Piel de Sal – Relato Corto.

Transito el mundo como si estuviera fuera de mi elemento: mis mucosas sufren, mi piel se agrieta y descama, me diluyo a cada paso. Mis pensamientos errantes me impiden concentrarme. Cruzo la ciudad distraída, a veces no hago caso a los semáforos hasta que un chirrido de frenos frente a mí, como una cubetada de helada realidad, me hace ser consciente del momento.
Al despertar por las mañanas, recuerdo jirones de historias sin pies ni cabeza, y un rastro fragmentado de sensaciones: ecos de música, humedad, y un olor salobre suspendido en mi habitación.

Cuando mi amigo Esteban me propuso un viaje a la playa, mi dermatóloga me advirtió que si entraba al mar debía ser con moderación y me entregó una lista interminable de cuidados y remedios. Aquella sería mi primera vez en el mar.

La vasta extensión azul, acuosa y ondulante me hipnotizó. No hubo mejor lugar para mí que estar a su vera. Esteban se la pasó transportando sombrilla, toallas y mis cremas protectoras desde la casa que alquilamos hasta el lugar elegido para disfrutar de la playa. Ese día tomé mi primer baño de mar y fue una revelación. El agua me arropó como a una hija pródiga y me sentí por primera vez, en mi elemento. Desde la orilla Esteban me gritaba recordándome que solo debía estar unos cuantos minutos, la realidad es que pasaron horas.

Mientras yo me cubría el cuerpo con una gruesa capa de crema, me preguntó molesto que cuándo había aprendido a nadar tan bien. Le di un susto cuando me vio tan lejos de la orilla. Le mentí al decirle que de niña tomé clases. La realidad es que nunca había nadado, hasta ese día y yo estaba tan sorprendida como él.

Esa noche, Esteban preparó una cena marina con ceviche de pescado, pulpo a las brasas, arroz y ensalada. Únicamente pude comer estos últimos. Esteban no podía ocultar su decepción. Él ignoraba que yo no comía esas cosas, pero tampoco me había preguntado lo que yo quería.
Cinco meses atrás una amiga nos presentó y congeniamos bastante bien. Ambos deseábamos tan solo una amistad. Era atento y se preocupaba por mí, pero había cosas que ignorábamos el uno del otro.

Sin proponérmelo, me encontré en la madrugada el umbral de su puerta. Él dormía. Yo tarareaba algo en un lenguaje desconocido. Fui incrementando el tono. Él se levantó de la cama con la mirada perdida, los ojos vidriosos y ausentes. Caminó hacia mí. Enmudecí y salí apresurada de la habitación cerrando la puerta.

Por la mañana él parecía no recordar el incidente. Para desayunar preparó huevos fritos con tocino y bromeó diciendo que si no comía, se enojaría de verdad. Teníamos un trato: él cocinaba y yo limpiaba el desastre. Por mis problemas de piel siempre lo hacía con guantes, pero cuando fue a darse un chapuzón, desnudé mis manos del látex, esa agua salina ejercía una agradable sensación en mí. Deseé volver a estar en el mar.

Esteban se volvió un impedimento para mi goce. Se preocupaba demasiado, impidiéndome hacer lo que yo quería. Decía querer evitar que algo malo me sucediera, o que empeorara mi problema de la piel. Parecía mi padre, queriendo controlarme. Me desquitaba por las noches, cuando bajo el influjo de mi canto él hacía lo que yo quisiera. Me iba al mar y él me seguía cual perrito faldero. Lo dejaba parado en la playa, viendo sin ver, mientras me sumergía, dejándome abrazar por el agua.

Mi visión subacuática resultó ser excepcional. ¡Qué alucinante resultaba ver los tímidos rayos de una luna menguante atravesando el agua! Algunos peces dormían, otros andaban de caza. Pulpos, cangrejos y otras criaturas, cada uno en lo suyo, me ignoraban mientras buceaba cerca de ellos. La paz que sentí fue indescriptible.

Era hilarante ver a Esteban por la mañana, quejándose de la arena en sus sábanas. Él, siempre tan limpio y ordenado no se explicaba tal cosa. Yo reía por dentro, como una niña malcriada.

La cosa cambió cuando días antes de que terminaran las vacaciones me declaró su amor. Lo odié por violar nuestro acuerdo. Con todo el tacto posible le rechacé, y le recordé que desde el principio había sido clara en que lo único que me interesaba con él era una amistad. Ahí cambió por completo, se volvió cruel e hiriente. Me echó en cara lo mucho que él se preocupaba por mí y que yo no valoraba eso. Me tildó de malagradecida. Que nadie me iba a querer por mi problema médico. «En tus peores momentos pareces leprosa», dijo. Se me figuró una araña que desde el inicio había preparado una red para que cayera su presa. Solo que ésta se le había escapado, y él no lo había tomado nada bien.

