Ecos en el Agua – Cuento Corto

Mi propuesta para el concurso de Tarkion en su blog IAdicto Digital, el tema oficial es «relatos desde el otro lado del espejo».

El recipiente de tosco barro negro se sentía húmedo mientras lo sostenía con sus dedos nudosos y arrugados. Le había tirado el agua usada con una clienta que deseaba saber si su marido infiel regresaría a ella.

Vertió con cuidado agua nueva, proveniente de un odre de cuero que contenía el líquido, recolectado en noche de Luna llena.

En su humilde cuarto del barrio de indios de San Sebastián, no había gran cosa, apenas un petate donde dormía, un poco de loza de arcilla y un solitario crucifijo de madera en una pared. Se acomodó en la burda estera y tomó la vasija entre sus manos. El espejo líquido la reflejó: la cara marchita, los rasgos indígenas, sus ojos, dos pozos de melancolía, tapados por mechones de pelo lacio, escapados de la cinta que los sujetaba.

Su propia imagen le causaba curiosidad, a veces se detenía demasiado mirándose y olvidaba su propósito. Y es que los espejos, los de verdad, resultaban inalcanzables, decían que venían de un lugar lejano llamado Italia y solo podían costeárselos los ricos. Antes de la caída de Tenochtitlán, se hacían con mosaicos de pirita pulida, o de obsidiana. Los artesanos tardaban mucho tiempo en hacerlos y únicamente los sacerdotes y la nobleza podían permitírselos.
«Igual que ahora» —pensó. Solo que en aquella época no se usaban para mirarse en ellos, eran puertas de comunicación con los dioses o ancestros y una fuente de conocimientos ocultos.

Se dijo a sí misma que debía concentrarse.

Pequeñas ondas en el líquido desdibujaron su rostro, luego el agua se aquietó.

Se vio joven, huérfana, regresando a la vencida Tenochtitlán y buscando la casa familiar. Anhelaba verla en pie, con sus dos cuartos de fresco adobe alrededor de un pequeño patio, y el techo plano formado de carrizo recubierto con barro. Ya no existía. Lo que fue su hogar era un terreno ganado por la maleza. Se metió en ella buscando la huella de cada lugar amado. Le llamó la atención algo en la tierra, un pedazo de roca blanquecina, lo recogió y al mirarlo de cerca se dio cuenta de que era un trozo de hueso humano. Lo soltó con horror y salió corriendo. Meses atrás se habían retirado los cadáveres, reparado los puentes y calzadas e iniciado el nuevo trazo de la ciudad, mas aún se podían encontrar estos mudos testigos de la lucha cruenta que se libró.

Un par de sacerdotes que pasaban la llevaron a la fuerza a un colegio para indias. Ahí le impusieron la nueva religión y la nueva lengua. Después, fue criada personal de una monja tirana, en el triste y oscuro convento de Nuestra Señora de la Expectación.

Carmen se desesperó, no quería ver su vida, sino saber cuando moriría. Tenía 76 años.

El agua, que con los clientes obedecía mansa sus deseos, no le hizo caso y siguió mostrándole el pasado:

Su casamiento con otro indio. Este tenía una casa con una parcela en el barrio de Santa María, que se había salvado parcialmente de la destrucción. Las autoridades indias y españolas se la reconocieron después de que muchos testigos indígenas dieran fe de que esas tierras eran de los padres y abuelos de su marido y de que «siempre las habían tenido». Al quedar viuda, el alcalde le «aconsejó» que vendiera la propiedad. Vender la tierra era un concepto nuevo, que no se sentía bien. La tierra siempre había tenido un valor de uso, su fin era para el propio mantenimiento, pero con la llegada de los europeos, pasó a ser una mercancía más. La vendió presionada y a muy bajo precio a un español. Carmen entonces se fue a vivir a San Sebastián. Sus ahorros y su don de leer en el agua la sostuvieron. Un don peligroso, pues la adivinación estaba muy penada. Siempre se arriesgó a acabar en la temida cárcel inquisitorial, pero había tenido suerte.

