El desván que jugaba al ajedrez.

Cuento corto de humor oscuro y fantasía encantada.

Tiempo de lectura: 3 minutos.

Este relato es mi propuesta para el VadeReto de Octubre. Te invito a pasar por el Acervo de Letras para que veas la imagen y las condiciones del reto y también leas otras propuestas.

Después de torturarlo toda la tarde con «calzón chino», un andrajoso terminó confesando la existencia de un desván repleto de objetos que alguna vez se vendían en un viejo bazar. Solo por eso lo dejamos marchar.

Llegamos al lugar al anochecer: una solitaria casita en las afueras, ruinosa, nada especial, aparentemente abandonada.


En el desván, el sonido de las cerraduras al ser forzadas nos «despertó de nuevo». Los múltiples relojes de las paredes movieron sus manecillas, primero con lentitud después de haber estado inmóviles por años, luego ganaron velocidad, como hélices de aviones. No estaban midiendo el tiempo, medían otra cosa.
Los peones, alfiles y caballos se bajaron de su tablero y entre todos lo levantaron. Desde arriba, los reyes y las reinas, solemnes, daban órdenes. Se colocaron en donde terminan las escaleras.

El viejo Dick, un enorme perro de peluche, tardó un poco más en reaccionar. Los años ya le pasaban factura, pero al fin pudo levantarse y tomar entre sus acojinadas fauces a la patineta que, emocionada, daba saltitos sobre sus ruedas. Dick la colocó en un peldaño intermedio, como quien prepara una trampa. «Ya sabes lo que tienes que hacer preciosa» —dijo con su voz amable y mullida.

La atmósfera había cambiado completamente, se sentía una corriente eléctrica que nos recorría a todos.


Después de que Klaus se encargara de las cerraduras de la puerta principal, pudimos entrar. Ayudados por nuestras linternas, inspeccionamos el sitio.

—Aquí no hay nadie, pero tampoco nada de valor —dijo molesto, paseando la luz, que reveló paredes desnudas, unos cuantos muebles desvencijados y cortinas rotas.

—¡Eres un pesado! El tipo dijo que lo bueno estaba en el desván. ¡Busquemos el acceso! —contesté—. Y oye, Klaus, si encontramos algo, que no pase lo de la otra vez, que te escondiste cosas para ti.

—¡Vamos Eric! ¡No sé de qué me hablas!

La realidad era que mi compañero no era de fiar, pero era muy habilidoso con las cerraduras. Ninguna se le resistía, hasta que intentó abrir la puerta de ese maldito desván, usó de todo: llave maestra, una lámina de plástico y la ganzúa. Frustrado, lanzaba maldiciones y sudaba como cerdo mientras intentaba una y otra vez sin éxito.

—¡Hazte a un lado! —dijo al fin, y pateó la puerta con todas sus fuerzas.
—¡Ayúdame, estúpido! —gritó
cuando vio que esta no cedía.

La pateamos por turnos. Cuando por fin se abrió, nos envolvió un olor a madera envejecida, cuero reseco, plástico antiguo y polvo. Estornudé. Klaus lanzó la luz hacia abajo.

—¿Ves algo Klaus?

—¡Muchas cosas! —dijo emocionado—. ¡Más vale que sean buenas porque casi estoy seguro de que me fracturé un dedo del pie!

Klaus iba por delante bajando las escaleras con dificultad, que eran de madera y crujían ominosamente. Nuestras linternas comenzaron a fallar, parpadeando con luz débil.

—¿Pero qué diablos? —dijo Klaus y luego lo escuché gritar «¡Ayyy!»


Cuando uno de los intrusos pisó la patineta, voló por los aires y aterrizó sobre libros, portavelas y botellas. Ahí se quedó, quejándose de dolor.

El otro siguió bajando, llamando a gritos a su compañero. Sus linternas volvieron a funcionar. Rauda, la camiseta negra con el símbolo de la paz voló y le envolvió el rostro. No vio el tablero de ajedrez que le esperaba. Resbaló también.

Dick lanzó un ladrido suave al fonógrafo, que respondió con «Danubio Azul» de Strauss a todo volumen.


Al funcionar de nuevo las linternas, una tela que olía a moho me envolvió la cara. Pisé algo que me hizo caer. La tela parecía tener vida propia. Por más que lo intentaba, no lograba quitármela. Escuché a Klaus quejarse. De repente se escuchó a todo volumen música antigua, de esas que escuchan las abuelas.

Con la cara tapada, sentí que me daban de palos con varios objetos: identifiqué una raqueta de tenis, un bate, y otras cosas. También a Klaus le estaban dando duro. Aquella incursión nos estaba costando muy cara. Lo que había iniciado como un robo fácil se estaba volviendo una pesadilla.

—¡Nos rendimos! —grité con todas mis fuerzas—. Lo que fuera que hacía mover los objetos pareció escuchar. La tela que me apretaba el rostro se aflojó, resultó ser una camiseta negra. Alrededor de Klaus y de mí vi diferentes cosas. Un robot miniatura con mala cara agitaba sus pequeños brazos en actitud amenazante.

Klaus había quedado muy mal parado de la caída. Lo tuve que ayudar a levantarse. La música seguía taladrando nuestros oídos. Subimos con dificultad las escaleras; la puerta que habíamos abierto a la fuerza lucía restaurada, y sobre ella, colgaba un enorme cuadro: un paisaje campirano. Lo único que queríamos era salir. Al tratar de abrir la puerta, caímos dentro del paisaje. Desde entonces vivimos aquí. Sabemos que nos observan del otro lado.


