos recuerdos: techo elevable, sillón cama, mesa plegable, cortinas, etc. Se trataba de un modelo clásico, construido en Alemania y quería dejarla totalmente original, sin rastro de su pasado campista.

Emprendí el viaje a media mañana, prometiendo regresar al día siguiente. Mi Camaro 1969 salvó la distancia que me separaba del medio motor en exactamente cuatro horas y media. Llegué al lugar que marcaba el GPS un poco antes de las cinco de la tarde.

El depósito estaba rodeado de un muro rústico de ladrillo asediado por ortigas, cardos y otros tipos de maleza. Estaba algo alejado de la ciudad más cercana y ubicado sobre la carretera. Muy a mi pesar, estacioné el auto en una franja de terreno angosta y peligrosamente pegada al acotamiento. Me bajé y caminé buscando la puerta de acceso. Cada paso que daba producía una desagradable nube de tierra muy fina que se depositaba en mis inmaculados zapatos deportivos blancos. Rodeé el lugar hasta dar con un enorme portón metálico. Toqué varias veces y grité hasta que después de diez minutos, escuché a alguien detrás de la puerta metiendo una llave con parsimonia. La puerta se abrió con un crujido que evidenciaba abandono. Frente a mí apareció un hombre mayor de pelo y bigote completamente blancos y desaliñados, con aspecto soñoliento.

—Vengo por el medio motor 1600 de combi que anuncian en internet. Mandé un mensaje.
—No sé nada de eso, amigo.
—¿Cómo? ¡Aquí está el anuncio y el mensaje que envié! —saqué el móvil para mostrarle, pero para mi mala suerte en aquellos parajes no había señal.
—Puede pasar y buscarlo, creo que hay una al fondo. Siga el sendero principal.
—Ok —contesté molesto.
—Yo ando siempre por aquí. Soy Anselmo abrió la boca, como a punto de decir algo más, pero no lo hizo.

El hombre se alejó con paso cansino, y un par de veces volteó a verme, luego se metió en una oficina ruinosa.

El lugar era enorme, reinaba el polvo y una suciedad grasienta lo impregnaba todo. Vehículos de todo tipo, la mayoria siniestrados y en muy mala condición estaban acomodados sin mucho orden. Más de una vez, mientras lo recorría, me pregunté si los ocupantes de tal o cual unidad, habían sobrevivido, claramente en algunos casos, eso parecía imposible. Recuerdo una vieja camioneta Toyota Corona 1969 blanca, muy maltrecha, que parecía haberse volteado. Por un hueco grande en el cristal estrellado de una de sus ventanas me asomé a la cabina. En el interior había manchas ominosas sobre la tapicería y en el techo vi «algo» pegado; parecía un pequeño papel arrugado y seco de color café claro, cubierto de pelos negros. Tardé un poco en darme cuenta de que se trataba de piel humana con cabello adherido. Me alejé muy impresionado.

«Al fondo», había dicho el tal Anselmo, y yo caminaba y caminaba por el sendero principal, rodeado de aquella desolación y el bendito «fondo» parecía inalcanzable. ¿Tan grande era ese sitio? La luz transitaba ya de la tarde a la noche. Con seguridad tendría que echar mano de la linterna del móvil.

Noté que ahora me encontraba en la parte más antigua del depósito y que los autos ahí tendrían muchísimo tiempo, quizá décadas. ¿Por qué nadie los había reclamado? Los espacios entre ellos se habían reducido considerablemente. Deseaba encontrar ya la combi, revisar que el motor me sirviera y largarme.

El silencio se interrumpió por el sonido de un claxon agudo que me sobresaltó. Provenía de un viejo Renault 4 1963, que de por sí había sido un modelo pequeño, pero este, con su parte posterior comprimida como acordeón, se veía diminuto. «Debe ser la batería, quizás un falso contacto» —pensé. El Renault aullaba cada vez más fuerte y a intervalos más cortos, conforme me iba acercando, pero al pasar yo frente a él, enmudeció. Por curiosidad, abrí la cubierta del motor y me invadió el desconcierto, pues no tenía batería, ni máquina, ni nada, era solo un cascarón. Me fui de ahí tratando de pensar en una explicación sin encontrar ninguna que fuera lógica. Me embargó una sensación de desasosiego.

Si quería evitar que me pillara la noche, debía darme vuelta ya, pero no quería irme con las manos vacías. De repente vi a alguien caminando entre los autos, primero supuse que era Anselmo, sin embargo, el hombre iba vestido con un mono azul de mecánico y al viejo lo había visto portando mezclilla y camisa blanca. Quizás sería algún trabajador del lugar.

—¡Ey! ¡Ayuda!

