La Reina Inolvidable.

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Mi participación en el VadeReto del mes de diciembre que va sobre re-escribir un relato a partir de una fábula clásica. Al final te revelo, si es que no lo adivinaste, de qué fábula se trata.

Todo lo que voy a contar, sucedió en un reino antiguo cuyo recuerdo el tiempo se ha encargado de borrar casi todo, excepto lo relacionado con Talis, una de sus últimas gobernantes. Quiso la suerte, los hados, el destino o como lo quieran llamar, que a esta mujer no le faltara nada: pues además de ser bellísima, era sabia y prudente. Sus padres murieron cuando ella aún era una niña, así que se convirtió en reina muy joven, a pesar de su juventud supo ejercer una administración eficaz, siempre escuchando a sus sabios consejeros y aprendiendo de ellos, logrando un reino próspero donde nadie padecía ni hambre ni injusticias. Su pueblo la amaba.

Cuando Talis cumplió 28 años, quienes la guiaban en la toma de decisiones, llevaban ya mucho tiempo pidiéndole que buscara un esposo, pues el tema de la sucesión apremiaba. A ella no le entusiasmaba la idea, pero finalmente aceptó.

Siendo muy sabia, ideó una prueba para determinar la valía de los pretendientes. Llegando ellos al reino, algunas personas disfrazadas de indigentes se les acercarían y pedirían ayuda, la reacción que tuvieran sería clave para escoger al que sería su consorte.Algunos, nada más ver al grupo de pobres, se regresaban a sus lugares de origen, pues imaginaban que las cosas en el reino de Talis no estaban tan bien como pensaban. Otros, asqueados, pedían que les retiraran de la vista a los necesitados y solo hubo uno, el príncipe Oto, que se interesó por la situación y bondadoso, les ofreció su ayuda. ¡Talis había encontrado a su compañero! Tan solo había un «pero», y era que él tenía una hermana gemela de la cual nunca se había separado y que no podría quedarse atrás . La reina aceptó la situación y consintió que su cuñada fuera a vivir cerca de ellos.

Amber era una copia exacta de su hermano Oto. Los dos era poco atractivos, rechonchos y de muy baja estatura, casi enanos, y la gente del reino siempre se preguntó qué le había gustado a Talis de él, mas como ya dijimos, ella era inteligente y sabía que la riqueza del alma y del intelecto eran más importantes que la apariencia física. Sin embargo, las buenas cualidades del príncipe no eran compartidas por su hermana.

Desde el primer momento, Amber quedó deslumbrada con Talis y, envidiosa, se preguntaba cómo era posible que tanta belleza y perfección se concentraran en una sola persona. Su sueño era ser como ella, o mejor, eclipsarla. Tenía dentro de su séquito a varias doncellas que día a día le procuraban información sobre cómo se vestiría la reina, qué zapatos y qué joyas usaría, y Amber intentaba parecerse a su cuñada poniéndose ropa, calzado y joyas similares. De igual manera, había sobornado a los cocineros para que le prepararan los mismos platillos que comería la soberana. En los eventos públicos imitaba sus gestos y su porte, aunque sus esfuerzos resultaban estériles, pues por más que lo intentara nunca podría replicar aquello que a la reina le salía tan natural.

A Talis le sentaba mal la actitud de Amber y la llenaba de tristeza que su cuñada no podía ser feliz siendo ella misma, pero nunca profirió hacia ella una palabra dura o hiriente, también se guardó de juzgarla pues entendía que cada persona lidia con sus muy particulares demonios.

Con el tiempo, Amber resintió incluso el cariño que Oto le tenía a su mujer y sentió celos. Todo ello la llevó a tratar mal a todos los que la rodeaban, aunque con Talis siempre se comportó sumisa y aduladora. Cuando salía a pasear, a menudo escuchaba a la gente burlarse de ella, lo que la mortificaba aún más.

Un día se le ocurrió que quizás su baja estatura, que siempre odió, fuera un impedimento para parecerse a Talis, así que mandó que le construyeran unos zancos para caminar.