Su vida, siendo mujer, nunca fue fácil, ni en Tenochtitlán ni en Ciudad de México. A causa de la conquista del imperio mexica, había sido testigo de la derrota espiritual de los suyos, que sabía peor incluso que la derrota material. Vio a su pueblo diezmado por la violencia y las epidemias, obligados a adaptarse a nuevas formas de vida. Ya no había un sentido fuerte de comunidad como antes. Se había quedado sola. La tristeza, que la carcomía, y la continua sensación de no pertenecer, la habían acompañado desde el momento en el que ya nada volvió a ser igual.

Las escenas cesaron y quedó su cara que cambiaba, de la cansada mujer actual, a la que fue, y se preguntaba cuál de las dos era la más genuina.

Pidió, con todas sus ganas, al espejo de agua que le revelara cuándo moriría, pues estaba cansada de transitar entre dos mundos y formas de hacer las cosas. El líquido vibró, como burlándose de su deseo.

Ella dejó el cuenco a un lado y miró pensativa el crucifijo de la pared. Ahí, sacrificado en un madero, el dios cristiano, el «verdadero», cuyos acólitos predicaban su amor inconmensurable y que solo había traído caos, muerte y sufrimiento.
Luego, desmontó un pedazo de piso falso. Sacó una efigie en barro de la diosa Chalchiuhtlicue, la de la «falda de jade», consorte de Tláloc el dios de la lluvia, y ella misma, diosa del agua terrestre, de manantiales y lagos; la que tenía poder sobre todas las manifestaciones acuáticas de la naturaleza. Le pidió que la próxima vez que consultara el «agua de luna», esta le revelara, sin rodeos, lo que en verdad quería saber.

935 palabras.

Autor: Ana Piera.

Si eres tan amable de dejar un comentario asegúrate de poner tu nombre, WordPress a veces los pone como anónimos. Gracias.

Nota: Soy mexicana y me fascinan los temas prehispánicos. Soy consciente de que toda conquista trae consigo violencia y cambios. Los mexicas mismos fueron un pueblo conquistador y por ello los pueblos bajo su dominio, se aliaron a Hernán Cortes. Los tlaxcaltecas y totonacas fueron clave para lograr la derrota de los mexicas. Lo más irónico de todo es, que al final, terminarían sirviendo a sus antiguos aliados y perdiendo su propia cultura y religión. Los mexicanos de hoy somos el fruto de ese choque entre dos mundos. De mi parte yo abrazo tanto mi herencia española, como mi herencia indígena. Los respeto a ambos.

Si gustas saber más de cómo se organizó la Ciudad de México luego de la derrota de Tenochtitlán, puedes entrar AQUÍ.

Si tienes curiosidad te dejo este video sobre cómo eran los diferentes tipos de viviendas prehispánicas, da clic AQUÍ.

Otros de mis relatos con el tema de El Espejo:

https://bloguers.net/votar/AnaPiera68

https://bloguers.net/literatura/ecos-en-el-agua-cuento-corto/

«Las Almas»

En este relato, se citan algunos compañeros de la comunidad de Blogers. Net. Algunos de los que me leen los conocen y los que no, los invito a que lo hagan y den clic en los enlaces para conocer blogs interesantes.

Un codazo en las costillas me sacó de golpe de mi estado soñoliento. La persona junto a mí había reaccionado cuando mi cabeza tocó su hombro. ¡El metro! Di un vistazo rápido al gráfico de las estaciones y casi agradecí el golpe: ¡Me bajaba en la siguiente! Solo que al salir del vagón, me encontré mirando el techo y las paredes color castaño claro de mi cuarto. Mi mente, arropada aún en la niebla del sueño, no funcionaba bien. La frialdad de las sábanas me era ajena, las gatas, que deberían estar acurrucadas junto a mí y dándome calor, estaban en sus camas repartidas en el piso. Me incorporé del lecho y salieron corriendo. Para mi sorpresa vi que mi cuerpo ahí seguía.

