Desamor. Microrrelato.

Mi propuesta para el reto de El Tintero de Oro de marzo 2025: Escribir un relato de desamor en no más de 250 palabras.

Con los ojos empañados, las manos temblorosas y sintiéndose una estúpida, digitó la intrincada contraseña que en un tiempo significó la puerta a la felicidad.

El blog privado había sido idea de él. ¡Tantos mensajes! Aunque ninguno reciente, y los últimos eran entradas propias, preñadas de preguntas, lamentos y tristeza que no encontraban eco en ninguna parte.

Esta vez supo resistirse al impulso de leer los del tiempo de la dicha, donde una frase hacía la diferencia entre un día de mierda y uno glorioso. Suspiró. Lo que fue bello, ahora la dañaba. Después de cinco años, reconoció que todo había sido una mentira, un juego cruel. Con el corazón roto eliminó aquel blog, y con su desaparición, supo dar por fin el primer paso para sanar: amarse primero a sí misma.

Autor: Ana Laura Piera.

133 palabras.

Si eres tan amable de comentar, deja tu nombre en el comentario, wordpress a veces los pone como anónimos. Gracias.

https://bloguers.net/votar/AnaPiera68

https://bloguers.net/literatura/desamor-microrrelato/

Planes de Navidad.

Mi participación en el VadeReto del mes de Diciembre 2024. La única condición es que el relato contagie amor, empatía y solidaridad.

Esa mañana de diciembre, Lucía juntó todas sus fuerzas para salir de su departamento y comprar las pastillas para dormir que le hacían falta. Hacía frío y el viento estaba tan fuerte que hacía aullar los árboles. Alzó la vista buscando al sol, pero el cielo era un lienzo borroneado con grises. Los días por venir se sentían como una losa y estaba muy cansada. «Un último esfuerzo» —pensó, e instaló en su rostro una fachada de alegría y despreocupación para poder entrar y saludar a la dependienta de la farmacia, como si nada estuviera ocurriendo.

—¿Pastillas para dormir? ¿Quién quiere dormir en estas fechas? ¿Ya fue al centro por la noche? ¡Han adornado todo precioso! ¡Con muchas luces! ¡Y hay muchas ofertas también!

Al entregarle el medicamento añadió con voz de comercial: «¡Feliz Navidad!»

—¡Feliz Navidad! —respondió Lucía con una amplia sonrisa en la cara, que se desdibujó de inmediato al voltearse en dirección a la salida. Caminó un poco por la calle y en una esquina vio un puesto de adornos navideños, al mirarlos de reojo, hubo uno que captó su atención.

A Lucía la Navidad no le agradaba. Es más, ni siquiera pensaba «estar» para esa fecha. ¿Qué hacía entonces ella admirando un adorno navideño? Aquella casita de cerámica azul, que cabía en una mano y que tenía una luz interior le pareció extrañamente irresistible. «Al menos no es roja» —pensó y la compró por impulso, aunque todo el camino estuvo a punto de regresarse y devolverla.

Aquella misma noche apagó todas las luces de su departamento y prendió la casita. La oscuridad se desordenó con luces alargadas en forma de cuadrado, proyectadas desde las ventanitas, y desde el minúsculo tejado, salieron estrellas.

Lucía se quedó dormida en el sillón mientras miraba aquel curioso objeto.

La casita por dentro era de madera. Una discreta, pero eficiente chimenea reinaba en la sala de estar. Recostada cuán larga era en uno de los cómodos sillones y con una suave frazada encima, Lucía se sentía extrañamente feliz. Frente a ella un hombrecito bonachón aventó al fuego unos buenos leños y una oleada cálida lo envolvió todo.

—Así está mejor —dijo, y se mesó su larga barba blanca que contrastaba con su tez rubicunda—. ¿Te ofrezco un café? ¿Un té? ¡Quizás un chocolate caliente! Por cierto, me llamo Rafael.

—Estoy bien así, gracias. Yo soy Lucía. Tu casita me parece muy acogedora y confortable.

—¡Gracias! —dijo Rafael sobándose el abultado vientre.

—No sé muy bien cómo es que estoy aquí. No recuerdo cómo entré. Yo soy enorme y este lugar es muy pequeño y tú… tú eres…

—Soy un duende —dijo Rafael muy orgulloso—. Supongo que estás aquí por la magia que abunda en estas fechas.

—Nunca me han parecido especiales estas fechas —dijo Lucía y sus ojos verdes se ensombrecieron.

—Tonterías. Hubo un tiempo en el que hasta «olías» la Navidad. Espera…

Rafael aplaudió dos veces y el ambiente se llenó de un olor especial: una mezcla de notas de pino, especias, dulces típicos, y galletas recién horneadas.