El día que se presentó delante de la reina y del príncipe, usando sus zancos, todas las miradas se posaron en ella. Sin duda estaba más alta, aunque caminaba con torpeza e incluso se veía cómica. Oto pensó que esa obsesión de su hermana ya estaba yendo demasiado lejos y después de eso habló muchas veces con ella rogándole que reconsiderara su actitud, pero Amber no hizo caso.

La altura que le proporcionaron los zancos alivió un poco su infelicidad, pero era difícil caminar sobre ellos. Un día en que quiso ir al mismo paso que la reina en un desfile, se tropezó con su propio vestido y calló de cabeza, muriendo en el acto.

Pasado un tiempo la reina quedó embarazada, lo cual fue motivo de júbilo y celebraciones. Talis siempre lamentó la muerte absurda de Amber y el hecho de que se hubiera perdido de toda la alegría que trajo el pequeño principe al reino. Hoy casi nadie recuerda a Amber, pero el recuerdo de la reina Talis sigue fuerte.

La fábula que inspiró este relato es «La Rana y el Buey», de Esopo, que nos enseña sobre los peligros de la envidia y la importancia de la humildad.

Autor: Ana Piera

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La Sopa de la Discordia – Microteatro

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Mi propuesta para el reto lanzado por Merche en su blog y que consiste en hacer un microteatro con el tema «sopa».

Escenario: Una cocina de casa, moderna y bien equipada.

Personajes: Tomás y su hermana Celeste (ambos adultos de 40-50 años).

CELESTE: (dejando en la encimera de la cocina una bolsa de mandado). Pues aquí traigo lo necesario para hacer la famosa sopa de la abuela.

TOMAS: (Sonríe ampliamente y se asoma a la bolsa) A ver… hongos, crema, mantequilla… (sorprendido) ¿Jerez? La abuela siempre usó coñac que yo sepa.

CELESTE: Estás equivocado hermano, ella usaba Jerez.

TOMAS: (enfático y algo molesto): Estoy seguro de que era coñac

CELESTE: Y yo de que era Jerez. Vi infinidad de veces a la abuela prepararla. No me vengas a decir que no le ponía jerez.

TOMAS: (Jalándose los pelos). Era coñac, y ahora la sopa será un desastre. No sabrá a la que nos preparaba ella.

CELESTE: No seas necio ¡Era jerez!

TOMAS: ¿Necio me dices? Y tú te comportas de una forma muy infantil. Yo solo quería probar la sopa de la abuela, de la forma en la que ella la hacía.

CELESTE: ¿Infantil yo? (Burlona), miren al niñito queriendo a fuerzas la sopa de su abuelita. ¿En el último de los casos que diferencia hace si le ponemos jerez?

TOMAS: ¡Ajá! ¡Lo aceptas! ¡Era coñac!

CELESTE: (Saliendo de escena) ¡No era coñac! ¡Tonto!

TOMAS: ¡Ya estás senil! ¡No vuelvo a hacer planes de cocinar contigo!

Se oye la voz de Celeste desde fuera:

CELESTE: ¡Bien! ¡Yo tampoco! (Se oye un portazo).

Tomás se pone a sacar los ingredientes de la bolsa, luego saca un cazo y se queda quieto, reflexionando.

TOMAS: ¿Celeste? (Va a buscarla, pero al mismo tiempo se oye la puerta abrirse y entra ella, topándose los dos en escena).

CELESTE Y TOMAS: (Al unísono) ¡Perdón!

CELESTE: No, perdóname tú a mí. No debí decirte necio.

TOMAS: No, tú eres quien debes perdonarme, tienes razón, ¡qué necedad la mía de a fuerzas querer coñac! Lo que importa es que estamos juntos y la vamos a preparar con amor, como ella lo hacía.

CELESTE: (Enjugándose una lágrima) Sus platillos siempre lograban unir a la familia. Pero quien debe perdonarme eres tú. La verdad es que sí le ponía coñac, pero está carísimo.