«Estoy alucinando», pensé. No era para menos, recordé los días de fiebre y tos, la dificultad para respirar y un dolor en el pecho con cada respiración que me hizo llamar al doctor. Ignoré a la demacrada criatura que yacía frente a mí, pensando que eran efectos secundarios de la medicina, como la sed implacable que sentí y que me hizo ir a la cocina por un vaso de agua. Una de las gatas, la negra con manchitas blancas en los pies, me siguió hasta la cocina, quedándose en el dintel de la puerta con la mirada fija en mí y todo su cuerpo tenso.

—Kali? ¿Qué pasa chiquita? ¿Te desperté?

Kali siguió en la puerta, confundida. Me serví agua y acerqué el vaso a mi boca. Bebí, pero el infierno no se apagó. Me encaminé a la salida y Kali se alejó de mí a toda velocidad.

De regreso en la habitación, frente a mi doble, sentí el peso de la realidad: yo estaba muerta y ese era mi cadáver. «¿Qué era yo ahora? ¿Un fantasma?» Todas mis gatas se estaban comportando igual que Kali, podían verme, mas intuían que algo había cambiado, y estaban asustadas. Sentí muchas ganas de llorar. ¡Y la sed! ¡La maldita sed!

Justo cuando estaba a punto de caer en la desesperación, de la nada, se formó una nube muy blanca en medio del cuarto. La nube rotó sobre sí misma haciéndose cada vez más grande y al alcanzar cierto tamaño comenzó a degradarse, apareciendo un joven de unos 25 años, flaco como un alfiler, muy rubio, sus ojos azules semi ocultos por unos lentes de pasta y gruesos cristales. Iba vestido con unos jeans gastados y una camiseta del último concierto de Taylor Swift.

—¿Quién eres? —pregunté. Yo estaba en shock y temblaba de arriba a abajo.

—Soy Wolf. Tu guía —dijo sacudiéndose enérgicamente de encima los últimos jirones de nube.

—¿Guiarme a dónde? ¿Al cielo? ¿Eres un ángel?

Wolf hizo un gesto de desdén y yo enloquecí:

—¿Entonces… al… infierno?

—No, no, cielo e infierno no existen. Los que han trascendido y aman la literatura viven en «Las Almas», donde encuentran consuelo, paz y alegría. Es una gran ciudad etérea, una réplica mejorada de las terrenales. ¿Vienes o no?

—¿Tengo opciones? Quizás preferiría quedarme.

—Entiendo. Hay quienes no quieren ir a «Las Almas». Creen que no deben alejarse de sus afectos, lo cierto es que una vez que mueres, ya no perteneces a este sitio.

Pensé en mis parientes: los que me habían importado ya no vivían. Luego en mis amadas gatas, en su actitud hacia mi nuevo estado. Nunca fui muy creyente ni nada parecido, pero siempre había aceptado los conceptos de «cielo» e «infierno». Y ahora este chico me decía que eso no existía, que había otra cosa. ¿Podía confiar en él? Algo me decía que sí.

—Acepto. Antes dime, ¿cómo me quito esta sed tan espantosa que tengo?

—Es normal, eso se resolverá a su debido tiempo y mientras más nos tardemos más tiempo pasará para que la apagues. La primera parada es con Maty la «vidente». Ella te dirá a qué región podrías pertenecer según el tipo de literatura que te atraiga: narrativa, poesía, dramaturgia, etc.

—¡Como el sombrero de Harry Potter! —dije soltando una risita nerviosa. Había visto todas las películas de la saga al lado de mi hijo.

—Sí, solo que Maty es más linda que el sombrero —dijo Wolf sonriendo, y ese gesto me tranquilizó un poco.

—Háblame del proceso —le dije. Tenía muchísima necesidad de beber, pero también quería estar segura de que estaba haciendo lo correcto.

—No puedo explayarme mucho. Sigue Themis, la primera guía. Ella te guiará por caminos seguros, evitando las piedras «boludas» que abundan, y que podrían hacerte resbalar y alejarte. A medio camino, el guía cambia: Marcos, con su gran experiencia te pondrá frente a las mismísimas puertas de «Las Almas».