En el desván nos envolvió de nuevo el silencio y el tiempo volvió a correr. Como si nada hubiera pasado.

Autor: Ana Piera.

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27 comentarios en “El desván que jugaba al ajedrez.

  1. Hola, Ana, tu relato me recuerda que debo escribir para el VadeReto…

    Los objetos, aquí, se vuelven protectores del desván, no quieren ser importunados, prefieren vivir descansando, pues ya cumplieron su función en la vida cuando estaban en el bazar.

    Un relato lleno de voces como los objetos en el desván.

    Un abrazo. 🤗

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  2. Muy bueno Ana, me encantó el final total y absolutamente inesperado, que cayeran dentro de un paisaje y ahí se quedaran, me sacó una gran sonrisa el imaginar esa sorpresa que les había deparado y a todos los personajes mirándolos del otro lado. Un gusto como siempre, abrazo bien grande

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  3. Genial y divertidísimo, Ana.

    Claro que cumple con todo. Has usado un montón de los objetos de «nuestro» desván/bazar, le has dado un tono de fantasía fabulista, y nos has sacado más de una sonrisa. Me ha recordado a la peli «Solo en Casa», pero con más arte, más imaginación y mucha fantasía. ¡Enhorabuena! Me encantó.

    Muchas gracias por aportarlo al VadeReto.

    Abrazo Grande.

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  4. ¡Hola Ana! Tus escritos siempre me emocionan. Ese halo de misterio que tienen, y ya ves: termina este en algo que me deja un saborcillo extraño, ¡Se quedaron allí! Objetos que cobran vida y a la vez vuelven a su estadío original, pero haciéndonos vivir un rato fantástico. Da para jugar con la imaginación. Me ha gustado mucho Ana, de verdad. Cómo me gustaría tener un compilatorio de lo escrito por ti. Tienes cosas que uffffff! Un abrazo muy grande y fuerte.

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  5. Hola Ana

    Nos traes las dos voces de un hecho delictivo. Por un lado Klaus y Eric que intentan robar los objetos de un desván repleto de objetos antiguos. Y por otro lado, los objetos en sí de dicho desván que, tomando la palabra, se organizan, se afanan en defenderse de los vándalos y finalmente, logran realizar su venganza enviando a los ladrones al paisaje del cuadro que pende de la puerta, para vivir atrapados por siempre. ¡Menudo derroche de imaginación!

    Un abrazo fuerte.

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    1. Hola Marlen, es lo que tienen los relatos basados en imágenes, te dan la mitad de la historia, uno solo debe juntar las piezas y añadirle una pizca de lo que sea que tengamos en la cabeza en ese momento jejeje. Gracias por pasarte y leerlo. Saludos.

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  6. La premisa inicial, con los dos ladrones, Eric y Klaus, torturando a un «andrajoso» para obtener información sobre un desván lleno de objetos, marca un tono crudo y oscuro que prepara al lector para algo fuera de lo común. La descripción de la casita ruinosa y aparentemente abandonada crea una atmósfera de suspense que se intensifica cuando entran al desván y el mundo se vuelve extraño.

    El detalle de los relojes moviendo sus manecillas como hélices, midiendo «otra cosa» en lugar del tiempo, es un toque magistral que da un escalofrío inmediato. La personificación de los objetos —peones y alfiles bajándose del tablero, el perro de peluche Dick hablando con voz «amable y mullida», la patineta dando saltitos— transforma el desván en un espacio vivo y amenazante, como si los objetos mismos fueran los guardianes de un secreto.

    El relato tiene un final que te hace mirar dos veces los objetos de tu casa.

    Te felicito, Ana.

    Un abrazo.

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  7. Hola Ana, todo un derroche de imaginación. Está claro que en el bazar ya estaban hechos los unos a los otros y no querían extraños. No esperaba ese giro final y que quedasen atrapados en el paisaje del cuadro. Estupenda aportación. Un abrazo!

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  8. Geniales historias, dos en una, magistral. Me ha gustado mucho y la he disfrutado un montón. Las dos persepectivas del mismo suceso y un final sorprendente pero que, por otra parte, no sesentona en nada con el relato. Envidio tu imaginación y la capacidad de hacer una historia con dos perspectivas que se complementen tan bien. Este relato es un auténtico regalo, muchas gracias.

    Un saludo.

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  9. Hola Ana, creo que es de los mejores relatos que has escrito y muy apropiado para este reto. Lo más importante para mí es lo bien que has recreado el miedo que sienten los ladrones sin que haya ningún ente concreto que lo produzca. Se entiende que es el desván/bazar el que lo hace pero puede hacerlo por sí mismo o porque haya alguna entidad que lo haga.

    Saludos cordiales.

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  10. ¡Es fenomenal, pura fantasía, ideal para el reto!

    Has puesto en movimiento a los objetos (da miedillo), y al final has jugado con la idea de la pintura (que me encanta y sé que a ti también ;)), haciendo que queden ahí condenados…

    Ese final riza el rizo y redondea el relato.

    Un abrazo, compañera fantástica 🙂

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  11. Hola Ana

    Una excelente lección la que ha recibido estos intrusos. Aunque un poco dura, Pero bien pensado, no estaría nada mal que cada vez que alguien entra a robar en casa ajena la casa le quitara las ganas de volverlo a intentar. NO es justo tener que estar defendiendo lo tuyo.

    Un placer leerte

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