TOMAS: (eufórico) ¡Lo sabía!

(Ambos hermanos se abrazan)

FIN

Autor: Ana Laura Piera.

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Instrucciones para Olvidar. Microrrelato.

Mi participación en «Escribir Jugando» del mes de Noviembre. Condiciones: hacer un relato de no más de cien palabras inspirado en la carta y que incluya el dado (acuario).

Para llegar al jardín del olvido —me dijo el viejo—, debes pasar por el acuario y dar de comer a los peces koi, pues ese es su reino y dominio.

Una vez alimentados, una escalera roja se revelará ante tus ojos, debes subir los peldaños lentamente, con cada paso irás olvidando algo. No hay vuelta atrás, piénsalo muy bien antes de iniciar este camino. Al llegar al jardín ya no podrás conjurar tu pasado y habrás olvidado tu presente. Quizás el mundo te llore, pero tú no lo sabrás y quizás, solo quizás, eso sea la libertad.

100 palabras incluyendo título.

Autor: Ana Laura Piera

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Alegría.

Mi participación en el VadeReto de marzo 2023 del blog Acervo de Letras. Este mes el tema es la Alegría y el reto es inspirarnos en la imagen y hacer un relato relacionado con el tema del mes.

Nada más llegar a la playa, corrí emocionada hasta que los frescos brazos del mar me sostuvieron. Envuelta en ellos, miro divertida a Alex que se va metiendo por partes, haciendo grandes aspavientos cada vez que las olas lamen alguna parte de su cuerpo, pues para ella, el agua siempre está fría sin importar la época del año. Después de treinta minutos, por fin ha logrado entrar por completo y unírseme. Ahora ambas platicamos, reímos y jugamos cual dos adolescentes.

El tiempo ha pasado y hemos permanecido cerca de la orilla cuando de repente, algo roza mi pierna y me invade una sensación de pavor, por mucho que me guste el mar, siempre estoy muy consciente de que abajo del agua se mueven «cosas». Alex ríe de buena gana ante la cara que he puesto y luego ella también muda su semblante al sentir lo mismo que yo, y escandalosa, como es, grita, mientras intenta salir a toda prisa. Algunos niños que nadaban cerca la imitan.

No sin algo de repugnancia, tomo entre mis dedos lo que me ha rozado: ¡un trozo de plástico! Luego veo pasar a mi lado algo amarillo, que resulta el envoltorio de un caramelo, y así de repente llega una nata de desperdicios: bolsas de frituras, pedacitos de plástico que de tanto navegar se han ido desintegrando hasta quedar hechos jirones. Salgo hacia la playa, no sin antes recoger lo más que puedo para tirarlo en la basura. Luego Alex y yo entramos y salimos varias veces del agua, llevando los residuos hacia un contenedor que se encuentra ahí para tal efecto, y después, seguimos recogiendo basura, pero ahora en la playa: latas de cervezas, plásticos de todo tipo, juguetes olvidados…

—¡Nunca había visto esto tan sucio! —exclama Alex indignada—, mientras tira en el contenedor la suela de un zapato, que a fuerza de flotar por el océano se ha ganado ya un lugar en la marina nacional.

—¡Mira! —le señalo con el dedo a un par de niños que nos imitan recogiendo desperdicios y llevándolos a la basura. Más tarde, sus padres, avergonzados, se han levantado también de sus mullidas tumbonas y se han unido a nuestra improvisada cuadrilla de limpieza.

Cada vez más niños y adultos se suman a nuestros esfuerzos y miro a Alex y constato que a ella le embarga la misma alegría que a mí. Después de la faena, los chicos, sudorosos, se dan un chapuzón juntos y luego salen para jugar futbol. Las niñas platican animadamente mientras el suave oleaje les moja los pies.

El sol empieza a morir entre los cerros y a regalarnos los clásicos colores del atardecer, todos nos juntamos para apreciarlo, los chicos ríen, los padres se abrazan, y Alex y yo sabemos que aún queda sitio para la esperanza.