El tipo no se inmutó y fui tras él, aunque eso implicó salirme del sendero principal y meterme de lleno en el laberinto de autos malogrados.

—¡Espere! ¡Necesito ayuda!

Ahora los autos estaban acomodados todavía más juntos y apenas se podía circular entre ellos, podía ver la espalda del hombre, quien se movía con sorprendente facilidad. Yo seguía gritándole y siguiéndole a duras penas, con mi ropa rozando las sucias carrocerías y recogiendo aquel asqueroso y añejo polvo. Vi que adelante estaba ya la pared perimetral de ladrillos. El hombre tendría que detenerse, sin embargo, su cuerpo atravesó el muro y ya no le vi más. Se me heló la sangre. Temblando y sudando frío, intenté regresar al sendero principal, pero ya no lo encontré.

Con la noche encima, mis pasos se volvieron frenéticos, ya no me importaba encontrar la camioneta, solo quería salir de ahí. Se escuchaban ruidos extraños, desde los normales crujidos de los metales al cambiar la temperatura, hasta débiles sollozos y quejidos que salían del interior de las tristes unidades por las que iba yo pasando. Percibí olor a gasolina quemada y algunas chatarras aparecían envueltas en humo. Desde su interior se oía el golpeteo de manos desesperadas, y gritos horripilantes de gente quemándose y queriendo salir. Sentí angustia y mi corazón y respiración se aceleraron. ¡Aquel lugar estaba lleno de fantasmas!

Luego de un giro, me tope con la combi. ¡No podía creerlo! ¡Por fin tenía delante el objeto de mi deseo! Traté de calmarme, respiré hondo aquel aire enrarecido y me concentré. Estaba entera y parecía no haber estado involucrada en ningún accidente. Coincidía en año con la mía, y a juzgar por la poca pintura original que le quedaba, alguna vez tuvo el mismo color azul pálido. No tenía ya la puerta corrediza y desde afuera se podía ver el arruinado interior. Sin pensarlo mucho, subí a ella.

—Papá, no quiero.

La combi familiar recorría lentamente la carretera que serpenteaba en medio del bosque. Yo tenía frío.

—Deja de ser un mariquita —dijo Julián, quien estaba en el asiento del copiloto —no volteó hacia mí, pero yo imaginaba su mirada burlona. Lo odié con todas mis fuerzas en ese momento.

Detesto estos viajes, prefiero quedarme en casa. ¿Por qué me obligan?

La camioneta llegó al lugar donde solíamos pararnos a acampar. Mientras mi padre y Julián preparaban todo para dormir, mi deber era recoger leña seca para la fogata.

—Asegúrate de que no estén húmedas como la otra vez —dijo mi padre sin voltear a verme.

Por experiencia sabía que de nada servía protestar. Con una linterna en la mano, un saco para guardar la madera y una navaja suiza en el bolsillo, me aventuré en los alrededores. Era noche cerrada y yo tenía miedo, temblaba de pies a cabeza, pensaba en animales salvajes, en caerme o perderme. Alguna vez escuché a mamá cuestionar a su marido sobre aquellos paseos, pues yo tenía apenas 11 años y ningún gusto por el campismo o la vida al aire libre. Él contestó que aquellas excursiones fortalecerían mi carácter.

Traté de darme prisa recogiendo la madera que encontraba. Al levantar un leño noté una humedad pegajosa en mi mano, alumbré con la linterna; era un líquido viscoso y rojizo. Casi de inmediato, sentí que una gota me caía en la frente. Dirigí la luz hacia arriba, de un pino colgaba un cuerpo humano que se balanceaba y chorreaba sangre. Grité como un poseído, solté el saco y traté de regresar a toda velocidad al campamento. Alguien me alzó violentamente mientras corría, perdí la linterna y sentí una mano pesada y rasposa sobre la boca.

Como despertando de un trance, y siguiendo una corazonada, miré el piso desnudo de la camioneta, busqué en un rincón una «X» que alguna vez, ocioso y sin que me vieran, hice, levantando la parte plástica y rasguñando el metal con mi navaja suiza. Ahí estaba, ennegrecida por el tiempo, pero aún se veía. Bajé sintiéndome muy confundido. Encendí la linterna de mi móvil y fui a la parte de atrás para abrir la tapa del motor. Frente a mí tenía un viejo 1600, envuelto en un sudario de óxido. Alguien se me acercó por detrás y extrañamente no me sobresalté. Dirigí la luz hacia él, era Anselmo. Observé con detenimiento su ropa: el pantalón de mezclilla era ahora un guiñapo y la camisa blanca estaba desgarrada y tenía manchas de sangre; su cara, del lado izquierdo, era una masa sanguinolenta.

