El Árbol Solitario.

Aprovecho para desearles a todos feliz año 2024.

Su existencia solitaria se hacía más difícil en invierno. En medio de la llanura, sufría los embates de las heladas y los vientos. Maldecía con fervor su semilla, que el viento esparció y lo había alejado de otros como él, sembrándolo en ese paraje desolado. Clamaba al cielo por el alivio de la muerte, quizás una tormenta de hielo que congelara su savia, o un rayo que lo partiera en dos y lo quemara por dentro.

En los últimos días del año, una tormenta formidable se desató sobre aquella zona y el árbol pensó que ahora sí tendría posibilidades de morir. Si sus raíces no se lo hubieran impedido, se hubiera movido hacia donde los rayos caían con más furia con la esperanza de que alguno le cayera encima. Al fin, un latigazo de luz hirió su carne de madera quemándolo por dentro. «¡La muerte!» —pensó agradecido.

Lo cierto es que el árbol no murió, pero quedó muy mal herido. Los dolores llegaron a ser tan insoportables que se sorprendió deseando alivio.
Con cada día que pasaba se iba sintiendo un poco mejor y al final del invierno casi había sanado por completo. Con la primavera salieron algunos brotes de hojas de su tronco chamuscado. Cuando su follaje se multiplicó, las aves, a las que antes no prestaba atención, volvieron a hacer sus nidos en él. Notó que aquellas pequeñas presencias aliviaban su soledad. Aprendió a apreciar las cosas a su alrededor y que antes eran invisibles para él: desde pequeñas lagartijas y ratones hasta las rocas que se encontraban cerca y que estaban cargadas de una belleza especial.

Con el cambio de actitud, vino el contentamiento y ya nunca pidió morir. También ese año comenzó a visitarlo por las tardes un niño que gustaba de leer bajo su sombra.

El árbol conoció la felicidad.

Autor: Ana Laura Piera

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EL SUEÑO

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Nos despertó el olor a cigarrillo que comenzó a invadir toda la casa. Mi padre se puso a maldecir: —¡Carajo apenas son las ocho de la mañana y la pinche vieja ya está fumando!

Corrí al cuarto de la abuela, cuando entré en su habitación me pareció ver que escondía una botella de tequila debajo de su almohada pero me hice el tonto.

—¿Tita qué tiene?, usted nunca fuma tan temprano—. Me miró con ojos perturbados y me dijo:

¡Ay mijo, otra vez lo soñé!—. La noté temblorosa, alterada. Ya antes me había contado que seguido se le aparecía en sueños un indio muy viejo que le hablaba en una lengua que ella no comprendía.

—Alvarito, ahora sí le entendí todo, habló clarito en castellano.

—Cuénteme.

—Espera deja prendo otro cigarro— de entre sus senos flácidos sacó una cajetilla arrugada.

—No Tita, no fume, ya nos ahumó la casa y mi papá está echando pestes. La abuela se encogió de hombros y lo prendió igual. Recuerdo que lo apretaba fuertemente entre sus dedos arrugados y le dio una gran chupada.

El hombre me dijo algo bastante extraño: “Lloverá en tu parcela y tu tierra será fecunda nuevamente con la semilla ancestral.»

— ¿Tita qué rayos significa eso?

—No sé mijito—, luego me miró con ojos traviesos y sacó de su escondite la botella de tequila.

— No sea así… le hará daño.

—Alvarito estoy muy nerviosa, necesito relajarme un poco, es que si lo vieras: tiene el pelo largo y negro, como la boca de un lobo, usa una manta de algodón anudada en el hombro que le cubre casi todo el cuerpo, y un taparrabo esconde sus vergüenzas; todo él parece estar cubierto de sangre y su cara está llena de tatuajes. Me llena de espanto, he llegado a pensar que es el mismo diablo.

Salí de su cuarto intrigado, ¿que significaría el sueño?, ella no tenía tierras, entonces ¿de qué tierra le habían hablado?, ¿de qué semilla?. Durante el día me olvidé del asunto pensando que la demencia se había apoderado de mi pobre abuela.

Al otro día nos despertó un llanto extraño, primero pensé que sería el gato de la vecina, al volver a oírlo me dí cuenta que eso no era ningún gato. Mi padre maldecía de nuevo. Me levanté y me dirigí a toda prisa al cuarto de la abuela, pues el lloriqueo provenía de ahí. Cuando entré me quedé helado: sobre la cama se encontraba una mujer joven muy hermosa, su rostro tenía un aire remotamente familiar; estaba completamente desnuda, de sus magníficos pezones manaba un río de leche, entre sus piernas ensangrentadas estaba un bebé recién nacido de piel canela obscura, todavía los unía el cordón umbilical. Lloraba a todo pulmón como si quisiera acabarse todo el aire de la casa, la mujer me miraba azorada, comprendí: era ella, y lo dicho en el sueño, se había vuelto realidad.

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

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