Autor: Ana Laura Piera

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La Última Búsqueda.

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El viajero de mil caminos se dejó caer en espera de la Muerte, la deseaba. Anhelaba que esta llegara y pusiera fin a su sufrimiento. No lo atormentaba el dolor físico de su cuerpo, maltrecho por tantas jornadas. Le dolía no saber qué sigue tras exhalar el último aliento.

Después de visitar todos los continentes, entrevistarse con sabios y consultado oráculos sin obtener respuestas, lo entendió. Solo ella, que está presente en el instante en que todas las miradas se apagan y que observa, como lo haría una madre, esos primeros y vacilantes pasos hacia el umbral desconocido, podría borrar su ignorancia.


Mucho la había esperado, pero esta dama no llega a capricho nuestro, sino en sus propios tiempos, y a veces, coqueteando con nuestros deseos, nos deja esperando, y otras se aparece de improviso cual intruso en la noche que se sienta a nuestra mesa sin ser invitado.

Gruesas lágrimas de alegría rodaron por las secas mejillas del viajero cuando la vio llegar, engalanada como para un baile. Ella abrió su boca desdentada y oscura. «¡Por fin!, el secreto a punto de ser revelado» —pensó—. Pero de esa boca de tinieblas no salió ni un sonido, solo señaló con su huesudo dedo el tiempo pasado. Él vio toda su vida en un segundo, y entendió que su existencia, con todo lo bueno y con todo lo malo, había sido plena. Ahora conocería los misterios y la plenitud de la muerte, privilegio exclusivo de los que ya no deambulan por la tierra.

Inició su último viaje del brazo de aquella dama, y mudos los dos, atravesaron el abismo.

Autor: Ana Piera

El Agradador – Microrrelato de cien palabras.

Mi participación en el reto de Lidia Castro «Escribir Jugando» correspondiente al mes de Septiembre. Se trata de hacer un microrrelato de máximo cien palabras, inspirados en la imagen de la carta, donde debe aparecer el mineral «howlita» o turquesa blanca. Opcional: que aparezca algo relacionado con la flor de Bach: Centaury. (Esta esencia ayuda a las personas que quieren complacer a todo el mundo y ello les conlleva una gran carga, pues ceden antes los deseos de los demás, olvidando incluso sus propios sueños).

Tras el dolor, sobrevino el frío y la negrura. No alcanzó a percibir ya el aroma sanador de Centaury. Atravesó el Valle de las Sombras y llegó a la Sala del Juicio. Envuelta en un fulgor cegador le esperaba Justicia, quien con voz pavorosa anunció:

—Tú eres el «agradador», y por olvidarte de ti mismo, te condeno.

Silencio…

Apareció un gran bloque de turquesa blanca surcada de vetas, como venas azuladas. Si alguien hubiera podido acercarse, vería sangre circular por esas «venas» y si ese alguien pudiera poner su mano encima, sentiría el palpitar desbocado de un corazón.

100 palabras incluyendo el título.

Autor: Ana Laura Piera.

Te invito a visitar el blog de Lidia donde hay un montón de cosas interesantes para ver y también podrás participar en sus retos. Da clic AQUÍ.

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El Pequeño Vanko

—Mamá ¿Llueve? Oigo truenos.

Los ojitos azul pálido del pequeño Vanko miran asustados a su madre quien lo abraza fuertemente. A lo lejos se oyen ruidos terribles causados por los misiles que caen sobre la ciudad. ¿Cómo explicarle que no es la naturaleza lo que escucha, sino la ira de los hombres?

«No dejaré que la inmundicia de esta guerra ensucie su inocencia», piensa.

—Si, mi amor. Llueve, llueve muy fuerte. Hoy no podrás salir, pero mañana invitaremos a tus amigos Fedir y Yoan a que jueguen contigo en casa.