—Está bien, dije tratando de hacer memoria: primero Maty, luego, Themis y Marcos ¿y después?

—Antes de entrar en la ciudad, debes pasar por el juicio de Cabrónidas.

—¿Un juicio? —dije desfalleciendo, pensando en todas las veces que violé los preceptos bíblicos y la Constitución.

—No te preocupes, Cabrónidas puede ser muy «cabrónidas», pero es justo.

—Ok, suponiendo que pase el «juicio»… —dije, y el tono de mi voz delató la poca fe que me tenía.

—En las puertas de «Las Almas» te recibirán Merche y José Antonio. Será un recibimiento cálido, pues así son ellos. Mientras caminan por las calles te explicarán un poco el funcionamiento de tu nuevo hogar, José Antonio señalará los lugares donde puedes encontrar los mejores chupitos y tapas. Pararán en un lugar donde te servirán tu primer vaso de cerveza «vaporosa» y ahí la sed terrenal ¡Desaparecerá! Merche te platicará de algunos proyectos a los que puedes sumarte, como «La Nube de Oro», donde el mejor relato literario gana premio, también José Antonio te hablará de su propio reto literario. Te dejarán en el taller de Dakota, ahí tendrás un momento «zen» donde purgarte de todo lo pasado para que puedas vivir a plenitud en tu nuevo hogar.

Iba yo a preguntar qué seguía, pero Wolf se adelantó impaciente:

Beatriz, (que seguro te contará algo de la historia del lugar), Nuria, y Finil serán tus «madrinas». Ellas te recogerán en lo de Dakota y te acompañarán todo el camino al Edificio del Consejo, que se parece a un templo griego, con todo y columnas y techo a dos aguas. Ahí hablarás con sLuis quien te instruirá un poco en cosas técnicas, porque, aunque somos etéreos, sabemos de algoritmos.

—Nunca pensé que en un lugar intangible se usaran ese tipo de cosas.

—De esa forma se administra todo en «Las Almas». Luego podrás ver a Tarkion, uno de los miembros del Consejo. Tarkion también es un experto en las lides informáticas, además de un cuentista notable, de hecho hay un concurso literario convocado por él y te recomiendo participar. Cuando estés lista, cerrarás los ojos y Tarkion extenderá su dedo índice derecho y serás enviada automáticamente a la región que te corresponde según lo dicho por Maty— debió ver mi cara de angustia porque agregó —¡Te prometo que no duele nada!

—Y, ¿cómo es la vida en «Las Almas»? ¿Me podré enamorar? ¿Se practican deportes?, ¿Se puede viajar?

—Ya lo descubrirás por ti misma.

Observé mi habitación y su contenido: el ordenador, las camas de mis gatas, acaricié con la mirada las viejas fotos de mis padres y hermanos, mirándome muy serios desde las paredes. En especial, la foto que estaba sobre mi mesita de noche. Ahí, mi hijo Edgar, joven y sonriente, posaba para la cámara. Días después moría en un accidente. Eso me hizo preguntar:

—¿Y mi familia?

—Allá no hay parentescos previos, todo es nuevo, incluso la apariencia, pero es posible que te encuentres almas muy afines, podrían ser gente importante de tu pasado. —Wolf se quedó callado y se quitó los lentes de pasta. Algo en su mirada me recordó a mi hijo. ¿Todavía quieres tardarte más con todas estas preguntas?

—¿Y las gatas? ¡Ellas también son familia! —dije, mirándolo también, escudriñando con esperanza su rostro. No era Edgar, ¿o sí? A él le gustaba mucho la narrativa, como a mí.

—Yo me encargaré de que acaben en un buen hogar. Te lo prometo.

—¿Eres Edgar?

El joven volvió a sonreír y esta vez no tuve dudas.

—¡Vamos! ¡Hay que apagar esa sed! Como te dije, Maty es la primera…

—¿Nos volveremos a ver? —le pregunté con un hilillo de voz.

—Sí, nos volveremos a ver.

Autor: Ana Piera.

