El Viaje.

Mi participación en el VadeReto de Agosto. La premisa es escribir un relato con el tema: la playa.

Esta mañana, las olas lamen lento la arena dorada, y a ratos, con un poco más de impulso, alcanzan mis pies desnudos, relajándome, y abriendo la puerta a los recuerdos…

En la ruta iba aparentemente sola, nadie más sobre el camino. Lo cierto es que arriba había una procesión de vehículos voladores cuyos ocupantes se asomaban divertidos. La visión de una mujer mayor pedaleando en una anacrónica bicicleta sobre la carretera desierta, no era para menos. Quizás esas personas se burlaban o me veían como bicho raro, pero yo los compadecía, el cielo era tan amplio y, sin embargo, ellos tenían que constreñirse a rutas ya marcadas o les quitarían su licencia de volar. El resultado eran unas filas enormes de esas naves, en ambos sentidos, como largos gusanos arrastrándose lento. No había tanta libertad en el cielo, pero ya pocos querían regresar a la tierra y utilizar las carreteras, que se conservaban para emergencias, y para algunos testarudos como yo, que nunca quise aprender a manejar otra cosa.

De tanto en tanto, Dominga, mi fiel compañera, se asomaba de su canasta para otear con interés el camino por delante, y luego me miraba a mí, quizás asegurándose de que yo aún tenía fuerzas para llevarnos a las dos a donde fuera que íbamos. Yo la acariciaba, hundiendo mis dedos en la tibieza peluda de su cabeza hasta sentir su pequeño cráneo, y ella soltaba un maullido de satisfacción antes de regresar a su refugio debajo de las frazadas mientras yo sudaba la gota gorda. Pudimos haber tomado un transporte público que nos llevara más rápido, pero la idea del viaje en bicicleta, me sedujo. Necesitaba sentirme viva y libre, no pensar en el futuro y apreciar las pequeñas cosas, como el aire en mi cara, respirar aire limpio, y dejar que la naturaleza nos cobijara durante un tiempo. De día viajábamos y de noche acampábamos donde podíamos.

Cuando iniciamos el recorrido, tres semanas habían pasado desde mi última consulta médica. En un consultorio de asépticas paredes blancas, un androide-doctor de rostro inexpresivo me explicó que, de todas las enfermedades posibles, me había tocado la única que ha sobrevivido el paso de las épocas y que a pesar de los grandes avances en medicina, muchas veces sigue siendo incurable, como era mi caso. Me despedí asegurándole que pensaría sobre las opciones ofrecidas, siendo la mayoría, cuidados paliativos. Lo que realmente hice fue comprar la bicicleta en una tienda de antigüedades, equiparla, y empezar un recorrido para ir a conocer la playa al lado de Dominga. No estaba dispuesta a dejar que un cáncer insidioso me lo impidiera.

A veces tenía la sensación de que no teníamos prisa, pues nadie nos esperaba, entonces bajaba el ritmo de mi pedaleo, otras, sentía que debía apurarme, que el tiempo se me iba a acabar y que no alcanzaría a conocer la playa. También me llenaba de angustia pensar que si yo moría en el camino, ¿qué iba a ser de mi gata? La tenía desde que era un cachorro y ya había hecho arreglos para que una de mis amigas se quedara con ella tras mi partida. Para eso, Dominga y yo debíamos hacer juntas el viaje de regreso.

Estando ya muy cerca de nuestra meta, a Dominga le entró un desgano extraño y ya no quiso comer. Dejó de asomarse y permanecía oculta en su canasta. Hubo noches en que debí darle medicina para la fiebre. Quizás un bicho la había picado. Pedaleé con más ahínco, acortando la distancia lo más rápido que podía, pero a duras penas llegó viva a la clínica donde la revisaron y, una vez más, la modernidad nos fallaría a mi gata y a mí, pues ya nada la podía salvar.

Cumplir mi sueño mientras Dominga se me moría en los brazos fue una experiencia agridulce. Nada me había preparado para el encuentro con esa vasta extensión líquida, cuya superficie parecía ser la piel de un ser descomunal. «¡Llegamos Dominga! ¡La playa! ¡El mar!» El cuerpo se me quebró al sentir a Dominga partir. El mar se hizo uno con mis lágrimas. Se me debe de haber notado a leguas la pena, pues un hombre de barba blanca y velludos brazos se acercó y me ofreció ayuda. «Aquí está mi casa» dijo, señalando una casita blanca, tradicional, como las de antes, no las moles giratorias de cristal que tenemos hoy. Entre los dos enterramos a mi gata en su terreno aledaño a la playa. «Espere un momento» —dijo, y desapareció atrás de la casa y cuando regresó traía un ramito de flores recién cortadas para la tumba. Un calorcito arropó en ese momento a mi corazón.