Oxana quisiera con todas sus fuerzas, que lo que dice fuera verdad, pero siente un presentimiento espantoso. Un frío que nace en el estómago y que se esparce por todo su cuerpo como alfileres helados. Abraza aún más fuerte al niño, tan fuerte que le hace daño sin querer. En ese momento, del cielo cae una bola de fuego sobre la vivienda, tras el infierno, solo queda el silencio y las ruinas humeantes.

—¿Mamá dónde estamos? Te ves …diferente —dice Vanko, su mirada azul en absoluto arrobamiento mientras mira a Oxana que parece resplandecer.

Ella sabe que han muerto. Inmediatamente después de morir tuvo una visión de sus cuerpos sin vida, desparramados en la tierra obscurecida por el fuego. El miedo y el frío que había sentido se han ido, ahora nada más sienten paz, una paz inmensa, incomprensible. Se encuentran en una colina vestida del verde más puro, el cielo sobre sus cabezas es de un azul intenso, interrumpido aquí y allá por blancos rebaños de nubes viajeras. Vanko se aleja un momento mientras juguetea alegre entre la hierba. Oxana sabe que donde están ahora, no podrá alcanzarlos la perversión de la guerra. Los intolerantes, los agresivos, los amorales, los perversos, los hijos de la ira… Todos ellos quedaron muy lejos y no podrán dañarlos más.

Autor: Ana Laura Piera /Tigrilla

Nota: Vanko y Oxana, podrían ser Ahmed y Nayua, o Juana y Pedro etc. Los personajes son ficticios pero sabemos que muchos seres humanos vivieron o viven hoy lo que aquí describo. En una guerra, (sea donde sea y por las razones que sean), no hay cosas buenas, todo es injusticia y los que más sufren son los civiles. De corazón deseo que más allá de la muerte haya paz, o… silencio.

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La Pesadilla – Relato Corto

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Me desperté sintiendo que me observaban. Un resplandor molesto en medio de la oscuridad hirió mis ojos: ¡la pantalla del teléfono! “¡Mierda!”. Extendí la mano y lo puse en suspensión. Pensé que podía volver a dormirme, apenas eran las 6.00 a.m. Las cobijas calientes me tentaban, pero decidí levantarme a hacer café. Dejé el móvil cargando.

Apenas el día anterior me había llegado por Amazon una máquina de espresso semi profesional, con bomba italiana, y junto con ella, una bolsa de café colombiano selecto. Me hacía ilusión probarlos. Mientras me trasladaba de la habitación a la cocina, me pareció ver una sombra escurridiza. “Debo seguir amodorrado”.

Me concentré en accionar mi nueva adquisición. Antes había tenido ese tipo de máquinas, así que no fue difícil. Caté el café recién hecho, aunque me decepcionó un poco. «Nota mental: para mi próxima compra pedir otra mezcla». Añoraba cuando podía salir sin preocupaciones y comprar lo que se me antojara. Ahora Amazon era mi salvación. Saqué un paquete de galletas italianas de almendra para acompañar. De nuevo me invadió la sensación de ser observado, giré la cabeza rápidamente y esta vez la pillé: se trataba de una niña de unos siete años, de raza negra y enormes ojos; el vientre repleto de parásitos sobresalía como un balón de futbol. Vestía un pantalón azul desgastado, camisa a rayas y sus pies descalzos se perdían en mi mullida alfombra. Sus ojos se colgaron de las galletas. Sin pensarlo, le extendí una, que tomó con manos sucias y ansiosas. Corrió a esconderse detrás de uno de los muebles de la sala. Decidí seguirla, temiendo que ensuciara algo, mas ya no estaba. En su lugar encontré un anciano de barba cana hecho un ovillo en el piso, por su indumentaria deduje era alguien de oriente medio. Al verme comenzó a hacer ademán de que me resguardara junto a él y hacía señas de que “algo” estaba a punto de caer sobre nosotros en cualquier momento. Sus gemidos y su rictus de miedo me hicieron retroceder.