Nota: Perdón por este relato extenso. La idea era incorporar a algunos compañeros de la comunidad de Bloguers.Net, si hubo alguien que se me haya escapado, pido disculpas, de ningún modo es intencional.

Para los amigos y lectores que todavía no están en Bloguers, lo recomiendo mucho.

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La Boda – Microrrelato.

Mi propuesta para el reto de El Tintero de Oro de enero 2025, cuyo tema gira en torno al tema de la vejez. No debe superar las 250 palabras.

De un día para otro la vieja Adela pasó del marasmo a un nivel de actividad inusitado. En el día hablaba de cosas extrañas, algo sobre una boda, y durante la noche las palabras de su boca no se entendían. Una de sus compañeras de cuarto en la residencia de ancianos, dijo que parecía estar hablando en náhuatl.

—Náhuatl o chino, ¡necesitamos dormir! —dijo desesperada otra de las ancianas.

—Adela dice que no entiende que hacemos aquí confinados cuando en otras épocas los viejos eran tenidos en alta estima y hacían actividades importantes para la comunidad. Como ella, que anda «organizando» una boda. ¡Válgame!

—Para mí que se le fue la olla. Está mezclando un tiempo remoto con el presente. Ayer dijo que había ido a pedir a la novia en nombre de la familia del novio, y que también negociaría la dote. ¡Los novios tienen nombres prehispánicos!

—¿Se acuerdan cuando abajo de su cama aparecieron unos pequeños ídolos de barro y pensaron que ella desenterraba cosas del jardín? Un enfermero dijo que abajo de la residencia podía haber una zona arqueológica.

—¡Que mañana será la boda! ¿Estará recordando alguna vida pasada?

Después de la «boda» se encontraron a Adela sin vida. Iba vestida a la usanza prehispánica, su cuerpo olía a humo de copal y su largo cabello gris iba trenzado y entrelazado con flores. En su rostro había una sonrisa dulce.

Nadie nunca pudo explicar nada. Sus compañeras al fin pudieron descansar a pierna suelta.

249 palabras.

Autor: Ana Piera

Nota: En la sociedad prehispánica, a diferencia de la contemporánea, el anciano conservaba un sitio prominente por el respeto y consideraciones que despertaba, así como por las funciones que desarrollaba.
Estas actividades las podemos clasificar de la siguiente manera:
Actividades de familia: relativas a la educación de los menores, como cohesionadores del orden familiar y realizando arreglos matrimoniales. Actividades de gobierno: los ancianos en la sociedad prehispánica
eventualmente eran los gobernantes, pero siempre estaban presentes en la vida ritual, como consejeros de gobernantes, como intermediarios del pueblo ante los gobernantes, pues se apreciaba mucho su experiencia, sabiduría y propiedad para hablar.
Los ancianos nunca dejaban de contar con la protección de su familia.

Fuente: http://investigacion.politicas.unam.mx/ras/wp-content/uploads/2016/12/030_02_ancianoepocaprehispanica.pdf

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El Camino – Microcuento

Recuerda: nada es lo que parece…

Plácidamente acomodado entre los tibios pliegues maternos, presiente que mañana será el gran día. Saldrá de la seguridad que hasta ahora le ha cobijado y se desprenderá para iniciar su propio camino. Es apenas un bebé, pero si logra cumplir su propósito se hará adulto en otro lugar, llevando lejos su estirpe. Su madre lo mirará partir con pena. Él sabe que ella ha hecho todo lo posible para protegerlo desde el momento en que lo gestó, mas debe soltarlo y dejarlo crecer, es la ley de la vida. No la defraudará.

El día amanece prometedor, el pequeño se prepara para decir adiós, pero algo raro sucede, Una conmoción extraña lo toma por sorpresa, todo se mueve a su alrededor y sensaciones desagradables los invaden a él y a su madre. Aún no ha logrado independizarse de ella, pero ya no será posible. Ambos sienten que les falta oxígeno, no pueden respirar, en medio del ahogo son sacados con violencia de su lugar seguro y tibio. Se estremecen al ser expuestos a un frío de muerte.

