Aprovecho para desearles a todos feliz año 2024.

Su existencia solitaria se hacía más difícil en invierno. En medio de la llanura, sufría los embates de las heladas y los vientos. Maldecía con fervor su semilla, que el viento esparció y lo había alejado de otros como él, sembrándolo en ese paraje desolado. Clamaba al cielo por el alivio de la muerte, quizás una tormenta de hielo que congelara su savia, o un rayo que lo partiera en dos y lo quemara por dentro.
En los últimos días del año, una tormenta formidable se desató sobre aquella zona y el árbol pensó que ahora sí tendría posibilidades de morir. Si sus raíces no se lo hubieran impedido, se hubiera movido hacia donde los rayos caían con más furia con la esperanza de que alguno le cayera encima. Al fin, un latigazo de luz hirió su carne de madera quemándolo por dentro. «¡La muerte!» —pensó agradecido.
Lo cierto es que el árbol no murió, pero quedó muy mal herido. Los dolores llegaron a ser tan insoportables que se sorprendió deseando alivio.
Con cada día que pasaba se iba sintiendo un poco mejor y al final del invierno casi había sanado por completo. Con la primavera salieron algunos brotes de hojas de su tronco chamuscado. Cuando su follaje se multiplicó, las aves, a las que antes no prestaba atención, volvieron a hacer sus nidos en él. Notó que aquellas pequeñas presencias aliviaban su soledad. Aprendió a apreciar las cosas a su alrededor y que antes eran invisibles para él: desde pequeñas lagartijas y ratones hasta las rocas que se encontraban cerca y que estaban cargadas de una belleza especial.
Con el cambio de actitud, vino el contentamiento y ya nunca pidió morir. También ese año comenzó a visitarlo por las tardes un niño que gustaba de leer bajo su sombra.
El árbol conoció la felicidad.
Autor: Ana Laura Piera
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