El desconcierto me invadió. «Esta pandemia y este encierro auto impuesto me están alterando» —pensé—. Café en mano fui al cuarto que uso como estudio, el lugar está lleno de libros y ahí tengo el ordenador. Navegué un poco en internet: Me explotó en la cara un pleito entre artistas, rumores de guerra, posible hambruna en regiones de África y Centroamérica y el desgraciado virus por todos lados.

Frente a mí apareció de la nada una chica joven, quizás unos quince años, también de raza negra. Llevaba una pañoleta verde, de sus ojos, orejas y naríz corrían hilillos de sangre que iban manchando su ropa de mezclilla. La observé con repulsión. Ella parecía no mirarme, estaba como ausente. Yo sabía que no era real, ¿por qué me estaba sucediendo esto? ¿Hacía cuanto que no tenía una sesión de meditación? Claramente necesitaba una con urgencia. Me levanté para no verla y fui a mi habitación a recoger mi teléfono. Éste seguía en la mesita de noche y conectado al tomacorriente, aún le faltaba bastante para que la batería estuviera al cien por ciento, pero nuevamente aparecía prendido. Miré por la habitación e incluso abajo de la cama, mas no vi nada.

Salí y me dirigí de nuevo a la cocina donde me dispuse a preparar algo para desayunar. Vi un niño de unos doce años, llevaba pantalones rotos a la altura de las rodillas y chanclas plásticas. Él no parecía africano, su piel era de un tono canela y tenía el pelo lacio y rebelde. La puerta del refrigerador estaba abierta y él miraba hacia el interior como perdido en una visión. Adentro había carne, huevos, queso y otras cosas que seguramente él ni siquiera sabía que existían. Me acerqué y me puse a su lado, me señaló un litro de leche, mismo que saqué y puse entre sus manos, él no sabía como abrirlo así que hice ademán de que me lo regresara, se opuso mirándome con desconfianza pero finalmente cedió. Moví la tapa hasta oír el “clic” y se lo di. Se alejó bebiendo como un becerro. En algún punto dejé de verlo. Mi incomodidad crecía.

Regresé a mi recámara para recoger mi móvil y pude sorprender a la culpable de tanta “prendedera”: era la niña de la galleta. Miraba curiosa el aparato, le picaba, se lo ponía en la oreja. Al mirarme corrió. Esto me estaba cansando, yo vivía sólo y nunca fuí niñero. Tomé el aparato, lo desinfecté con una de esas toallitas de cloro tan de moda y me fui a acostar olvidándome del desayuno, con la esperanza de dejar de alucinar.

De repente lo supe, soñaba, bueno en realidad estaba inmerso en una pesadilla: veía mucha gente necesitada y yo tenía de todo. Sentí vergüenza, culpabilidad, recordé mis compras caprichosas y mis quejas por cosas nimias. «Debo despertarme ya»—pensé.

Abrí los ojos y un resplandor molesto en medio de la oscuridad hirió mis ojos aún dormidos, era la pantalla de mi celular. “¡Mierda!”…

Autor: Ana Laura Piera

Si has llegado hasta aquí leyendo, te doy las gracias. Lo que da vida a los blogs son los comentarios así que si pudieras dejar alguno te lo agradeceré. Me gusta ser recíproca así que ten por seguro que te corresponderé. No tienes que escribir cosas que no sientas, una buena crítica siempre es bienvenida, siempre que sea con respeto. Gracias.

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El Año Enmascarado.

Viendo hacia atrás en el tiempo, he decidido republicar este relato, con algunos cambios.

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Las ciudades pensaron que algo andaba muy mal cuando sobre sus lomos dejaron de pasar los usuales contingentes de personas, tanto en vehículos como caminando. Los pequeños pueblos turísticos languidecieron al ver que ya pocas personas acudían a admirarlos. Los animales también se habían confundido, perros y gatos sobre todo, vieron con extrañeza cómo sus amos se ponían lentes protectores y «bozal» para salir, actividad que cada vez hacían con menos frecuencia.