—Buen trabajo Dr. Otegui. Lo extirpó por completo —dice el Dr. Martínez, el residente que ha asistido en la cirugía.

Una enfermera limpia por última vez la frente perlada de sudor del Dr. Otegui. Fue una cirugía larga, casi nueve horas, pero valió la pena. Los tres miran la enorme masa informe y sanguinolenta que ahora agoniza en una helada bandeja quirúrgica. Ambos, madre e hijo morirán ahí.

—Fue una suerte que el tumor no haya tenido oportunidad de hacer metástasis, la prognosis es buena —agregó Otegui muy satisfecho.

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

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ENCUENTRO EN EL MUELLE

foto de Jaime Moreno en Flickr

—Es un hombre que camina encorvado —me dijo mi primo—, aparece como a las dos de la madrugada, camina un poco por la playa y desaparece a la altura del viejo muelle. ¿No te da miedo verdad? Aquello me sonó a desafío y contesté: —Iré, estoy seguro que no hay nada. Ustedes acá en el pueblo creen cualquier cosa pero cuando vives en la ciudad, eso cambia. Mi primo sonrió divertido ante mis ínfulas citadinas y eso me molestó.

No había luna ni estrellas esa noche, la playa se había convertido en un lugar oscuro e irreconocible salvo por el ruido familiar del mar lamiendo la arena. Saqué mi pequeña linterna y apunté su diminuta luz amarillenta a las tinieblas que me envolvían, pero fue evidente que de poco me serviría.

Caminé en medio de la oscuridad con el mar a mi lado, pensé en quitarme los zapatos, pero los filosos guijarros y conchas marinas que adivinaba incrustados en la arena me disuadieron. Me remonté a mi infancia cuando de la mano del abuelo salíamos en la noche a admirar el fenómeno de bioluminiscencia que a veces hacía que las olas dejaran un rastro de luz verdosa sobre la arena. El haz de mi linterna se topó con un pez globo muerto, que bailaba a merced del suave oleaje. Me quedé observándolo con una fascinación mórbida que no sé explicar muy bien. Cuando alcé la vista, ahí estaba el sujeto, y supe casi de inmediato que no era un ser humano vivo, su cuerpo irradiaba también una luminosidad extraña e irregular, como una estrella exhausta a punto de apagarse.

Estaba frente a mí y su boca se curvaba en una mueca rara que pretendía ser un gesto amigable. Era un hombre entrado en años, llevaba los pantalones doblados a la altura de la rodilla y de su hombro colgaba una red de pesca. En una mano llevaba también una cubeta que parecía pesada a juzgar por la inclinación que provocaba en su cuerpo.

—¿Usted también va hacia el muelle? —me preguntó con una voz rasposa que me acabó de robar el aplomo. Hubiera querido echar a correr, pero la misma fascinación mostrada hacia el pez hizo que mi mente buscara las palabras para contestar, no fue fácil, mi lengua parecía haberse separado de mi cuerpo y haberme dejado abandonado y mudo ante las preguntas del fantasma. —Ehh… Ssí —mis palabras salieron de mí casi sin aliento. Reparé que el muelle al que se refería él, ya no estaba, eran solo unos cuantos pilotes de madera que quedaban como testigos silentes de la estructura que antaño existió en ese lugar.

—Vamos pues— dijo, y comenzó a caminar y yo lo seguí a pesar del martilleo furioso de mi corazón que protestaba ante tal insensatez. Noté con horror que sus pies descalzos no dejaban huellas. El hombre volvió a hablar con esa voz que ponía la piel de gallina: —No sé que me pasa que a veces veo el muelle roto amigo, ahora mismo me pasa algo raro, no siento el mar mojándome los pies. Creo que tengo que ir a ver al doctor. Mi cuerpo temblaba casi incontrolablemente y puedo jurar que estaba al borde del desmayo. —A veces siento que estoy atrapando algunos peces, pero al sacar mi red ya no están, escaparon, o nunca estuvieron ahí. No sé, imaginaciones mías tal vez. Sabe, lo que más me extraña es que nunca veo el sol. Hace mucho que no siento sus rayos sobre mi piel, solo esta negrura. ¡No se imagina usted cómo extraño el sol! En ese momento llegamos al muelle y el hombre desapareció ante mi vista. Me desplomé en la arena.

