Mi propuesta para el VadeReto del mes de Junio, que nos pide un relato optimista y esperanzador inspirado en la imagen de unas palomas, puedes dar clic para verla aquí.

Un día una anciana excéntrica se fue a vivir a una cabaña abandonada ubicada en un bosque templado. Sus posesiones más valiosas eran una varita mágica y un palomar con algunas cuantas palomas. Aislada de todos y acompañada de las aves, la mujer, que en realidad era una maga poderosa venida a menos, a veces se ponía a lanzar encantamientos sin ton ni son. De esa forma algunas partes de la foresta quedaron hechizadas con resultados variados. También, al morir ella, uno de sus tantos hechizos locos había dejado una paloma mágica e inmortal: Corina.
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Carlitos se dio cuenta de que había perdido a Timy y Moly cuando ya llevaban más de la mitad de camino a casa.
—¡Noooooooo! ¡Timy y Moly se quedaron en el campamento! —gritó con todas las fuerzas que un niño de cinco años y buenos pulmones es capaz. Los padres de Carlitos se miraron preocupados y la hermana mayor se quedó mirando fijamente a su padre que iba al volante, pues temía lo peor. ¡Y lo peor para ella pasó! El hombre dio un brusco viraje y emprendieron el largo camino de regreso. Hayas, sicómoros, robles y demás les miraban burlones al pasar. La hermana adolescente reclamaba la decisión, mientras su hermano menor lloraba solo un poco menos desconsolado.
Al llegar al sitio del campamento, esperaban encontrar a Timy, el oso de felpa café y a Moly, la osa de felpa blanca y nariz ligeramente mayor que la de Timy. Ambos tenían en los carrillos, unos botones que simulaban ser mejillas sonrosadas. Los juguetes no se veían por ningún lado y Carlitos entró en crisis y tuvieron que retomar camino entre berridos y ataques de pánico además de innumerables «¡Se los dije!» de la hermana. De nada servía que le prometieran al histérico chiquillo que le iban a comprar otros, él solo quería a su Timy y Moly. ¿Pero, qué había pasado con ellos?
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Para empezar, no se llamaban así, sino: Ángelo y Donatella. Ambos habían visto incrédulos cómo se olvidaban de ellos pensando que formaban parte de la basura del campamento. Una vez que la camioneta partió, Donatella tomó la mano temblorosa de Ángelo y empezaron a caminar alejándose del sitio y de los senderos frecuentados por los campistas.
—¿Estás loca? —dijo el osito, mirando hacia atrás, esperando ver la camioneta de vuelta.
—¿No te das cuenta Ángelo? ¡Somos libres! —al decir esto las mejillas sonrosadas de Donatella se pusieron rojas como manzanas.
Ángelo parecía preocupado y no muy convencido de que la libertad era lo que más les convenía.
—Si no regresan por nosotros, iremos al verdadero vertedero de basura —dijo ella, y ahí sintió que su compañero dejó de resistirse.
Ambos caminaron mucho metiéndose en un bosque denso y pronto llegaron a la vera de un río de poca profundidad y anchura.
—¿Nos bañamos? ¡Hace tanto que no tomamos un baño! —dijo la osita mientras Ángelo trataba de detenerla.
—¡El agua está fría! —gritó—. ¡No puedes! ¡No debes! Y, ¿si nos descomponemos?
—¡Tontito! —dijo Donatella con más de la mitad de su rechoncho cuerpo en el río. ¿No te acuerdas de que nos metían en la bañera? Más de una vez nos olvidaron ahí más de lo debido. No pasa nada.
Ángelo dio unos cuantos pasos vacilantes, pero al final terminó metido en el riachuelo.
—No está mal —dijo, y por primera vez en ese día sus mejillas se pusieron rojas.
Se habían puesto a jugar, nadando, flotando y aventándose agua a la cara cuando el semblante demudado de la osa hizo que el Ángelo volteara en la dirección que ella miraba. Lo que había era un oso, pero uno de verdad, enorme, de pelaje café oscuro que los miraba con interés desde el otro lado.
—¡Nos comerá! —gritó el osito aterrado.
—Los osos de verdad no comen osos de peluche —dijo Donatella—. ¡Quedémonos quietos!
Pero el formidable animal caminó curioso y se detuvo frente a ellos. Al lado de los ositos parecía una colosal y peluda montaña.
—¿Y bueno, qué tenemos aquí? —dijo con voz profunda.
—¿Cómo es que habla? —cuchicheó Ángelo.
—Nosotros tampoco deberíamos poder hablar… ni caminar por nuestra cuenta, ni recordar —dijo Donatella, y se veía muy confundida, parecía que era la primera vez que pensaba en eso.
El oso real bajó la cabeza hacia ellos:
—¿Quieren volverse osos de verdad?
Los ositos se miraron uno al otro muy asombrados.
—¿Es posible eso? —dijo Donatella emocionada.
—Sí, pero antes debo decirles que su familia regresará por ustedes. Si quieren estar con ellos deben volver al lugar donde estaban; ahora, si desean volverse osos de verdad solo díganlo y sucederá.
—Yo ya no quiero ser el capricho de Carlitos —dijo la osa convencida.
—Yo… yo… —Ángelo trastabillaba —yo no quiero separarme de ti. Prefiero mil veces estar contigo que con Carlitos, que es muy voluble —el osito llevó su pequeña garra a su abdomen, donde estaba la huella de un tijeretazo que había sido remendado torpemente.
El oso levantó una pata y por un momento los ositos pensaron que iban a acabar estampados contra el lecho del río, pero lo hizo con una delicadeza tremenda, deteniéndose a solo centímetros de sus pequeñas cabezas. Luego lanzó un sonoro gruñido que hizo temblar al par de amigos. En ese momento oyeron un suave aleteo, una hermosa paloma, enteramente blanca y de ojos amarillos-anaranjados, apareció y voló alrededor de ellos.
—¿Corina, puedes darte prisa? —dijo el oso grande—. Mi pata se está cansando.
La paloma comenzó a volar más rápido alrededor y los ositos experimentaron un aumento de tamaño, su frío interior de borra mojada, se sintió cálido, mientras sangre, huesos y músculos se iban formando en sus cavidades internas. Al final Corina bajó la intensidad y terminó parándose en la nariz de Bart, que así se llamaba el oso grande.
—¡Buen trabajo Corina!
—De nada grandote, ya sabes que siempre estoy lista para lo que se ofrezca. ¿Los llevarás contigo?
—¡Claro! Este par ya forman parte de mi familia. Les enseñaré la vida de los osos de verdad y aprenderán todo lo necesario para prosperar en libertad.
Corina se alejó volando, y Bart guio a Ángelo y a Donatella hacia su nueva vida. Iban excitados y muy felices.
Autor: Ana Piera.
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