Las aves del cielo, atónitas, vieron disminuir los objetivos para depositar sus excreciones. Los muebles de las casas, al sentir el peso de sus dueños a todas horas tuvieron ganas de desaparecer. Las viviendas se cansaron de la constante presencia de sus habitantes: “¿cuándo volveremos a estar solas?” se habían preguntado mientras lanzaban suspiros pesarosos que salían por las ventanas.


Las madres, tratando de volver normal lo anormal, inventaron relatos para sus hijos pequeños: «este año todos nos volvimos bandoleros, por eso nos tapamos los rostros»


En suma 2020, fue un año extraño, un año anómalo donde todo estuvo al revés. Sin embargo, para algunas personas aquello fue un sueño hecho realidad: a los que les costaba trabajo dar un beso o un abrazo estaban fascinados pues ya no tendrían que fingir. ¡Por fin se respetarían los espacios vitales! La distancia y el enmascaramiento ocultaban convenientemente las muecas de disgusto, aunque también, las sonrisas. Para los que añoraban el contacto piel a piel y la cercanía con sus semejantes se trató de una verdadera pesadilla.


La humanidad había tenido que aprender a hacer las cosas cotidianas de otra manera. Ciudades, pueblos, casas, mascotas también tendrían que resignarse a una nueva vida. En los anales de la historia de los animales domésticos, aquel año 2020 se conoció como “El Año Enmascarado”.


Y, sin embargo, al final de ese año desastroso, de la mano de la resiliencia humana llegó un atisbo de esperanza… Las mascotas compartieron, junto a sus dueños, ese sentimiento tímido de que todo iría mejor en los años por venir.

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

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EL VIAJERO DEL TIEMPO

Haz clic en la imagen para visitar el Tintero de Oro, también puedes participar.

Le bastaba con pensar en una fecha y lugar y la esfera programaba las coordenadas de destino. Así, Sindri viajó por el universo utilizando atajos en el espacio-tiempo, sistema perfeccionado en el año 3050.

Destino: Roma, noche del 24 de diciembre, año 50 a.C.
Era la celebración de las Saturnales, las fiestas paganas en honor a Saturno, el dios de la agricultura. Antes de salir de la esfera, imprimió la vestimenta propia de la época: túnica y toga, para no desentonar.

La ciudad estaba engalanada con adornos y luminarias. Sus habitantes, jubilosos por no tener que regresar más a los campos, se entregaban a los placeres; corría el vino y la comida en abundancia. Se unió a una de las fiestas callejeras, patrocinada por un hombre rico llamado Gayo Pompeyo. Tras el banquete, Gayo lo llevó a su lujosa villa donde fue testigo del intercambio de regalos entre familiares. Le propusieron quedarse esa noche y celebrar el día 25 el «Natalis Solis Invicti», fiesta asociada al nacimiento del dios Apolo. Amablemente, declinó y se despidió de los anfitriones. En un lugar solitario llamó con el pensamiento a la esfera. Dentro de ella dictó algunas observaciones:

«Con esta visita confirmo que esta tonta tradición que ha perdurado hasta nuestros días tiene orígenes paganos».

Belén, noche del 24 de diciembre, año 6 a.C. *
Salió vestido de pastor, pero no encontró a ninguno pues hacía demasiado frío para sacar al rebaño a pastar. Regresó feliz al vehículo, donde calentó su aterido cuerpo y dictó: «El nacimiento de Jesucristo el 25 de diciembre es una falacia y lo hicieron coincidir con una fiesta pagana. Debió nacer en primavera o verano».

Ahora la esfera buscaría gente emparentada con él, en diferentes épocas. Les visitaría y trataría de disuadirlos de celebrar algo que no resistía un mínimo de análisis histórico.