La convivencia se tornó muy difícil, salvo por las noches. La última resultó ser de luna nueva. Desnuda, y cantando, lo atraje a la orilla de la playa. La oscuridad era total y el mar rompía con tal estruendo en la orilla que no se escuchaba nada más. Esta vez no lo dejé esperándome, entró conmigo empapando su aburrida piyama de rayas. Me sumergí y él me siguió.

Esteban se ahogó sin aspavientos, sin luchar. Cuando la última burbuja de aire salió de su nariz, sentí cómo la agrietada piel de mi cuerpo se desprendía revelando una nueva y sana dermis. Mis glúteos y piernas se fundieron hasta convertirse en una enorme e iridiscente cola de pez.

Me alejé impulsándome con mi nueva cola, y a ratos, dejándome llevar por la fuerza de las mareas.

Nunca fui más feliz.

Autor: Ana Piera

Nota: El mito de las sirenas relata la existencia de seres dotados del don de la música, cuya voz es tan bellamente cautivadora que logra quebrantar la voluntad de los hombres. No obstante, su encantador canto trae consigo un fatídico destino: la muerte. Es por esta razón que en la actualidad se denomina «cantos de sirenas» a las engañosas trampas que conducen a un resultado fatal.

Si eres tan amable de dejar un comentario por favor deja tu nombre también. WordPress a veces los pone como anónimos.

Más relatos de sirenas:

https://bloguers.net/votar/AnaPiera68

https://bloguers.net/literatura/piel-de-sal-relato-corto/

Sirena – Microrrelato.

Mi participación para el reto de Lidia Castro «Escribir Jugando» del mes de Septiembre. Condiciones: Escribir un microrrelato de no más de cien palabras inspirado en la carta, que incluya el mineral: Ágata cornalina y opcional, que contenga algo sobre la orquídea Angel´s orchid.

—¿Te gusta el cuadro? Muestra una sirena, seres míticos marinos. Su canto atrapaba incautos. Tú eres muy joven y no conociste el mar. Perderlo es lo que nos tiene a todos viviendo bajo tierra, como ratas.

Ella le mostró una piscina de agua salada en la cual echó una cornalina y pétalos de orquídea. Un empujón bastó para que el desprevenido chico cayera al agua, la cual actuó como un ácido. La anciana se zambulló en medio de esa mancha roja y ominosa, emergiendo rejuvenecida y convertida en sirena por breves momentos. Al salir, sería nuevamente vieja, y… humana.

Autor: Ana Laura Piera.

100 palabras.

https://www.nationalgeographic.com.es/mundo-ng/que-seria-nosotros-sin-oceanos_17003

Más cuentos sobre sirenas:

https://bloguers.net/votar/AnaPiera68

https://bloguers.net/votar/AnaPiera68


Mutando por Ana Laura Piera — MasticadoresMéxico (Microcuento)

Imagen tomada de Unsplash / microcuento originalmente publicado en este blog.  

El azul de sus ojos se fundía con el azul del mar y todos los líquidos de los que estaba constituido su cuerpo clamaban por volverse agua salada. La luna llena se reflejaba titilante en las olas y el canto ronco y fuerte que producían con su eterno ir […]

Mutando por Ana Laura Piera — MasticadoresMéxico

Mutando. Microcuento.

Photo by Nsey Benajah on Unsplash

El azul de sus ojos se volvía uno con el del mar y todos los líquidos con los que estaba constituido su cuerpo clamaban por volverse agua salada. La luna llena se reflejaba titilante en las olas y el canto ronco y fuerte que estas producían con su eterno ir y venir acabó por hechizarla.

Levantándose de su lugar en la playa caminó lenta, pero inexorablemente a la inmensidad acuática. A esa hora de la madrugada la playa estaba desierta y no hubo nadie que fuera testigo de aquel hecho: primero el mar lamió sus blanquísimos pies, pero al probar el sabor de su carne ya no la soltó, jalándola por las piernas con fuerza, la devoró completamente sin que ella opusiera resistencia, pues todo su ser ansiaba fundirse con el océano. “Cuando mueres en el mar, lo salado se vuelve dulce”, alcanzó a pensar al tiempo que mutaba a ninfa marina.

Se alejó impulsándose con su enorme cola hacia las profundidades, mientras en su larga cabellera, extendida cual bandera, se enredaban pequeños peces, caracolas y estrellas de mar. Y ya nunca más volvió a pensar en su vida terrenal, y tampoco nadie jamás la extrañó.

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

https://bloguers.net/literatura/mutando-microrrelato/

Mas cuentos sobre sirenas: