La Colección.

Colaboración para la revista digital «Me Gusta Leer» de la compañera Merche Soriano. Ella me asignó una imagen para, sobre ella, escribir un relato de no más de mil palabras. Si quieres ver la convocatoria te dejo el enlace aquí.

imagen generada con IA por Tarkion (Miguel).

En el sofisticado recinto subterráneo, construido exprofeso para albergarlos, Vita e Indra miraban embelesadas, cómo, de la nada, se materializaban tablillas de arcilla cubiertas con escritura cuneiforme, también, tablillas de cera, manuscritos de papiro y de pergamino.

—¡Buen trabajo! —dijo Vita y abrazó efusivamente a su hermana Indra—. Este viaje en el tiempo que has hecho a Nínive me ha hecho muy feliz. ¿Dónde conseguiste todo esto?

—¿Dónde más? ¡La biblioteca de Asurbanipal! —contestó Indra, sin dar detalles de lo arduo que había sido, siendo ella tan femenina, caracterizarse de barbudo y poderoso asirio para después, mediante generosos sobornos en oro, acceder y «rescatar» todo lo que ahora estaba apareciendo frente a sus ojos.
Luego, recogió del suelo uno de los artefactos que hizo posible aquella hazaña: era un diminuto cubo negro. De él habían salido haces de luz verdosa en todas las direcciones, previo a la materialización de los objetos.

—¡Si nuestro padre, nos viera ahora! —una nube oscura nubló su mirada—. Seguro estaría enfadado. Nunca estuvo de acuerdo en que su esfera del tiempo sirviera para traer obras del pasado, aunque estas estuvieran destinadas a la destrucción.

—No seas aguafiestas. ¡Sé cuánto te gusta la aventura!, y además, estamos salvando verdaderos tesoros —replicó Vita. Ella vestia en forma despreocupada, como un muchacho, y con su pelo rubio muy corto, en realidad parecía uno.

—¡Pero nadie nunca podrá beneficiarse con todo este conocimiento! —dijo Indra. En sus ojos color miel se asomaban las dudas.

La idea de las hermanas era consolidar una gran colección con material que se sabía perdido: objetos de la biblioteca de Alejandría, de la de Pérgamo, los rollos de Herculano, códices mexicas, etc. Ellas los recuperaban antes de que la fatalidad los borrara de la historia. La pega era que su esfuerzo iba en contra de todas las leyes de viajes en el tiempo vigentes aquel año de 3050 d.C., por la posibilidad de alterar la historia humana. Al arriesgarse ambas a castigos ejemplares, todo lo recuperado, por más valioso que fuera, debía quedar oculto. Cambiar algo importante era una cuestión que preocupaba especialmente a Indra. Vita lo justificaba diciendo que aquellos objetos habían desaparecido en la antigüedad, por lo que no habrían tenido gran influencia.

De repente escucharon el sonido de una tablilla de arcilla hacerse añicos contra el suelo.

—¡No! —gritó Vita.

—¿Pero, qué diablos? —preguntó extrañada Indra.

De entre el material recuperado de Nínive salió un chiquillo harapiento. Ninguna de las dos lo podía creer. Vita abrió la boca, pero no pudo articular palabra.

—¡Imposible! —fue lo que dijo Indra acercándose al niño y tocándolo. Este se retorció ante el toque y gritó con todas sus fuerzas.

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Vita bebía una copa de auténtico vino Cheval Blanc 1947, e Indra, de gustos menos sofisticados, una cerveza corona, traída desde México. Había cosas que simplemente no podían ser escaneadas o replicadas, y tocaba traerlas físicamente. Se encontraban en la cocina de su casa, un lugar que más bien parecía un laboratorio. Las dos observaban cómo el chico asirio devoraba un plato de sopa hecho en el replicador de alimentos.

—¿Qué vamos a hacer con él? —preguntó Indra desesperada.
—¿Qué más? ¡Regresarlo!
—No se puede. La esfera solo soporta un ocupante.
Vita se quedó callada, cerró los ojos, apretó los labios y luego explotó:
—¿¡Cómo pudiste ser tan descuidada!?

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Le llamaron Asur, (por Asurbanipal, el rey asirio), y le dejaron quedarse a dormir en las inmediaciones de la biblioteca. Era donde al parecer, más a gusto se sentía. En alguna ocasión Indra intentó que le diera un poco de sol y el chico se había desmayado al ver objetos voladores en el cielo, edificios que pasaban las nubes y gente vestida estrafalariamente.

Se comunicaban con él a través de señas para lo más básico.

Asur vio muchas veces a Vita bajar a la biblioteca, que más bien parecía un santuario, a tocar las tablillas, extender los pergaminos, oler los papiros, en un acto casi «amoroso» hacia aquellos objetos. Asur parecía no entender aquel comportamiento. En alguna ocasión Vita le dijo a su hermana que no le gustaba la manera en que el chico la miraba.

Una noche, a punto de entrar la madrugada, un violento temblor sacudió la casa. El movimiento fue tan terrible que ambas hermanas temieron por su amada colección. Al bajar, vieron que la sala recuperada de Nínive ya no estaba, y fueron testigos de la transformación de Asur en un imponente mago asirio vestido con túnica azul turquesa adornada con flecos dorados y bordados geométricos. Llevaba una barba oscura y algo larga, sus ojos negros y profundos, relampagueaban. Asur las vio desaprobatoriamente, gritó enojado algo en idioma acadio, y luego se esfumó en el aire.

—¡Al menos al resto de la biblioteca no le pasó nada!—dijo Vita aliviada—. ¡Ese mago debió venir imbuido en alguna de las tablillas de Nínive!

Las dos subieron al piso superior y se sorprendieron de ver que el paisaje que rodeaba su casa había cambiado: en vez de otras construcciones modernas del 3050, las sorprendio un desierto de arena, un zigurat, y a lo lejos, el reflejo de las aguas de un río.

—¿Acaso es, el … Tigris? ¡Te dije que no era buena idea «recuperar» objetos del pasado! —exclamó Indra al borde del llanto.

—¡Nada de esto hubiera sucedido si te hubieras fijado bien lo que traías desde Nínive! —gritó Vita angustiada.

No muy lejos de ahí, en la gran biblioteca de Asurbanipal, ya nada faltaba.

Autor: Ana Piera.

916 palabras.

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Mi relato en la revista digital Masticadores https://masticadores.com/2025/04/28/la-coleccion-by-ana-laura-piera/

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