Londres, 24 de diciembre, 1860:
Con abrigo y sombrero de copa Sindri parecía un londinense más. Buscó la dirección de su parentela, sin éxito. Contrariado fue a sentarse en un banco. No había mucha gente, la mayoría ya estaban en casa para la tradicional cena. Una mujer iba muy apurada y al verle solo, le ofreció pasar la noche con su familia. Aceptó. Dentro de la casa cuatro niños revoloteaban alrededor de un árbol ricamente adornado. El marido, un hombre agradable, le convidó una bebida con vino, frutas y canela, para el frío. La cena fue abundante y deliciosa, antes del postre todos abrieron un paquetito personal, jalando de unos cordones en los extremos; al hacerlo saltaban regalitos en medio de una pequeña explosión que lo sorprendió e hizo que todos se desternillaran de risa. Su obsequio fue una nota que le deseaba buena fortuna. Acabada la cena se despidió, desconcertado por lo agradable de la velada. Hubo alusiones cristianas, pero más que nada se trató de una fiesta familiar. Era hora de regresar a la esfera.

Londres, 24 de diciembre, 1941:
Esta vez sí encontró la dirección. Le abrió una mujer de rostro triste, quien explicó que el hombre que buscaba, su esposo, estaba en el frente de batalla. Sindri fue invitado a cenar. No había árbol ni decoraciones ostentosas. La comida era escasa, aun así la compartieron con él, cosa que lo conmovió. Hubo una oración de agradecimiento y pidieron por la seguridad del padre ausente. Observó que los hijos, dos traviesos pelirrojos, no recibieron regalos. Regresó al otro día con algunas cosas impresas en su esfera: ropa para toda la familia y juguetes. Jamás olvidaría aquellos rostros de gratitud.

Decidió que haría una última parada, su celo por acabar con la tradición navideña en la familia se desvanecía. No había tenido corazón para aguar los festejos de nadie con sus diatribas. La fiesta despertaba sentimientos y actitudes nobles en todos, ¡incluso en él mismo!

México, 24 de diciembre, 2033. Sus parientes vivían en un precioso rancho de la Sierra. Gente hospitalaria, lo acogieron también.

Esta vez sí se animó a soltar los datos recopilados en sus viajes por el tiempo, sin revelar que él venía del futuro, y cuestionó la validez de la celebración. El patriarca de la familia, Don Artemio, lo miró con interés y le dijo que no importaba si no había rigor histórico. «El asunto es que nació y esta fiesta conmemora ese día». «¿Y qué me dice de los orígenes paganos de las fechas?» El hombre se encogió de hombros con esa sencillez de la gente que no se complica mucho. Luego lo invitó a bajar al pueblo para ir a repartir regalos y comida a la gente más desfavorecida. Hicieron una escala en la iglesia donde su anfitrión insistió en entrar unos minutos. Esto último incomodó a Sindri pero se resignó. Más tarde, el rancho se llenó de parientes y nuevamente una grata atmósfera familiar lo envolvió todo con abrazos, risas, brindis y mucho tequila.

Dictó sus últimos apuntes: «He decidido no perseguir ya mi idea de desterrar la Navidad. Entiendo ahora que más allá de lo que se celebra, estas fiestas sirven para unir a las personas, sacar lo mejor que hay en ellas y eso por sí solo bien vale la pena el festejo». Con una sonrisa el viajero del tiempo pensó en la noche de Navidad del año 3050 y regresó a casa, a tiempo para unirse a la celebración.

891 palabras

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

*Nota:

«Ateniéndonos al registro de Flavio Josefo y a las repetidas menciones al rey Herodes, es más seguro tomar como referencia válida la que señala el nacimiento en vida de este rey y, por lo tanto, situarlo alrededor del año 6 a.C. La fecha incorrectamente considerada como año 1 fue establecida -ya fuera por accidente o intencionadamente- en el siglo VI por un monje bizantino llamado Dionisio el Exiguo, quien diseñó un nuevo sistema de datación de los años para separar la era pagana de la cristiana: el Anno Domini -“año del Señor”, es decir, del nacimiento de Jesús-, en sustitución de la datación romana ad Urbe condita -“desde la fundación de la ciudad”, es decir, de Roma.» fuente: https://historia.nationalgeographic.com.es/a/que-ano-nacio-jesus-segun-historia_15207

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