—¡Sí! Ahora lo recuerdo, pero ¿tú como lo sabes? —preguntó Lucía aspirando aquel aroma mientras los recuerdos de su niñez se agolpaban en su cabeza.

—Bueno, soy un duende especial —dijo guiñándole el ojo—. Sé que antes disfrutabas la Navidad y ahora te causa desazón.

—La disfrutaba de muy niña. Al crecer dejó de ser una festividad divertida: el alcoholismo de mi padre siempre nos amargaba el momento, murieron mis abuelos, la familia se fracturó. Para mí son días muy tristes, siento que no tengo fuerzas para afrontarlos y no puedo hablar con nadie de esto porque pareciera que es un sacrilegio no estar feliz. Además, no tengo a nadie con quien compartir, no me casé, no tuve hijos, estoy muy sola.

Rafael se sentó junto a ella y la miró con bondad.

—Tú y yo éramos hasta hace unos minutos unos perfectos desconocidos y ahora estamos aquí, compartiendo, y eso se siente bien, ¿no?

—La verdad es que sí. A ver, cuéntame más de ti —dijo Lucía. Rafael sonrió.

—Bueno, cada Navidad hay objetos y seres mágicos que se distribuyen por el mundo, como esta casita, como yo mismo. Nuestra misión es ayudar.

—¿En serio? ¿De dónde vienen o quién los envía?

—Eso es un secreto y no puedo revelarlo. Ahora mira, me gustaría que intentaras hacer algo diferente en estas fechas. Compartir un poco de tu tiempo con alguien que lo necesite. ¿Lo harías?

—No estoy segura, además ya tengo «planes» para la noche de Navidad, pero lo pensaré.

—¡Que lo pienses ya es algo! —dijo Rafael entusiasmado y le dio unas palmaditas afectuosas en la pierna que resultaron ser un poquitín fuertes.

Lucía abrió los ojos y se sobó la pierna. Seguía sentada en su sillón y enfrente tenía la casita iluminada. Aquel «sueño» se había sentido muy real, también había sido extraño, aunque agradable. Hacía mucho que no soñaba lindo. Se levantó para observar la casita de cerca, el interior estaba vacío excepto por la pequeña bombilla. Intrigada, esa noche dejó migas de galletas y unas gotas de leche en unas tapitas de refresco, junto a la casita. Al otro día sonrió al ver que no quedaba nada de lo que había dejado y a partir de aquel día, siempre dejó algo de comer o beber.

Decidió cambiar sus planes para la Nochebuena: la bolsa con las pastillas las donó a una clínica. Ahí mismo vio un cartel solicitando voluntarios para preparar y servir la cena de Navidad a personas sin hogar, no lo pensó mucho y se apuntó. Aquel año y los subsecuentes, no la pasó sola, la pasó sirviendo a otras personas y departiendo con otros voluntarios como ella. De ese modo, Lucía volvió a sentir el espíritu Navideño.

Autor: Ana Piera.

https://bloguers.net/votar/AnaPiera68

https://bloguers.net/literatura/planes-de-navidad/

La Cita.

Mi participación para el VadeReto del mes de Marzo. Este mes se parte de una invitación a cenar bastante misteriosa y donde se deben cumplir ciertas condiciones. Te invito a que visites el blog Acervo de Letras.

Me pareció extraño que en el restaurante Al Rashid la única persona presente fuera el concierge. A esas horas el lugar siempre estaba lleno de gente rica cenando o tomando alguna copa. El concierge me saludó por mi nombre y me dijo que me esperaban. Llena de nervios lo seguí hasta una de las zonas más exclusivas del lugar y señaló una mesa para dos personas, donde ya aguardaba quién me había enviado la invitación. Hasta antes de ese momento no sabía nada de esa persona, si era hombre o mujer, joven o viejo…

—¡Bienvenida! Siéntate. ¿Todo bien? Su voz tenía un acento extraño, pero era amable y cálida. Se había levantado para recibirme.

—Sí, sí —contesté aliviada al comprobar que se trataba de un hombre agradable. Tenía tez aceitunada y un cuerpo fuerte y proporcionado. Llevaba una barba de candado muy cuidada e iba vestido con una túnica larga del color del desierto que lo hacía ver muy elegante. Complementando su atuendo, tenía un pañuelo cuadrado en la cabeza, sujetado por una cuerda negra. «Debe ser un ejecutivo de negocios del medio oriente» —pensé, y supuse que la invitación sería para hacerme alguna propuesta laboral. Las expectativas que yo tenía eran más de índole romántica pero ahora lo veía improbable y me sentí algo desilusionada. Lo que siguió no me lo esperaba: frente a mí, y de la nada, aparecieron varios platos con comida exótica, primorosamente presentada. También varias copas llenas de diferentes vinos y licores. Abrí mucho los ojos y él me miró complacido.

—¿Te agrada?

