El abrigo que no seduce.

La ex-niñera que aprendió a elegir.

Mi participación para el concurso de relatos de El Tintero de Oro. La condición es que sea un relato ambientado en Nueva York, donde la ciudad tenga cierto protagonismo en la historia.

Tiempo de lectura: 2 minutos.

Queens, N.Y., 2025.

Despertó con el maquillaje corrido y un abrigo de leopardo en la puerta. Fran Fine ahora tenía 56 años y ya no trabajaba de niñera. Después de darse un baño, se sentó frente al tocador de su habitación y, ante el espejo, dibujó con un dedo un corazón aprovechando el vaho húmedo sobre el cristal.

—Fran, ¿qué demonios querías ser?— dijo con esa característica voz nasal que los años no habían podido borrar.

Recordó los días en los que soñaba con atrapar un marido rico, vivir en un pent-house en Manhattan, asistir a estrenos glamorosos, conciertos y galas, para después cenar en «Daniel», en el Upper East Side, o en «Le Bernardin», en Midtown Manhattan. Saboreando no solo los cocteles, sino las miradas de envidia y admiración de mujeres y hombres. No había quedado en un sueño, lo había obtenido y al final, lo había regresado, como una chaqueta que no sienta bien.

Sonó el móvil, era Maggie, la hija mayor del productor de teatro Maxwell Sheffield. Fran había sido su niñera hacía muchos años.

—¿Fran? ¡Qué alegría escucharte de nuevo! ¡Te perdí la pista por un tiempo!

—¿Maggy? ¡Qué sorpresa! ¿Cómo has estado?

—No muy bien, Fran. ¿Recuerdas a Carlo?

Claro que lo recordaba. Era guapísimo y además hijo de un afamado actor de cine. Fran le había aconsejado a Maggie que lo conquistara a cualquier precio.

—Carlo es incapaz de serme fiel, Fran. Solo soy el adorno que lo acompaña, no me falta nada, pero me siento como un mueble costoso en una casa vacía.

Fran lamentó con todo su ser haber sido el modelo de un ideal equivocado para Maggie. Ojalá ella nunca le hubiera hecho caso. Mientras la joven se desahogaba, Fran escuchó a un repartidor que gritaba algo en italiano afuera de su departamento, otro más allá decía algo en bengalí. El tren de la línea 7 pasaba a lo lejos, vibrando. ¡Había tanta vida en Queens! Contrastaba con la rigidez del Upper East Side donde vivía Maggie.

—Escucha preciosa, tengo un proyecto encantador y pronto te mandaré una invitación. Espero que puedas estar presente. Después podemos tomarnos algo juntas, como en los viejos tiempos.

Tras la llamada, Fran pensó que ella misma ya no buscaba ser elegida. Tras su divorcio, y en el caos encantador que era Queens, se preparó para su siguiente desafío: ser curadora de un museo de estética «Kitsch». Aún no tenía sede, pero ella y su amiga de la juventud Val Toriello ya estaban buscando un lugar y recopilando los objetos que exhibirían. El museo sería inaugurado con una chaqueta de «animal print» de cebra, con detalles en terciopelo y lentejuelas.

Terminó de vestirse y se puso el abrigo de leopardo, ya no para seducir a nadie, solo porque le gustaba como rugía contra el gris del mundo.

Autor: Ana Piera.

Nota: Fran Fine fue el personaje ficticio de una serie de televisión de los noventas. Quise imaginar que el personaje evolucionaba sin perder su esencia, aunque esta implicara conservar esa estética estridente, la «kitsch», pero que era tan de ella y que aunque la criticaran, ella la lucía orgullosa. Espero que el relato no precise, para entenderlo, de haber visto la serie. Gracias por leer.

En Reflexópolis, ciudad de pensamientos, te cuento cómo se me ocurrió esta historia.

KUKULKAN

Photo by Marv Watson on Unsplash

—Mi señor, ¿ha visto lo que sucede en la tierra? Kukulkán el noble dios de los mayas, deja de observar la enorme y bella esfera azul que cuelga en la noche sin fin del universo.

—Lo he visto mi querido Ah Kin Xoc, tú sabes que siempre estoy al pendiente de los míos, aunque pocos me recuerden.

—Señor, la gente moderna tiene en alta estima a los Mayas y a la noble Ciudad de Chichén Itzá, han declarado el templo de mi señor como una de las Siete Maravillas del Mundo Moderno.

Kukulkán, la Serpiente Emplumada, suelta una carcajada sonora y mira fijamente a su servidor:

—Ah Kin Xoc, eso es ridículo. Mi pirámide no necesita que la nombren maravilla, siempre lo ha sido. Lo mismo que quienes fundaron, construyeron y habitaron las grandes ciudades del Mundo Maya. Ese nombramiento no nos hace más maravilla de lo que ya éramos.

El fiel sirviente asiente y no puede dejar de observar una nube de tristeza que empaña la mirada del dios.

—Ak Kin Xoc, ¡extraño nuestro antiguo mundo!

—Fueron buenos tiempos sin duda, mi señor.

—Ya me hace falta visitar mi tierra personalmente. ¿Cuánto falta para el próximo equinoccio?

—Muy poco mi señor, ya podrá usted descender por su templo y fecundar la tierra, como siempre.

Kukulkán suspira y luego masculla entre dientes: “Tantas otras maravillas creadas por gente excepcional en otras partes de la Tierra, que siéndolo no son reconocidas ni recordadas. ¿Con qué autoridad se ponen a decidir estas cosas? Estos hombres modernos y sus ocurrencias…”

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

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Crecer.

Cuento corto.

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Al primer tijeretazo siento un escalofrío. El trozo de cabello rueda lentamente por el plástico protector hasta el piso esparciéndose como una flor deshojada en el viento. Diego me mira divertido mientras empuña la tijera y va asesinando lentamente los rizos que me han acompañado desde pequeña. Cierro los ojos con pesar mientras mi niñez y juventud se acumulan inertes a mis pies.

—No es para tanto —me dice Diego, siempre sonriendo.

Yo no le presto atención pues un recuerdo acapara mi mente: estoy acostada boca arriba sobre un prado magnífico, mi cabellera rojiza extendida como un manto de fuego sobre el verde intenso, mi piel de cera y mis pecas están bañadas por el sol matinal. Tengo chocolates en una mano y los voy echando de a poco en mi boca que se inunda con mareas dulcísimas de placer. La voz monótona del Director, como un intruso, interrumpe mi ensoñación:

«Si quiere dar clases en esta escuela tendrá que mejorar su aspecto. Usted se ve muy joven, los alumnos no la respetarán. Cambie de imagen, un buen corte de pelo y otro tipo de ropa le vendría bien. La veré de nuevo mañana y espero ver esos cambios o la plaza será de otra persona».

Mi cabeza se siente desnuda. Abro lentamente los ojos y veo a Diego sonriendo estúpidamente. —¿Y bien? ¿Qué opinas? Mi peluquero ha hecho un buen trabajo, pero no puedo evitar compararme con esos árboles podados de forma ridícula al capricho de la gente, en mí no hay ya ramas grandes donde poner un columpio y mecerme alocadamente con la brisa, ahora todo será echar raíces. La niña finalmente, se ha ausentado de mí.

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla.

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