—¡Lo encontró! ¡Bueno, siempre lo encuentra!— dijo, y su rostro deformado esbozó una media sonrisa.
—Sí dije, recordando que no era la primera vez que me encontraba en ese lugar.

—Yo ya estaba aquí cuando la trajeron dijo refiriéndose a la combi. Encontraron gente muerta dentro —hizo una pausa mientras yo digería la información—. Amigo, regrese a «su ciudad» y siga soñando la vida que no tuvo —su respiración era entrecortada y dificultosa—. En una de esas se le «olvida» este sitio tan malo, aunque he de confesarle que aunque usted nunca me recuerda, siempre me da mucho gusto verle.

Autor: Ana Laura Piera

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40 comentarios en “Lo que no pudo ser. Cuento corto.

  1. Guaaauuuu, Ana. ¡Menudo relato!

    En primer lugar, la idea es tremendamente original. Para el «espacio» has elegido un cementerio, pero no uno mundano, sino uno de coches. Quiero mencionar que nunca había escuchado referirse a ellos como «coches chocados». ¡Qué curioso!

    Además, nos has regalado un thriller con un giro final impresionante. Parecía que nos ibas a contar la historia trivial de un chico y su coche, pero, en lugar de eso, el relato va desvelando la verdad escondida tras el vehículo. ¡Genial!

    Excelente la forma en que la narración va transformando el entorno, transmitiendo la inseguridad y el miedo del protagonista, revelando los recuerdos de aquel fatídico día, descubriendo su verdad.

    Esta frase «regrese a su ciudad y siga soñando la vida que no tuvo» es una rúbrica fantástica para este grandísimo regalo convertido en cuento. Enhorabuena y muchísimas gracias, amiga. ¡Qué excelente aportación!

    Abrazo Grande.

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    1. Hola José, ustedes cómo dirían en vez de «coches chocados» jejeje. Por alguna razón me lee mucha gente de España y bueno si puedo ponerselas más fácil pues mejor ¿no?.
      Gracias por tus comentarios que valoro como no tienes una idea porque sobre esta historia tenía mis dudas, más que tiene una extensión que normalmente no manejo pero aunque traté de «podarla» no pude reducirla mucho.
      Me siento honrada de participar en el reto conjunto. Gracias a ustedes… Abrazos.

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      1. Hola, Ana.

        Hasta dónde yo sé, por mis tierras, se dice simplemente «Cementerio de Coches». Porque creo que además de los vehículos retirados por siniestros, también se ubican allí los que son retirados por los usuarios, porque se han comprado otro, como viejos.

        Para el VadeReto no tienes necesidad de podar ningún cuento, al menos yo no lo necesito, me encanta leer. Como siempre digo, cada historia requiere su extensión. Aunque sí es verdad que, a veces, conviene contar menos para decir más. O, al menos, dejar que la imaginación rellene huecos. Pero eso es muy subjetivo y solo lo decide cada autor. Así que lo que a ti te apetezca en cada caso.

        Abraaazooo

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  2. ¡Vaya relato!, impacta, ese cementerio de autos, esos espeluznantes momentos, mientras caminaba por esos laberintos, la noche que se acercaba, me dejó con la boca abierta, y ni se diga la música escogida para rematarlo. Abrazo grande Ana, muy bueno

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  3. Es una maravilla, sin más. La sorpresa e ilusión de encontrar lo largamente deseado con el desconcierto que no encaja, esa pieza que parece pertenecer a otra dimensión y finalmente el espanto, el crudo terror. «Amigo, regrese a su mundo, olvide este, nuestros muertos», me pareció escuchar.
    Sí, acabo de leer una maravilla; fue un placer perderme por ese oscuro camino.

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    1. Gracias Joiel. Aprecio mucho que la leyeras porque es una historia un poco larga para mis estándares jejeje. Pero bueno, traté de podarla lo mas que pude pero ya no pude reducirla más. Me encantan esos mundos alternos que no vemos pero que ahí están. Te mando un abrazote. Gracias.

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    1. Son lugares bastante tristes, hay vibras extrañas, una tristeza que flota en el ambiente y las historias detrás de cada carro y que muchas veces te das cuenta tan solo de mirar cómo quedaron o lo que hay en el interior. (Todo esto lo sé porque tengo amigos que tienen grúas y terrenos donde se almacenan estos vehículos y he estado ahí). Gracias por tu lectura, te mando un abrazo.

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  4. Uff al principio creí que sería algo parecido a la película la matanza de Texas… Desde luego has creado una atmósfera de inquietud, angustia y misterio con gran habilidad. La frase final todo un acierto revelador. Me encantó. Muy bueno. Un abrazo

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  5. Madre mía, Ana, tu relato nos habla de un ciclo de terror que se repite una y otra vez 😱😱😱 Además de ese increíble final, me ha gustado toda la historia, desde el principio, y como has sabido plasmar en ella ese espacio terrorífico.

