¿Cuál amarillo? – Microrrelato.

Mi participación en el reto del blog El Tintero de Oro, que consiste en hacer un relato de hasta 250 palabras donde predomine un color.

Fernando llamó a su mujer con un tono de voz que no presagiaba nada bueno. Llegó Josefa y nada más mirar la pared de la estancia supo de qué se trataba.

—Ayer la pintamos de color paja y hoy aparece de este horrible color «amarillo-enfermo». ¿Cómo te lo explicas mujer?

Josefa movió la cabeza desconcertada.

Fernando le extendió una brocha mientras él acercaba un cubo de pintura.

—¿Otra vez? —se quejó ella poniendo cara de fastidio— ¿Dónde están los hijos cuando uno los necesita?

Al otro día la pared que habían re-pintado de color paja volvía a aparecer pintada de amarillo.

Fernando, indignadísimo, manoteaba y trataba de hablar, pero el aire le faltaba. Josefa aguzó el oído pues creyó escuchar voces. Al mismo tiempo, Miguel Matos hablaba con el pintor que había contratado para pintar la vieja casa familiar.

—¿Puedes explicarme por qué tanto gasto de pintura?

—Pues es que yo dejo pintada esta pared de amarillo limón y amanece pintada de un amarillo paja, ya van varias veces —dijo Diego rascándose la cabeza—. Son los fantasmas patrón, y no les gusta el amarillo limón.

—¿Los has visto? ¿Cómo son?

—Una pareja mayor. A ella a veces la veo tejiendo y él se la pasa reparando cosas.

Matos sonrió débilmente y sacó de su cartera una vieja fotografía que mostró a su empleado.

—¡Son ellos! —exclamó Diego.

—Si vuelve a aparecer el amarillo paja ya lo dejas así. No hay que molestar a los muertos.

247 palabras incluyendo el título.

Mi relato publicado en la revista digital: Masticadores Sur

https://bloguers.net/votar/AnaPiera68

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CONFESIÓN

Frida, foto tomada por mí.

Sonó el timbre de casa y el agudo tonito penetró en mis emociones, perturbándolas. Estaba triste pues al otro día aplicarían la eutanasia a mi perra, compañera de media vida, por cuestiones de salud. No me apetecía hablar con nadie, tan solo empaparme en mi pena, como esos extraños peces del Amazonas que se esconden en el barro y desaparecen.

Abrí de mala gana. Frida estaba en su rincón de siempre, tumbada, con sus ojitos abiertos y resignados a la sabia quietud de la vejez, pero al ver al visitante, se desperezó.

Quien estaba frente a mí tenía facciones perrunas, un tipo como con cara de San Bernardo: ojos grandes y profundos, cachetes colgados, aire noble. Iba vestido de negro y con un cuello blanco, muy tieso, como de cura. La ropa parecía quedarle demasiado justa.

—Vengo a confesar a Frida —dijo. Así, sin ambages y casi ya con una pierna dentro de la casa.

A pesar de mi cara de absoluta sorpresa siguió:

—Muchos humanos antes de morir se confiesan, sacan de su pecho lo que sienten. Los perros no son diferentes. La segunda pierna ya estaba dentro.

Se acercó a Frida, quien torpemente hizo ademán de querer que la cargaran. «San Bernardo» la levantó amorosamente y fue a sentarse con mi perra en su regazo.

—Un café estaría bien —dijo. Y yo, como autómata, fui a prepararlo. Desde la cocina escuché un murmullo de gemidos y gruñidos ininteligibles. Confieso que pude haber llevado el café antes, pero sentí que debía demorarme un poco más. Regresé con el café ya medio frío.

—Usted puede estar tranquila.
—¿Cómo?
—Mire, su perra me contó que ha tenido una vida plena y feliz. Quiere que sepa que está agradecida por los cuidados que le dio. Que la ama.

Estuve a punto de preguntarle cómo diablos podría saber él eso, pero su cara de San Bernardo me detuvo. Seguro sabía de lo que hablaba.

—Escuche —me oí decir con un hilillo de voz— ¿Puede decirle que la amo y la voy a extrañar?

—No hay necesidad, ella lo sabe y está en paz con todo lo que va a pasar.

«San Bernardo» dejó a Frida en el suelo y ella trabajosamente se dirigió a su rincón. Él tomó su taza de café y le dio tres sorbos largos sin dificultad. Seguro que el líquido ya estaba más frío que nalgas de pingüino.

—Gracias, me voy. Y sin más preámbulo se dirigió a la puerta.

Lo vi alejarse. Mi vista volvió a Frida, ahora soñaba, lo sé porque sus ojitos estaban cerrados, roncaba y movía sus patas sin ton ni son.

Me sentí en paz.

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

Nota: este relato fue inspirado por un hecho real. Me sucedió a mí. Bueno lo del confesor de perros obvio que no. Creo que este relato es para mí una especie de catarsis. En caso de que te haya pasado algo parecido, ¿de qué manera has logrado vencer el sentimiento de tristeza y dolor que embarga la pérdida de una mascota?.

Ésta es la entrada que escribí en 2007 cuando adopté a mi perra:https://anapieraescritora.wordpress.com/2007/02/28/frida/