Mientras regresaba a mi auto, decidí que podía quitarme los zapatos, después de todo no hay nada como sentir el mar y la arena entre los dedos, aunque uno se lastime con los guijarros y si eso pasara, el dolor sería un recordatorio de que aún estoy vivo. Al otro día tomaría un buen baño de mar y sol, y por la noche regresaría a la playa, con suerte quizás podría ver la luminiscencia, aunque evitando el horario donde aquella pobre alma atormentada se aparece, por supuesto mi primo se iba a reír de mí. ¡Qué más daba! También pensé en regresar a vivir a mi pueblo costero y dejar la ciudad.

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

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AMOR SIN PRETENSIONES

Photo by J Shim on Unsplash

—Mira Mariano, hay luna llena. Su luz no pide permiso para entrar, me gusta su fría insolencia ¿ves?

—Prefiero mil veces mirarte a ti.

Tita sonríe, pasa sus manos por la oscura cabeza que descansa en su vientre. Sus dedos huesudos y de uñas largas pintadas de rojo se enredan en el pelo negro y lacio. Mariano levanta la cara, de ella cuelga una sonrisa traviesa, parece un niño fraguando alguna fechoría. Poco ha cambiado él en los últimos quince años, sigue siendo el mismo hombre de aspecto anodino, de ojos pequeños y cuerpo de perro parado, sin atractivo aparente, eso si, bien conservado, indultado por el tiempo y sus estragos.

Hace quince años Tita Pacheco era la mejor con su físico de diosa y su dominio absoluto de las artes amatorias. Entre sus clientes solo se contaba gente de las más altas esferas del poder político y empresarial de México. ¿No se había suicidado el General Torres, enloquecido de amor por ella? Muchos hombres le habían ofrecido apoyo a cambio de exclusividad, pero Tita Pacheco nunca sucumbió antes tales propuestas. Amaba la libertad por sobre todas las cosas y también disfrutaba el tiempo que le dedicaba a Mariano, al cual no estaba dispuesta a renunciar por nada.

Mariano, el insignificante, el oscuro «empleaducho» —como solía decir la madre de Tita—, que no tenía nada que ofrecerle excepto su compañía en las horas más negras, su lealtad, su apoyo, su amor incondicional aún a sabiendas de la naturaleza de su trabajo.

Tita ha cerrado los ojos, la lengua de Mariano se ha vuelto una mariposa que revolotea entre sus piernas y se posa en su sexo, penetrándola dulcemente. Al menos el cáncer no le ha quitado eso, aún puede sentir. Su boca deja escapar los gemidos que nacen en su vientre y suben en tropel por su garganta. Sonríe. Pensándolo bien nunca ha sido libre, su cuerpo podía ser de todos y de nadie, pero su corazón solo de uno, y nunca conoció una cárcel más hermosa que ese amor sin pretensiones de su Mariano.

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

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Otro cuento con el tema del amor, pero ahora tratado de forma muy diferente:

ESCRIBIR JUGANDO

COLECCIONISTA

Cada cierto tiempo el gigante lloraba mundos y su fértil rostro se iba poblando de seres fantásticos. Alrededor de sus ojos crecían duendes, la comisura de sus labios era un país de hadas, sus mejillas: playas acariciadas por el mar en cuya espuma vivían sirenas. Sus cejas eran densos bosques y los orificios nasales prohibidas cuevas. Cuando empezaba a escasear el espacio, con mucho cuidado, (los gigantes suelen ser muy torpes), guardaba todo en un frasco. Tenía varios, los coleccionaba y a veces en las noches sin luna, alumbrado por la luz de una bombilla, les miraba.

98 palabras / Autor: Ana Laura Piera

Para visitar el blog de Lidia https://lidiacastronavas.wordpress.com/2021/01/01/escribir-jugando-enero-3/

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