    Los coches viejos, parecen tener vida propia y encierran historias terribles. A través de ellos creas un espacio que se va volviendo cada vez más opresor y angustioso. La tensión va creciendo a medida que avanza la historia y el primer momento de máxima tensión es cuando dice el protagonista: “Percibí olor a gasolina quemada y algunas chatarras aparecían envueltas en humo. Desde su interior se oía el golpeteo de manos desesperadas, y gritos horripilantes de gente quemándose y queriendo salir. Sentí angustia y mi corazón y respiración se aceleraron. ¡Aquel lugar estaba lleno de fantasmas!”.

    Pero no acaba ahí, luego añades un fashback estupendo que le da más misterio aún si cabe al relato y luego terminas con un final totalmente inesperado con el personaje atrapado en ese ciclo de terror que se repite una y otra vez.

    Me ha parecido muy orignal tu forma de abordar el tema del espacio de este reto. ¡Muchas gracias por participar y un fuerte abrazo!

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  6. Un relato impresionante de veras… Eres una maestra del terror. La idea es muy buena y se comprende ese bucle del fantasma que regresa al lugar de su infancia donde fue asesinado con su familia, pero que ha olvidado y recuerda una y otra vez. Imagino que Anselmo es el asesino (es lo que he entendido al leerlo, pero como estoy algo espesa hoy puede que haya dejado pasar algo importante y por supuesto sería culpa mía. Lo volveré a leer mañana. En todo caso es buenísimo. La ambientación del cementerio de coches, todos de accidentes, es terrorífica, espeluznante, super lograda, es lo que más me ha gustado.

    FELICIDADES, en Mayúsculas. Es perfecto también en todo su ritmo y la manera que trasmites las emociones del protagonista; además con las palabras justas y necesarias, y un estilo elegante que te voy captando en todos tus escritos.

    Un abrazo grande!

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  7. ¡Hola Ana! El espacio elegido para narrar el relato me parece muy original, un cementerio de coches. La tensión en la historia se mantiene desde que descubrimos que algo no va bien, que algo no encaja. Genial la resolución que le das, con ese ciclo que se repite y que, seguramente, no deja al protagonista de esta historia descansar y trascender al más allá.

    Un saludo.

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  8. Hola Ana

    Desde luego, si me dieran a elegir, no sé con cuál de los dos aportes de este mes me quedaría, porque aunque son muy diferentes, me han encantado los dos. Me producen más angustia que terror y necesito releer el relato para poder disfrutar los detalles que, al pasar, como si nada, nos vas dejando como las migas de pan en el camino de Hänsel y Gretel.

    Nos tomas de la mano y nos llevas de la alegría de encontrar el repuesto perfecto para volver a la vida la combi del recuerdo, hasta ese final impresionante y totalmente imprevisible. La frase «Amigo, regrese a su ciudad y siga soñando la vida que no tuvo» es la losa sobre la tumba. ¡Perfecta!

    ¡Felicitaciones, maestra del horror! Un abrazo

    Marlen

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  9. Una historia que encierra otra bien siniestra y sangrienta pero tengo dudas. ¿Quién cuelga del pino? ¿Y quién alzó al chico violentamente mientras corría después de recoger la leña? Disculpa mi torpeza, pero no lo ubico dentro de la acción. Respecto al resto del relato consigues crear una atmósfera envolvente y agobiante, sobre todo cuando el chico se adentra entra las masas de coches siguiendo a un fantasma. Aquello es un auténtico cementerio de almas. El corte que das a la historia llevando al lector a otro momento en otro lugar con la misma furgoneta es muy original.

    Te felicito Ana.

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    1. Hola Marcos, respecto a ese personaje, el lector tiene que hacer un poquito el «trabajo». Ellos acampan y se encuentran con un asesino, así de simple, alguien que ya mató y colgó a una persona y cuando el chico se topa con eso, ese personaje decide eliminarlo y a su familia también. La acción de las muertes ya no se cuenta, eso queda explicado al final de la historia. Los muertos de la camioneta eran ellos mismos, su padre, su hermano, él. A veces no puede uno contar «todo» porque el relato se hace demasiado grande y aburrido y hay que hacer uso de la elipsis. Si me pongo a explicar que un asesino andaba en el bosque y porqué mató y colgó a la persona en el pino, y quién era el colgado, se vuelve un poco denso. Igual me faltó algún detalle para hacerlo más claro. Muchas gracias por tus comentarios y observaciones, las valoro mucho. Te mando un abrazo.

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