«Me llamo Marcos»

«Soy Lorena» y luego le solté de sopetón: «Y también estoy por morirme».

Marcos no quiso que me fuera, ni yo quise dejarlo a él. La playa ha sido testigo de muchas tardes donde me he refugiado de la muerte acechante en sus labios y en sus brazos de mono. Una sola vez me preguntó si no quería seguir las instrucciones del doctor que me vio previamente, o si quería ver uno nuevo. Le dije que no quería ver a nadie, solo a él y respetó mi sentir. Le he pedido que ponga mis cenizas junto al cuerpo de Dominga, mirando al mar, y que mi bicicleta la regale a alguien que no tenga puestos los ojos en congestionadas autopistas aéreas. Me lo ha prometido. Yo ahora no evito soñar con otros caminos que pronto conoceré, y con suerte, Dominga me estará esperando.

Autor: Ana Laura Piera

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33 comentarios en “El Viaje.

  1. ¡Cuánta belleza transpirando por todo el relato, Ana!

    Es una historia agridulce que muestra muchos amores.

    Amor por la tradición y las sensaciones naturales vividas; amor por esos compañeros que son fieles hasta la muerte; amor por escapar de la fatalidad y refugiarse en la naturaleza; amor por esos brazos que te acogen sin pedir nada y te acompañan hasta el final.

    Precioso y muy emotivo. ¡Qué regalazo para el VadeReto!

    Muchísimas gracias por el regalo, amiga.

    Abrazo grande.

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  2. Hola Ana.

    Un relato lleno de ternura, una despedida sin caer en melodramas, viviendo la muerte (la suya y la de Dominga) con toda naturalidad, buscando el último refugio en la inmensa naturaleza y en el amor de quien acompaña sin abrumar, respetando decisiones y últimas voluntades.

    ¡Me encantó! Gracias por el regalo. Un abrazo grande.

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  3. Hola Ana, un recorrido lleno de tristeza. Pero creo que la protagonista tomó la mejor decisión al comprarse la bicicleta e iniciar ese viaje sin retorno acompañada de su fiel amiga Dominga. Muy triste su muerte, aunque rodeada de cariño. La protagonista ya no está sola sino en brazos de ese hombre que la respeta. Al fin y al cabo la decisión es de una misma y como quiere terminar sus días solo ella debía decidirlo. Muy emotiva y entrañable. Me encantó y me emocioné mucho. Un abrazo grande por este bonito relato.

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  4. Ay Ana, ¡qué inspiración la tuya! Me ha conmovido hasta lo más hondo. ¿Sabes algo? Siempre me pregunto qué será lo que lea de ti la próxima vez. ¡Y me sobrepasas! Aquí hay ternura, emoción, encarar la vida y el viaje final, del cual ayer tuve una vaga experiencia en la sala de urgencias de un hospital. Gracias te doy nuevamente por este regalo Ana, un gran abrazo 🤗

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  5. Hola Ana. Tu relato no puede dejar indiferente a nadie. Me ha llegado al corazón ese baño de sensibilidad que acompaña en todo momento tus descripciones. Ver el mar «(…) como la piel de un ser descomunal» es algo que me ha impactado, entre muchas expresiones inolvidables que utilizas.Es un relato que no puede dejar indiferente a nadie. Me ha llegado al corazón ese baño de sensibilidad que acompaña en todo momento tus descripciones. Ver el mar «(…) como la piel de un ser descomunal» es algo que me ha impactado, entre muchas expresiones inolvidables que utilizas:

    «El mar se hizo uno con mis lágrimas».

    No es fácil expresar lo que duele saber que padeces una enfermedad terminal, aunque lo estés experimentando. Me solidarizo con la actitud de la protagonista buscando su destino en una playa que será lo último que contemple en su vida. La compañía de aquel hombre que vivía cerca del mar y su promesa de hacerse cargo de las cenizas de ella y las de su entrañable mascota hacen pensar que se trata de un barquero Caronte actualizado.

    Me ha cautivado tu relato Ana.

    Un abrazo.

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  6. A pesar del desenlace de la historia, cargado de tristeza, el relato es muy hermoso por las sensaciones y sentimientos que despierta conforme se va leyendo. No te voy a negar que me ha recordado muchas vivencias pasadas y me ha hecho pensar con detenimiento; y eso, siempre es bueno.
    Felicidades, Ana.
    Gracias por haberlo escrito para que podamos disfrutar con él.
    Un abrazo.

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