Solo acerté a mover mi cabeza afirmativamente mientras trataba de asimilar lo que acababa de ver. ¿Un acto de magia? Por mi mente pasó la idea de salir corriendo pero mi intuición me decía que me quedara.

—Te preguntarás por qué te mandé esa invitación. ¿Qué tal la caligrafía? ¡Una belleza! Las personas han perdido muchas cosas y una de esas es la caligrafía, que revela mucho de quien la escribe. Asentí torpemente.

—Bueno, te escribí y te invité acá porque te has olvidado de mí.

—¿Cómo? —tenía en mi mano una copa de vino que ya acercaba mis labios, pero la bajé inmediatamente a la mesa.

—¿Te conozco?

Por toda respuesta señaló el libro elegido por mí para esa cita: en la portada de color rojo un genio imponente salía de la lámpara de Aladino. Su cuerpo era negro y sus rasgos y contorno estaban en dorado. Había sido un regalo de mi abuela cuando cumplí diez años y que por mucho tiempo fue mi libro de cabecera y en el que me refugiaba cuando los gritos de mis padres al pelear alcanzaban niveles insoportables.

—¿Acaso eres…? —No terminé la frase y me llevé las manos a la cabeza, pues no podía creer lo que estaba pensando.

El hombre sonrió ampliamente, dejando ver una hilera de dientes demasiado blancos.

—¡Bravo! Te acordaste, aunque tuve que ayudarte un poco. ¿Y la flor? En mi invitación te pedía que trajeras un libro y una flor que fueran especiales para ti.

Abrí el libro y le mostré un jazmín seco al que el tiempo que llevaba entre las páginas le había robado su belleza original, dejándolo amarillento y quebradizo, pero bello igualmente a pesar de esos cambios. De pequeña leí que era una flor procedente de Arabia y me había parecido apropiado que reposara en aquel compendio de historias orientales.

—¡Sabía que los traerías! ¿Puedo ver la dedicatoria? Sé que hay una.

¡La dedicatoria! Mi abuela escribió una dedicatoria que estaba al revés y solo se podía leer si la leías reflejada en un espejo. Le mostré la página. Yo sabía de memoria lo que decía: «Para mi querida nieta. Que nunca le falten buenas historias»

—¡Hermoso! Últimamente, no ha habido buenas historias en tu vida, ¿verdad? —sus ojos me miraron con bondad y su voz se hizo suave y tersa, como una caricia—. Sí, tu corazón está triste. Creo que sufres de un «exceso de realidad».

Era verdad. La vida adulta con sus desazones y su ritmo frenético me había apartado de la fantasía y me había robado tiempo para perderme en mis libros. La invitación que había llegado a mi casa decía que sería «la oportunidad de mi vida» y que «no me arrepentiría al acudir». ¿Acaso el propósito de la cita era tan solo una amable invitación a retomar la lectura? Como si leyera mis pensamientos me dijo:

—No se trata solo de leer. Tienes que recordar cómo era emocionarte con lo que lees. Te lo mostraré.

En menos de lo que toma un parpadeo, ya no nos encontrábamos en el restaurante, el hombre ya no parecía un jeque árabe, sino un verdadero genio de Las Mil y Una Noches, con vestimenta más sencilla y con la parte inferior de su cuerpo desvanecida en un humo blanco y denso. El viento pegaba en mi cara y alborotaba mi cabello. Me di cuenta de que me encontraba encima de una alfombra voladora. Lancé un grito de placer.

—Esa cara que traes ahora es la que me gustaría verte siempre —dijo.

—¿A dónde vamos?

—Visitaremos cada una de las historias del libro y luego te llevaré a casa.

—Son muchas historias…

—Es mucho lo que hay que sanar —dijo, y nos perdimos los dos durante «mil y una noches».

Autor: Ana Laura Piera.

Mi relato en la revista digital Masticadores Sur.

https://bloguers.net/votar/AnaPiera68

https://bloguers.net/literatura/la-cita-cuento-corto

La Llorona.

Mi participación en el reto del blog El Tintero de Oro, hay que escribir un micro de hasta 250 palabras inspirado en algún mito. Yo me he basado en el mito prehispánico de La Llorona.

Foto de Mukul Kumar en Unsplash

La Llorona vio acabarse noviembre, su mes favorito, y tembló ante la perspectiva del festivo diciembre.

Ella no estaba para villancicos. Recordó con nostalgia cómo había inspirado terror en las noches previas a la conquista de la gran capital de los mexicas: Tenochtitlán. Conociendo lo que se avecinaba, no había podido más que llorar por la suerte de «sus hijos»: la gente de la ciudad. Sus aullidos de dolor se habían reflejado en las pirámides, circulado por las calzadas, y se habían colado en las casas y los palacios provocando temor. Después de la derrota, había llorado todavía con más ganas, hasta el presente.

