Microrrelato de fuego, estrellas y tradiciones.

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Las noches eran más frescas y Ah Kin, envuelto en su manta de algodón, aguardaba la aparición de la tortuga celeste, como llamaban los mayas a la constelación de Orión. Su hija Ix Muyal, de cuatro años, le preguntó:
—¿Qué buscas, ta?
—La señal para iniciar los ritos de cosecha. Son tres luces brillantes, que forman parte de «la tortuga». Representan las tres piedras del fogón del universo y de ellas surge el dios del maíz, pero este año ya se tardó.
En la milpa, el padre observaba el equilibrio ancestral: al frijol trepando al maíz, la calabaza cubriendo la tierra. Todo parecía en orden, menos el cielo.
Ix Muyal y su padre caminaron hacia el cenote sagrado con ofrendas: granos secos y pozol con miel. El sendero entre la selva estaba lleno de murmullos, aroma de copal y plegarias. Los sacerdotes repetían: “Hay que recordar el mito”.
De regreso, Ah Kin narró cómo la tortuga nadaba en el océano primigenio, sosteniendo el mundo sobre su caparazón. Ix Muyal, notó las piedras del fogón de su vivienda desalineadas. Las acomodaron.
—Quizá la tortuga no podía nadar y el dios seguía dormido —dijo esperanzada.
—Nuestro fuego es muy humilde como para que los dioses se fijen, hija.
Pero esa noche, los gritos de júbilo de Ah Kin anunciaron el regreso de la tortuga.
Desde entonces, Ix Muyal se asegura de que las piedras del hogar estén alineadas. Sabe que los dioses también toman en cuenta los gestos pequeños.
249 palabras.
Autor: Ana Piera.