Ana Paula, de seis años, la encontró en un rincón del patio.

—¿Qué haces?—preguntó la niña y la avejentada mujer alzó la mirada llena de lágrimas:

—Lloro por mis hijos.

Ante esa respuesta, la pequeña salió corriendo.

—¡Vaya! ¡La he asustado! —pensó satisfecha La Llorona, pero la niña regresó con un pañuelo para que se limpiara los mocos.

—Ten. Entonces, ¿perdiste a tus hijitos?

—Sí.

—Te puedes quedar aquí conmigo, no llores.

—Niña, yo no puedo dejar de llorar. Es mi naturaleza.

—Bueno, entonces lloremos juntas. La próxima vez que me regañen o que mis padres peleen, podemos ponernos a llorar muy fuerte.

La Llorona aceptó, aunque pidió que no contara con ella en noviembre, pues era el único mes donde podía explayarse a gusto, y tampoco quería participar de las fiestas decembrinas. Ana Paula sonrió y le guiñó un ojo. Se pusieron a practicar su plañir juntas.

250 palabras.

Autor: Ana Laura Piera

Los amigos de «Masticadores Sur», me han hecho el honor de publicar este relato, puedes verlo AQUÍ. De paso aprovechas y ves la gran oferta de lectura que tienen.

https://bloguers.net/literatura/la-llorona-microrrelato/

¿FELICIDAD?

Cuando las circunstancias nos hacen creer que tenemos lo que desde siempre quisimos pero… ¿es así?

Photo by Pixabay on Pexels.com

El sobre blanco era una paloma moribunda entre sus dedos; portadora de noticias agridulces, le comunicaba que su padre estaba muerto y que el rancho de Los Ciruelos ahora era suyo.

Llegó a Los Ciruelos una mañana de enero. El olor a humedad tomó por asalto su nariz y ya no lo abandonó. Solo encontraba alivio temporal cuando salía y se enfrentaba a la grandiosa extensión de tierra que ahora le pertenecía.

Visitó la tumba del hombre que lo había engendrado y que se encontraba dentro de la propiedad por expresa voluntad del difunto. Recordó que muchos años antes, gracias a su inocencia infantil, se había imaginado viviendo en Los Ciruelos junto a su padre; pensamiento que le había calentado el alma y el corazón mientras se hacía hombre. Esperó un momento a ver si el calorcillo regresaba, pero lo único que sintió fue frío y nostalgia.

La felicidad a veces juega bromas pesadas.

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

De Magos y Estrellas…

Una vez hubo un mago enamorado de una estrella…

El anciano miraba desde la torre más alta del viejo castillo. Iba de cuarto en cuarto, asomándose en todos los balcones, esperando tener una mejor perspectiva del cielo nocturno, pero todo era en vano. Llevaba varias noches buscándola y no encontraba su estrella, esa que era la luz de sus noches, la blancura de sus horas, la frialdad gaseosa que a pesar de su naturaleza gélida, mantenía tibio y latiendo su corazón. «Alhena, Alhena, ¿dónde te has metido? ¡Esto es horrible!»

Alhena la brillante, la hermosa, la rebelde que una noche dejó su nación de estrellas y bajó a la tierra, enamorada de un mago. Consumada su unión, ella tuvo que regresar a su puesto en el cielo y desde ahí lo había amado fiel y constante. Fue testigo de los estragos del tiempo en su amante, vio la noble barba oscura convertirse en una cascada nívea, el liso de su frente volverse barrancas de sal. Él había cambiado tanto, pero el amor que se tenían era inmutable. Vencido por una tristeza mortal el mago se dirigió a su habitación. Tras incontables horas de derramar lágrimas, estas hicieron un río debajo de su lecho, diminutos peces nadaban en él siguiendo el curso del agua hasta el sótano. Libros y muebles flotaban en aquella tristeza acuática que minaba los cimientos de la antigua construcción.

De repente, en medio de la oscuridad, un tímido destello se hizo presente dentro del dormitorio del anciano. Este mantenía cerrados los ojos y no lo percibió sino hasta que el fulgor se había vuelto tan brillante que era imposible ignorarlo. «Oh mi amor, mi dulce amor. Thuban, no llores, mírame, aquí estoy, ya es hora». Thuban, el mago, abrió los ojos y de inmediato fue cegado por la luz de Alhena. Sus ropas se vaporizaron y quedó desnudo. Oleadas de un placer celestial inundaron al viejo, su cansado cuerpo se estremecía y con cada movimiento la juventud perdida regresaba a él. Entonces, carne, huesos y gases helados, se fundieron gozosos para siempre y se elevaron despacio rumbo a su lugar eterno en la noche del mundo.

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

https://bloguers.net/literatura/de-magos-estrellas/